El primer 23-F
Un muy importante sector del Ejército
conspiró contra la transición incluso antes de la llegada
de Suárez al poder . El 8 de marzo de 1976 ya hubo una decisiva
reunión de mandos militares en la que se pretendía utilizar
y presionar al Rey para imponer sus ideas involucionistas. De aquella reunión
nació un escrito que le hicieron llegar al Monarca.
El rey Juan Carlos y el presidente del Gobierno,
Adolfo Suárez, en la entrega de fajines de
la
Escuela del Estado Mayor, en 1908 (M.F.).
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JAVIER TUSELL
En el momento en que se aproxima el vigésimo aniversario del
intento de golpe de Estado de 1981 han sido varios los libros aparecidos,
algunos con nueva información valiosa y otros de interpretación
general de aquel suceso dramático. Resulta probable, no obstante,
que las claves esenciales de lo sucedido se conozcan de manera suficiente
desde hace tiempo. Lo que, en cambio, quizá no esté tan claro
es que, en realidad, la mayoría de los altos cargos militares de
la España de 1975 fueron durante todo el periodo de la transición
claros oponentes a aquel proceso. En aquel momento, lo que habitualmente
se afirmó fue que tan sólo una parte reducida del generalato
estaba en contra de la democracia, pero este tipo de afirmaciones se hacían
en público y con un propósito disuasorio, mientras que en
privado la actitud de los gobernantes consistió a menudo en recalcar
que con el ejército de que se disponía era imprescindible
ir despacio y con mucha prudencia.
El Rey y los militares: sólo tres años para hacer la
transición
Uno de los papeles más decisivos que a don Juan Carlos le tocó
desempeñar durante la transición fue el de evitar la intromisión
militar, convirtiéndose en una especie de escudo protector de la
expresión de la voluntad libre de los españoles. El hecho
de ser el sucesor designado por Franco y su política de atracción
de los militares le permitía desempeñar ese papel. Pero si
don Juan Carlos tenía una obvia capacidad de acción de cara
a los medios militares, al mismo tiempo ésta no tenía por
qué ser indefinida en el tiempo ni tampoco tan amplia que le permitiera
una absoluta libertad de movimientos.
Así se dice en un informe, elaborado por algún mando liberal
pocos meses antes de la muerte de Franco, que, sobre la actitud política
del ejército, recibió don Juan y se conserva entre los papeles
de Pedro Sainz Rodríguez. Por su contenido, da la sensación
de que era cierto en lo esencial y que incluso el Rey lo compartía.
De acuerdo con él, los tenientes generales, educados en la academia
dirigida por Franco o ascendidos en la guerra civil y en la División
Azul, eran personas muy conservadoras entusiásticamente adheridas
al régimen sin apenas matices, pero de prestigio pequeño
entre los mandos inferiores. En este informe se decía de alguno
de ellos que "tenía mentalidad de cazurro de pueblo" o que estaba
"desprestigiado por su conducta personal". Menos de una cuarta parte aparecían
bien conceptuados y sólo a uno se le atribuía una vinculación
personal con el Príncipe. Se trataba de Fernando de Santiago, que
sería vicepresidente del Gobierno al comienzo de la transición
y que no resultó en absoluto proclive a apoyarla. De los 40 generales
de División, sólo eran citados cinco como destacados y bien
calificados como profesionales. Dos de ellos desempeñaron un papel
importante en la transición -Gutiérrez Mellado, sobre todo,
y también Ibáñez Freire-, pero la especial vinculación
con el Príncipe sólo se hacía notar en el caso de
Jaime Milans del Bosch, que resultaría artífice principal
del 23-F. Entre los generales de Brigada y los coroneles había una
mayor sensibilidad política y social más acorde con la de
la sociedad española y también mejor preparación técnica
y universitaria, pero la necesidad de tener en cuenta su carrera profesional
les mantenía alejados de cualquier aperturismo. En el nivel de mando
inferior, en cambio, se producía un mayor grado de diferencia política
con los altos escalones del mando porque entre comandantes, capitanes y
tenientes se veía la guerra civil "en una gran lejanía";
además, estas graduaciones eran "muy permeables a las preocupaciones
de la sociedad actual, perceptibles en la prensa diaria y sobre todo en
las revistas, y no ven las razones de nuestra separación de Europa".
