Salam Aleikum, hermano
JAVIER VALENZUELA
La noticia, hermano, me apuñala saliendo de Estados Unidos, donde
una vez salvaron tu corazón, y viajando hacia nuestra Granada, donde
pensaba abrazarte, pedirte que aguantaras, confesarte que te necesitábamos.
Somos tan pocos, Carlos, que no podemos permitirnos más bajas. Qué
faena, Carlos, qué faena.
La noticia se produce a dos semanas del 2 de enero, el día de
la toma de Granada. Ese día que tú y otros granadinos queríamos
que se convirtiera en la fiesta de resurrección de una ciudad abierta,
tolerante, multicultural, una ciudad que vuelve a ser faro de judíos,
cristianos y musulmanes, y también agnósticos y descreídos.
Pero un alcalde derechista y, con todos los respetos, mala follá
respondió a nuestro manifiesto con esta grosería: "Si quieren
ponerse el turbante, que se apunten a la cabalgata de los Reyes Magos".
Tu represalia, en el álbum El color de la vida, fue genial,
y la pongo ahora mismo en mi tocadiscos: "Yo tan campante, en mi elefante,
con mi chilaba y mi turbante".
Eras, Carlos, de una estirpe de granadinos que, aunque minoritaria,
es la auténtica, la de León el Africano y Federico García
Lorca. La que considera que el espíritu cateto y reaccionario de
tierra
del chavico es una desgracia. La que cree que Granada es -o debería
ser- el punto magnético de un triángulo formado por Andalucía,
el Mediterráneo árabe y judío y las Américas.
Eras -qué duro me resulta emplear el pasado- uno de esos granadinos
que puede ser muy de Graná y muy de todas partes.
Vibrabas, Carlos, con las energías de Madrid y Nueva York y con
los acentos dulces del castellano -tan próximos al tuyo- de La Habana
y Buenos Aires. Y eras un pasaporte en tierras de moros.
Más de una vez te conté que, en los años ochenta,
me escabullía de las barricadas y los intentos de secuestro de los
islamistas de Beirut contándoles que yo era de Granada, Garnata,
la ciudad de la Alhambra. Y que en mis viajes de aquellos tiempos al Irán
de Jomeini me abría muchas puertas el llevar casetes tuyos, en particular
uno que incluía el llamamiento del almuédano a la oración.
Nos reíamos de eso, porque ni tú ni yo éramos musulmanes,
y ni mucho menos integristas. Pero también nos emocionaba la vigencia
del prestigio en lugares tan lejanos de nuestra ciudad. Era una muestra
de que, con un poco de buena voluntad, Granada podría volver a brillar
como una de las capitales culturales de decenas de millones de almas de
todo el planeta.
Por eso queríamos que el 2 de enero dejara de festejar el aplastamiento
a sangre y fuego de la Granada multicultural, para convertirse en otra
cosa, en un grito de vida.
Éramos pocos y tú te vas. A lo mejor desde donde estás
ahora miras para abajo, sonríes con esa maravillosa sonrisa tuya
y con voz recia y hermosa como nuestra sierra cantas aquello de: "Aquí
te espero, comiendo un huevo, con papas fritas y caramelos". Espera un
poco más, Carlos, que aquí abajo vamos a seguir intentándolo.
Entretanto, Salam Aleikum, hermano.
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