El País Digital
Martes 
4 julio 
2000 - Nº 1523
 
INTERNACIONAL
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El presidente Zedillo emprendió las reformas políticas que han permitido la alternancia 

El último líder del PRI ajustó la economía, acabó con el 'dedazo' y abrió el país a la democracia 

J. J. AZNÁREZ, México 
El presidente mexicano, Ernesto Zedillo, fue el otro gran ganador de las elecciones generales al constituirse en garante de una transición pacífica e introducir durante su mando las reformas necesarias para que el escrutinio del domingo fuera impecable. La claridad de los resultados sepultó las reiteradas denuncias de coacción y compra de votos en campaña esgrimidas por Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas y sus colaboradores, una catarata de imputaciones que marcó el proceso. Los resultados han demostrado que la oposición disputó las elecciones en unas condiciones de equidad desconocidas. 
 
Vicente Fox, con Ernesto Zedillo, anoche
en la residencia oficial de Los Pinos (Reuters).
"El PRI", dijo Zedillo en un mensaje a la nación, "ha contribuido a la paz social, la estabilidad política, el respeto internacional, los avances en el desarrollo del país y el clima de libertades y derechos que los mexicanos disfrutamos". El presidente recibió ayer a Vicente Fox y se reunió con la directiva del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
 
 

No todos los priístas apoyaron sus sustantivas reformas. Probablemente, los sectores más reaccionarios del partido ya lo abominan, porque buena parte de los cambios electorales y políticos ejecutados durante su Gobierno (de 1994 a diciembre de 2000) abrieron el camino a la derrota del partido este domingo.
 
 

"Lo querrán mucho en la oposición y en el extranjero, pero yo le digo que se ha ganado la enemistad de muchos de nosotros", comentó a este periódico un alto cargo en la Administración de justicia. 

Zedillo, doctor en Economía por la Universidad de Yale, casado y con cinco hijos, un hombre de costumbres austeras, sabía perfectamente que la apertura tenía sus costes, pero aun con todo siguió adelante con la perestroika mexicana, y la señal más clara de que el proceso era sincero ocurrió el pasado año. Rompiendo una de las reglas no escritas del presidencialismo mexicano, y entrando en colisión con los ultras del partido, acabó con el dedazo, la antidemocrática práctica empleada por sus 12 antecesores: la directa designación del presidente entrante por el saliente. 

Las posteriores elecciones eran un puro trámite. Francisco Labastida, que fue su ministro del Interior, ganó las elecciones internas del partido y compitió con una maquinaria corporativa poderosa, que lo intentó todo para acarrear votos.
 
 

Zedillo fue candidato presidencial del PRI en 1994, después de que quien había sido designado para liderar el partido, Luis Donaldo Colosio, cayera asesinado. Nunca el presidente se codeó con los caciques priístas, a los que irritó cuando puso en manos de todos los partidos y la ciudadanía el control del mecanismo principal de las reformas, el Instituto Federal Electoral. Las consecuencias fueron notables: el PRI perdió su mayoría absoluta en la Cámara de Diputados tras las elecciones legislativas de 1997. 

Ernesto Zedillo, afín a los tecnócratas educados en universidades estadounidenses y reacio al trato con los dinosaurios regionales, creó la Fiscalía Especial contra los Delitos Electorales. Al tiempo, comunicó a la vieja guardia que su interés no era la politiquería, sino la economía, echar andar a México después de la catástrofe financiera de 1994. Y logró dos de sus metas: ordenar las grandes cuentas y pasar a la historia como el mexicano que abrió el paso a la democracia de su país a costa de irritar a quienes vivían mucho mejor en dictadura. 

Labastida, primer candidato del PRI que pierde unas presidenciales 

J.J.A, México 
El Partido Revolucionario Institucional (PRI), creado en 1929 por una agrupación de caudillos revolucionarios hartos de matarse por el control de sus feudos, deberá acostumbrarse a ser oposición, a rendir cuentas y a depurar sus filas y reorganizarse en democracia. No será sencillo lograrlo, porque la costumbre es la opacidad.
 
 

Francisco Labastida, el candidato vencido por Vicente Fox y primero del PRI que pierde unas presidenciales, quiso levantar el ánimo durante la admisión de una derrota que llenó de crespones las oficinas del partido en todo México. Las bandas de mariachis contratadas para el esperado triunfo empacaron las guitarras y el duelo era generalizado. "Quiero señalar que el PRI está vivo, seguirá vivo y sabrá conquistar el apoyo del pueblo de México", advirtió Labastida. Antes deberá apaciguar la algarabía, el cruce de reproches y culpas entre los grupos de interés afines que pronto pedirán cabezas de responsables.
 
 

"Vamos a endurecer la línea interna para correr a esos tecnócratas que acabaron el partido", protestaba un veterano militante. Un sindicalista amenazaba con convocar una huelga general si los vencedores meten mano a los beneficios sindicales. El PRI no es nuevo en la oposición, pero sí en la más dura. Perdió millones de votos, la presidencia de la República, pasa a ser una minoría del Congreso y 12 de los 31 Estados de México están gobernados por la oposición.
 
 
 

  • "Ojalá que, así como el PRI ha sabido ganar tantas veces, ahora sepa perder y deje gobernar a Fox", pidió el historiador Enrique Krauze, quien alertó contra los hombres providenciales y contra la sustitución de un caudillismo corporativo por otro personal. "Una reforma democrática sin la participación del PRI no es posible", agregó el analista Jaime Sánchez, quien atribuyó al voto de los indecisos y a la alta participación la victoria opositora. Para el intelectual Carlos Monsiváis, un PRI sin la presidencia es un PRI a la deriva. Ganó quien tuvo mejor campaña, "pero no sabemos todavía si ganó el pueblo", subrayó Monsiváis. 
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