La conclusión de este informe decía que la política
del Príncipe con los medios militares había sido "hábil"
y "constante". A pesar de ello, en los niveles inferiores de la oficialidad
era ya "objeto de crítica, lo que no existe en los niveles superiores,
y esta crítica aumenta porque la figura del Príncipe se deteriora
políticamente con el paso del tiempo al identificarse cada día
más con Franco y su régimen, ya en franca decadencia". En
el transcurso de tres o cuatro años, lo previsible sería
que, por un lado, quienes ascendieran siguieran siendo personas de significación
muy conservadora, mientras que se podrían multiplicar los casos
de manifiesto antifranquismo entre los oficiales más jóvenes,
quienes podían derivar hacia una actitud semejante a la del Ejército
portugués. En suma, don Juan Carlos disponía de tan sólo
"tres o cuatro años" para contribuir a que los españoles
pudieran elegir su propio destino. Si el diagnóstico era cierto
hay que pensar qué podría haber sucedido con la transición
de haberse prolongado la vida de Franco durante tres años o de haber
sido ésta mucho más lenta, como recomendó Kissinger.
Un 8 de marzo anterior al 23 de febrero
A lo largo de toda la transición debieron ser muy frecuentes
los intentos de ese sector, predominante en la cúpula militar, por
evitar que se produjera lo que consideraban como una desnaturalización
del régimen de Franco. Tan sólo poco más de tres meses
después de la muerte de éste ya había altos mandos
militares inquietos y dispuestos a intervenir en política. Así
se demuestra en un informe que figura en el archivo de una alta personalidad
política del momento y que resulta un precedente claro del 23-F.
En marzo de 1976 había comenzado ya el destape -como entonces
se decía- de los partidos políticos, pero de momento el nivel
máximo de heterodoxia admitida concluía tan sólo en
los democristianos. En enero, una gran oleada de huelgas en Madrid había
testimoniado la fuerza de los sindicatos clandestinos, pero también
se había demostrado incapaz de derribar al régimen. Acababan
de producirse los sucesos de Vitoria, que sin duda fueron un factor determinante
de cuanto más adelante se narrará, y faltaban días
para que surgiera el organismo aglutinador de la oposición, denominado
Coordinación Democrática. Por entonces seguía siendo
presidente Carlos Arias Navarro y faltaba un mes y medio para el momento
en que la aparición de un artículo en el semanario Newsweek
dejara clara su falta de sintonía con el Rey.
Pues bien, en esos días, concretamente el 8 de marzo, tuvo lugar
una importante reunión de mandos militares en el domicilio del teniente
general Pérez Viñeta. A ella asistieron, según consta
en el escrito, el también teniente general Iniesta, aunque "sólo
unos breves momentos"; era director general de la Guardia Civil cuando
Carrero fue asesinado y había tenido en aquella ocasión una
intervención estridente y nerviosa. También estuvieron otros
generales identificados con una posición ultra como Liniers, Cano
Portal, Espinosa... Una de las personas de las que se dijo que podía
asistir, pero no llegó a comparecer, fue el general Jaime Milans
del Bosch.
"Los temas tratados", cuenta el informe, "versaron sobre la actual situación
del país, sobre la necesidad de poner coto a la subversión
y la necesidad [sic] de un Gobierno fuerte". Parece que fue el general
Cano Portal quien dirigió el debate. Iniesta, por su parte, en su
breve presencia, dijo que "confiaba en el general De Santiago y en el Rey".
Pero, aunque ninguno de los presentes se enfrentó a esta opinión
de forma frontal, otros la matizaron y, desde luego, ninguno se mostró
contrario al planteamiento transcrito entre comillas. Cano Portal llegó
a decir que "aun siendo excelente persona y honorable militar, era hombre
débil, incapaz de tomar decisiones y atado a fidelidades que él
mismo se había buscado". Se debía referir a su condición
de monárquico, que, como ya sabemos, era patente, y a su relación
con don Juan Carlos.
Lo importante es que esta conversación no quedó en tan
sólo palabras, sino que tomaron decisiones y éstas en cierto
sentido recuerdan a lo que luego sería el 23-F. "Se trató
igualmente", continúa el texto, "de la necesidad de hacer un informe
amplio sobre la situación y los deseos de las Fuerzas Armadas para
presentárselo al Rey con el general De Santiago, si éste
accedía, o, si no, sin él". El Rey aparecía, por tanto,
como un medio para que estos militares impusieran sus ideas. Aún
le respetaban -desde luego mucho más que al vicepresidente- y, sin
darse cuenta de que desempeñaba precisamente el papel de escudo
protector frente a su intervención, estaban dispuestos a presionarle
a ultranza. Incluso llegaron a organizarse para convertir en eficaz este
intento. Para redactar el escrito y hacérselo llegar al Rey se nombró
al teniente general Pérez Viñeta como coordinador del grupo,
ayudado, como subordinado, por el teniente coronel López Anglada.
Se trataba, en suma, de nuevo, de acuerdo con el texto literal del informe,
"no de dar ningún golpe de Estado, pero sí forzar un cambio
de Gobierno con personas más afectas al franquismo y con más
amplio sentido de la autoridad". En un momento en que la sociedad española
percibía más bien poquísimos cambios y muy titubeantes
en la política española, estos militares, paradójicamente,
ya veían el régimen de Franco despeñándose.
