El País Digital
Domingo 
11 febrero 
2001 - Nº 1745
 
 
INTERNACIONAL
Cabecera
La triunfante aventura española de Marc Rich 

El magnate judío perseguido por la justicia de EE UU e indultado por Clinton empezó a construir su imperio en España a comienzos de los setenta


 


JOSÉ MARÍA IRUJO , Madrid 
Rich, fotografiado en Madrid
en 1986.
En septiembre de 1986, Marc Rich era uno de los hombres más ricos del planeta y lo atravesaba de punta a punta para controlar sus negocios, pero declinó asistir al funeral de su padre en Nueva York. Muchos años después, en un hospital de esa ciudad, murió de cáncer una de sus tres hijas y el empresario tampoco la acompañó antes del óbito. Las autoridades norteamericanas le negaron el permiso para visitarla.
 
 

El rey de las materias primas, con una facturación anual de más de tres billones de pesetas, no podía poner un pie en Estados Unidos sin riesgo de dormir entre rejas. En 1983, el fiscal Ruddy Giuliani, hoy alcalde republicano de la ciudad de los rascacielos, le acusó de una cascada de 51 delitos, entre los que figuraban una gigantesca evasión de impuestos y el comercio de crudo con "el enemigo" Irán cuando 53 norteamericanos fueron secuestrados en su embajada por militares iraníes.
 
 

Rich pagó una multa de 150 millones de dólares, la mayor sanción en la historia de ese país, para que sus empresas continuaran operando en EE UU y se refugió en Europa, con un pie en Suiza y otro en España, desde donde, una década antes, había levantado su imperio financiero. Jamás volvió a pisar la tierra del país que acogió a su familia cuando huían de los nazis en plena Segunda Guerra Mundial.
 
 

Han pasado 17 años hasta que Bill Clinton le ha concedido el indulto que ha levantado una tormenta de acusaciones de los republicanos al conocerse que Denise Rich, su ex esposa, entregó un millón de dólares a las arcas electorales de los demócratas, promovió una fiesta de desagravio al ex presidente durante el escándalo Lewinsky y le regaló un saxofón y muebles valorados en 7.000 dólares.
 
 

Fue precisamente hace 17 años cuando dos abogados madrileños pidieron a José Barrionuevo, entonces ministro del Interior, que les informara sobre si España era también un terreno de arenas movedizas para Rich, que dos años antes había obtenido la nacionalidad española durante el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo. Toda una coraza que le blindaba de la extradición.
 
 

Barrionuevo, que conocía a los emisarios de Rich porque habían sido compañeros suyos en el Ministerio de Trabajo, preguntó a los servicios jurídicos del ministerio. Se interesó por los delitos de los que se le acusaba en Estados Unidos y demandó información policial de primera mano sobre su caso.
 
 

El resultado no pudo ser más satisfactorio para el rey de las materias primas. "Luz verde. Decidle a Rich que aquí no tendrá problemas. Que los delitos por los que se le persigue en Estados Unidos no lo son en España", respondió el ministro a los intermediarios. Poco después, el alto y espigado financiero judío pidió audiencia con Barrionuevo para agradecerle su gestión. En el despacho del ministro, en un encuentro formal, el hombre al que perseguían los agentes federales escuchó el mensaje tranquilizador.
 
 

Barrionuevo valoró que Rich había saldado su deuda fiscal con el Gobierno norteamericano, que comerciar con Irán no era delito en España y que no se había cursado ninguna petición de extradición, según señalan fuentes cercanas al ex ministro socialista. El convenio de extradición entre España y EE UU no contemplaba la entrega de los nacionales, y Rich era un español más desde 1981.
 
 

Según el procedimiento administrativo, su expediente de nacionalización debió llegar al Consejo de Ministros de la mano del titular de Justicia, Pío Cabanillas (padre del actual Portavoz), después de pasar por la Dirección General de Registros, la secretaría general técnica y la comisión de subsecretarios. Jesús Santaella, que adquiriría notoriedad años más tarde como abogado de Mario Conde, era el secretario general técnico de Justicia, pero asegura no recordar el caso.
 
