El presidente Zedillo
emprendió las reformas políticas que han permitido la alternancia
El último líder del PRI ajustó la economía,
acabó con el 'dedazo' y abrió el país a la democracia
J. J. AZNÁREZ, México
El presidente mexicano, Ernesto Zedillo, fue el otro gran ganador
de las elecciones generales al constituirse en garante de una transición
pacífica e introducir durante su mando las reformas necesarias para
que el escrutinio del domingo fuera impecable. La claridad de los resultados
sepultó las reiteradas denuncias de coacción y compra de
votos en campaña esgrimidas por Vicente Fox y Cuauhtémoc
Cárdenas y sus colaboradores, una catarata de imputaciones que marcó
el proceso. Los resultados han demostrado que la oposición disputó
las elecciones en unas condiciones de equidad desconocidas.
Vicente Fox, con Ernesto Zedillo, anoche
en la residencia oficial de Los Pinos (Reuters).
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"El PRI", dijo Zedillo en un mensaje a la nación, "ha contribuido
a la paz social, la estabilidad política, el respeto internacional,
los avances en el desarrollo del país y el clima de libertades y
derechos que los mexicanos disfrutamos". El presidente recibió ayer
a Vicente Fox y se reunió con la directiva del Partido Revolucionario
Institucional (PRI).
No todos los priístas apoyaron sus sustantivas reformas. Probablemente,
los sectores más reaccionarios del partido ya lo abominan, porque
buena parte de los cambios electorales y políticos ejecutados durante
su Gobierno (de 1994 a diciembre de 2000) abrieron el camino a la derrota
del partido este domingo.
"Lo querrán mucho en la oposición y en el extranjero,
pero yo le digo que se ha ganado la enemistad de muchos de nosotros", comentó
a este periódico un alto cargo en la Administración de justicia.
Zedillo, doctor en Economía por la Universidad de Yale, casado
y con cinco hijos, un hombre de costumbres austeras, sabía perfectamente
que la apertura tenía sus costes, pero aun con todo siguió
adelante con la perestroika mexicana, y la señal más
clara de que el proceso era sincero ocurrió el pasado año.
Rompiendo una de las reglas no escritas del presidencialismo mexicano,
y entrando en colisión con los ultras del partido, acabó
con el dedazo, la antidemocrática práctica empleada
por sus 12 antecesores: la directa designación del presidente entrante
por el saliente.
Las posteriores elecciones eran un puro trámite. Francisco Labastida,
que fue su ministro del Interior, ganó las elecciones internas del
partido y compitió con una maquinaria corporativa poderosa, que
lo intentó todo para acarrear votos.
Zedillo fue candidato presidencial del PRI en 1994, después de
que quien había sido designado para liderar el partido, Luis Donaldo
Colosio, cayera asesinado. Nunca el presidente se codeó con los
caciques priístas, a los que irritó cuando puso en manos
de todos los partidos y la ciudadanía el control del mecanismo principal
de las reformas, el Instituto Federal Electoral. Las consecuencias fueron
notables: el PRI perdió su mayoría absoluta en la Cámara
de Diputados tras las elecciones legislativas de 1997.
Ernesto Zedillo, afín a los tecnócratas educados en universidades
estadounidenses y reacio al trato con los dinosaurios regionales,
creó la Fiscalía Especial contra los Delitos Electorales.
Al tiempo, comunicó a la vieja guardia que su interés no
era la politiquería, sino la economía, echar andar a México
después de la catástrofe financiera de 1994. Y logró
dos de sus metas: ordenar las grandes cuentas y pasar a la historia como
el mexicano que abrió el paso a la democracia de su país
a costa de irritar a quienes vivían mucho mejor en dictadura.
Labastida, primer candidato del PRI
que pierde unas presidenciales
J.J.A, México
El Partido Revolucionario Institucional (PRI), creado en 1929 por una
agrupación de caudillos revolucionarios hartos de matarse por el
control de sus feudos, deberá acostumbrarse a ser oposición,
a rendir cuentas y a depurar sus filas y reorganizarse en democracia. No
será sencillo lograrlo, porque la costumbre es la opacidad.
Francisco Labastida, el candidato vencido por Vicente Fox y primero
del PRI que pierde unas presidenciales, quiso levantar el ánimo
durante la admisión de una derrota que llenó de crespones
las oficinas del partido en todo México. Las bandas de mariachis
contratadas para el esperado triunfo empacaron las guitarras y el duelo
era generalizado. "Quiero señalar que el PRI está vivo, seguirá
vivo y sabrá conquistar el apoyo del pueblo de México", advirtió
Labastida. Antes deberá apaciguar la algarabía, el cruce
de reproches y culpas entre los grupos de interés afines que pronto
pedirán cabezas de responsables.
"Vamos a endurecer la línea interna para correr a esos tecnócratas
que acabaron el partido", protestaba un veterano militante. Un sindicalista
amenazaba con convocar una huelga general si los vencedores meten mano
a los beneficios sindicales. El PRI no es nuevo en la oposición,
pero sí en la más dura. Perdió millones de votos,
la presidencia de la República, pasa a ser una minoría del
Congreso y 12 de los 31 Estados de México están gobernados
por la oposición.
"Ojalá que, así como el PRI ha sabido ganar tantas veces,
ahora sepa perder y deje gobernar a Fox", pidió el historiador Enrique
Krauze, quien alertó contra los hombres providenciales y contra
la sustitución de un caudillismo corporativo por otro personal.
"Una reforma democrática sin la participación del PRI no
es posible", agregó el analista Jaime Sánchez, quien atribuyó
al voto de los indecisos y a la alta participación la victoria opositora.
Para el intelectual Carlos Monsiváis, un PRI sin la presidencia
es un PRI a la deriva. Ganó quien tuvo mejor campaña, "pero
no sabemos todavía si ganó el pueblo", subrayó Monsiváis.
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