Otro detalle importante de la reunión es que los reunidos comentaron
la "ausencia de un civil con categoría indiscutible o de un militar
con prestigio para el caudillaje". Esta afirmación reviste el mayor
interés porque, en efecto, un factor de la mayor importancia en
la transición fue esa carencia de liderazgo de la extrema derecha
tanto en el terreno estrictamente político -quienes la representaron
eran gente de edad y muy poco prestigiosa- como militar, algo que también
pudo percibirse en el momento del 23-F. Pero llama la atención qué
liderazgo político pasó por la cabeza de los presentes. Blas
Piñar era, según el anónimo autor del informe, el
que despertaba más simpatía personal entre los reunidos,
que reconocían que resultaba difícil unir a nadie en torno
a su persona.
Lo importante del caso es que este propósito de hacer llegar
al Rey un escrito pidiéndole una rectificación en sentido
involucionista no quedó en papel mojado, sino que se tradujo en
la práctica. Logró, además, el apoyo del teniente
general Fernando de Santiago y se expresó por escrito. En un momento
que resulta difícil de determinar, pero que precedió a la
llegada de Suárez al poder y coincidió con unas maniobras
militares, el escrito fue presentado acompañado por frases estridentes.
Había que "remover el caso de las ratas", parece haber dicho el
general citado refiriéndose a la clase política dirigente
cuyo reformismo no había llegado a plasmarse en un programa viable
y rápido. Para el Rey, la ocasión debió ser un sobresalto,
pero cuadró al militar situándole en sus competencias. Quienes
ejercieron el poder más adelante y contribuyeron de forma decisiva
a la transición conocieron lo sucedido. La permanencia del general
De Santiago en el Gobierno no podía durar mucho y, en efecto, lo
acabaría abandonando por voluntad propia tras el verano.
Un civil inquieto y liberticida
En ese momento apareció uno de los más inteligentes y
decididos opositores de la transición a la democracia, el ex ministro
Gonzalo Fernández de la Mora. Cuando percibió que, con Suárez,
la senda hacia la libertad empezaba a abrirse recurrió a los mandos
militares. Cuenta en sus memorias que habló con Pita da Veiga, ministro
de Marina, y con De Santiago, quien, en tono dramático, le aseguró
que "yo nunca traicionaré a los que cayeron". Ante una próxima
reunión de los altos mandos militares en la que Suárez iba
a explicar sus propósitos, dijo que "si hay enfrentamiento no me
gustaría sacar a relucir los tanques". Fernández de la Mora
le repuso que bastaría con decir que "no era partidario" de aquellos
propósitos políticos para vetarlos de forma irreversible.
Pero, como sabemos, la reunión transcurrió de un modo
muy satisfactorio para el presidente del Gobierno, aunque pasado el tiempo
se le reprochara que había dicho que el PCE no sería legalizado.
Amargamente, Fernández de la Mora se queja de que de los altos mandos
militares "alguno quiso ganar una patente de democratismo, otros se dejaron
engañar, los más se rindieron ante las presiones desde arriba
e interpretaron el consenso como un acto de disciplina". La conclusión
fue una auténtica "castración militar", según asegura.
"La ocasión perdida fue el 8 de septiembre", añade, refiriéndose
a aquella reunión.
Tiene razón, pero sólo en parte. Lo cierto es que, dadas
las circunstancias, la intervención militar tuvo siempre más
posibilidades de triunfar cuanto más cercana estaba la muerte de
Franco. En 1981, con dos elecciones generales realizadas y la inmensa mayoría
del pueblo español al lado de la Constitución, hubiera sido
muy difícil, si no imposible, que un golpe de Estado triunfara de
manera estable. Antes, en momentos intermedios, como el de marzo de 1976,
cuando había graves tensiones en la calle y rumbos confusos en la
política pero también en una parte de la sociedad, las posibilidades
de intromisión militar con desenlace favorable para quienes querían
cerrar el paso a la democratización fueron mayores. Sin duda, en
ese momento un inconveniente de los candidatos a la conspiración
fue carecer de liderazgo. Pero contaron también enfrente con el
Rey. A lo largo de todo 1976 y 1977 hubo un duro pugilato psicológico
entre él y Suárez, por una parte, y ese tipo de mandos militares.
Esa tensión es difícil de historiar porque ha dejado poquísimos
rastros escritos, pero fue insistente y repetida; por fortuna, pudo también
evitarse lo que intentaban esos sectores. Lo que sucedió el 23 de
febrero de 1981 fue, pues, la consecuencia de toda una trayectoria previa
del Rey, pero también de muchos más generales de los que
en el pasado se dijo. |