 

Rich cumplía con creces las condiciones exigibles para tramitar la concesión de la nacionalidad española. Vivía y hacía negocios en Madrid desde mediados de los 60. De padre alemán y madre francesa, nació en 1934 en Amberes (Bélgica) y llegó en barco a Estados Unidos cuando tenía ocho años huyendo del nazismo. De noche estudiaba comercio y finanzas en la universidad y de día trabajaba en la Philips Brothers (Phibro), la compañía más poderosa del mundo en el comercio de minerales y metales.
 
 

Uno de sus ex compañeros de trabajo que parece fascinado por sus habilidades, heredadas de su padre, un comerciante de coches y tabaco, define así su etapa en Nueva York: "Pronto llamó la atención de sus jefes y del presidente Jesselson. Era una auténtica lumbrera y comenzaron a darle responsabilidades". Entró en shipping (tráfico de barcos) y lo destinaron a Bolivia, México y Cuba, donde aprendió el español.
 
 

En 1963, a los 29 años, Rich ya era director general de Phibro en España e instaló su cuartel general en la torre de Madrid, en el centro de la capital. Trabajaba 16 horas diarias, dormía poco, fumaba sólo puros y en un plazo récord estableció lazos con todas las compañías españolas de metales y con los bancos. Se casó con Denis Eisenverk, una neoyorquina con la que tuvo tres hijas, que nacieron y estudiaron en Madrid. "Se convirtió en un fanático enamorado de España", dice uno de sus subordinados.
 
 

Contra el criterio de su presidente, Rich creyó que el crudo podría comerciarse como el resto de las materias primas. Hasta entonces, sólo lo hacían los Estados, pero el joven financiero y Pincus Green, otro delegado de Phibro en Suiza igual de visionario que él, estaban obsesionados con la idea. Entonces, la oficina de Madrid ya se había convertido en una de las más poderosas de la compañía.
 
 

En plena guerra del Yom Kipur (octubre de 1973), Rich firmó contratos con la National Iran Oil Company y los productores de crudo cerraron el grifo. La demanda y los precios se dispararon. Para todos, menos para Phibro, que tenía su contrato con los iraníes. Ese año, la compañía batió sus récords de beneficios.
 
 

Así nació el mercado spot, el mercado ajeno a las siete hermanas, las siete compañías propietarias de todas las refinerías que controlaban la venta del crudo. Rich se atrevió a comprarlo a precio fijo para venderlo en el mercado libre, algo que hasta entonces parecía imposible. Nadie había osado antes competir con los gigantes.
 
 

El negocio fue tan redondo que en Nueva York le ofrecieron la presidencia de la compañía. Aceptó con la condición de llevarse a la central a sus colaboradores en Madrid y con unos sueldos determinados que allí parecieron exagerados. No hubo acuerdo y Rich, que entonces tenía 40 años, se fue de Phibro ante la sorpresa y estupefacción de todos los directivos.
 
 

El 1 de marzo de 1974, Marc Rich creó en Madrid la compañía Marc Rich & Company y estableció su sede social en Zug (Suiza), un pintoresco pueblo de 22.000 habitantes a pocos kilómetros de Zúrich. Sus socios fueron Pinky Green, su compañero de Phibro en Suiza, un norteamericano que también había abandonado la empresa; Alex Hackel, suizo, y Jacques Hachuel, judío con pasaporte argentino que residía en Madrid y que vendería su parte cuando Giuliani presentó sus cargos contra Rich.
 
 

El triunvirato quedó repartido así: Rich controlaría la división de petróleo; Hackel, los minerales y metales, y Green, al que apodan El Almirante, los barcos, finanzas y alimentación. La elección de Zug como sede social no fue casual. Allí trabajaban sus socios y el sello suizo ofrecía muchas ventajas.
 
 

A partir de entonces, Rich vivió entre Madrid y Nueva York, donde compró una casa de 10 habitaciones en Park Avenue, en el corazón de Manhattan, y abrió oficinas de su empresa. El tímido financiero, según le definen sus amigos, se había llevado los mejores clientes del gigante Phibro y en cinco años convirtió su empresa en un coloso de las materias primas. Además del crudo y de los productos refinados entró con paso de elefante en el mercado del cobre, zinc, plomo, níquel, carbón y ferroaleaciones.
 
 

Además de Madrid, Nueva York y Zug, donde se construyó su casa y cuelga sus picassos y mirós, abrió un rosario de oficinas por todo el mundo. En 1981 tenía 1.000 empleados y 100 en la oficina de Madrid, una de las que generaban mayor volumen, y adquiría al SENPA más de 250.000 toneladas de cebada al año. La compañía tenía 100 accionistas, todos ejecutivos del grupo. Si alguien se iba estaba obligado a vender.
 
 

Rich se rodeó de gente joven, con su mismo perfil de adicción al trabajo, a la que otorgaba confianza y apoyo personal, profesional y económico. Pese a su timidez y pocas palabras, escribía cartas a los empleados cuando morían sus padres o nacía un hijo. El botones de sus oficinas podía acceder al presidente cuando éste recalaba en sus casas de Puerta de Hierro (Madrid), junto a la de Miguel Boyer, Marbella o en su propio despacho.
 
 

Uno de sus ejecutivos de entonces lo define así: "Es un hombre duro, pero generoso. Daba gratificaciones en función del resultado y los ejecutivos participaban en beneficios. Viajaba por todas las oficinas y tenía un control directo con todos los clientes y empleados. Seguía la evolución de los mercados con pasión y la contagiaba" . En su opinión, la clave de su éxito residió en la implantación de la compañía en países productores de petróleo, zonas difíciles y con riesgo.
 
 

Todo iba bien hasta que, en 1983, el fiscal Giuliani esgrimió la violación de los controles de precios del petróleo en EE UU, que amenazaron con arrastrarle hasta la cárcel. Entonces, Rich llevaba ya 20 años ligado a España, donde mantenía estrechas relaciones con la comunidad judía, de la que es su principal contribuyente. Tras la salida de Hachuel, Max Mazin se convirtió en su socio en su empresa Ron Investment, que presidió Petra Mateos, colaboradora de Boyer.
 
 

El imperio de Rich siguió su marcha con la tranquilidad que predijo Barrionuevo hasta que, en 1993, el imprevisible financiero, que acababa de cumplir 59 años, vendió la empresa a sus ejecutivos, que la rebautizaron como Glencore. Willy Strothotte, uno de los directivos de Zug, fue el negociador. Isaac Querup, su consejero delegado en España, continuó al frente de la oficina española. Y Rich, que se embolsó una fortuna incalculable, creó otra nueva en Zug, desde la que compite con sus antiguos ejecutivos. Ahora, la tormenta del indulto ha llegado hasta las aguas del apacible lago que el magnate observa desde el salón de su casa. 

Nadie pidió su captura

Pese al aviso tranquilizador del ministro José Barrionuevo, al que Rich mostró su agradecimiento y vio en dos ocasiones, el rey de las materias primas cultivó otras amistades influyentes, como la de José Luis Corcuera, su sustituto en Interior. "Lo conocí en una cena en 1987 y nos hemos visto otras seis veces. Es un hombre correcto, muy serio y algo introvertido. Siempre he tenido buen concepto de él. Le animaba a invertir en España. Nunca llegó una orden de detención contra él", dice el ex ministro socialista.
 
 

Rich, poco amigo de fiestas y recepciones sociales, invitó en 1989 a Corcuera y a Múgica, entonces ministros de Interior y Justicia, a una cena en uno de sus hoteles en Sevilla durante la Feria de Abril. "Fue un encuentro de amigos en el que había muchas otras personas", recuerda Corcuera, quien duda de que Rich tenga relaciones con los servicios secretos israelíes, como asegura la prensa americana. "Jamás hablamos de temas de esa naturaleza", reitera. Múgica, hoy Defensor del Pueblo, también se muestra escéptico y señala: "Que todos los judíos hayan apoyado a Israel en la medida de sus fuerzas es una obligación moral".
 
 

Entre los que han pedido a Clinton el indulto para Rich se encuentran, según los datos de los que dispone el Congreso de Estados Unidos, Shabtai Shavit, ex jefe del servicio secreto israelí; el rey Juan Carlos, Camilo José Cela, que hasta hace poco presidía la Fundación Rich en España, o el empresario Fernández-Tapias. 
 

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