El sueño americano de los desheredados
La Operación Guardián para frenar la
entrada de inmigrantes en San Diego ha provocado ya más de 500 muertos
RICARDO M. DE RITUERTO , San Diego
Inmigrantes ilegales mexicanos saltando el
muro de Tijuana hacia EE UU (G. Sánchez).
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Juan Esquivel, emigrante de Chiapas, y Tom Hicks, policía de fronteras
norteamericano, ambos al filo de los 30 años, se desafían
a muerte en la frontera de San Diego con Tijuana, la más transitada
del mundo, fielato por el que hasta hace poco cientos de miles de inmigrantes
indocumentados entraban en EE UU como virutas atraídas por el imán
del rico Norte. Es un desafío en el que Juan lleva todas las de
perder. Antes, el brinco, el cruce de la raya fronteriza, era poco
más de una carrera y algo de suerte. Ahora, entrar ilegalmente por
San Diego es prácticamente imposible. La Operación Guardián
que hace exactamente seis años puso en marcha el Gobierno norteamericano
en California, ha convertido la línea en un fortín inexpugnable
y desviado al incontenible flujo de desesperados en busca de una vida digna
hacia los desiertos y montañas del Este, donde frío, calor,
ríos y barrancos, más algunos disparos, se han cobrado casi
600 vidas en seis años. A lo largo de los 3.500 kilómetros
de frontera entre Estados Unidos y México, una persona se sacrifica
cada día en su huida de la miseria.
La radio del Ford Expedition con el que Hicks recorre el lado norteamericano
de la raya emite un constante chisporroteo de números. "34.1...,
54.7..., 43.2...". Son sensores que han detectado movimiento y enviado
la señal a la central, desde donde una voz pasa el aviso para que
los agentes que están próximos a los puntos de alarma comuniquen
si hay novedad. "Puede ser el viento o un animal", comenta Hicks. Muy probable.
Es media tarde y hay una luz espléndida. Intentar el brinco
en esas condiciones no tendría sentido. Aun así, el año
pasado hubo 15.000 detenidos en los últimos ocho kilómetros
de frontera, entre la garita de San Ysidro y el Pacífico, donde
la valla se hunde en el océano.
Antes de la Operación Guardián (Gatekeeper, en
inglés) la raya producía imágenes de éxodo
masivo propias de África o Asia. Grupos de cientos de personas esperaban
pacientemente en el lado mexicano la oportunidad (un agente ocupado en
la detención de un grupo, un cambio de turno en la patrulla, la
niebla...) para salir a la carrera. Sólo en los ocho últimos
kilómetros eran detenidas entonces unas 190.000 personas al año.
Ahora Hicks avanza por los accidentados caminos que corren junto a la frontera
y apenas puede señalar gente al otro lado. Tres y cuatro vallas
de acero y columnas de hormigón de hasta cuatro metros de altura,
sensores sísmicos, magnéticos (para los coches) y de infrarrojos,
cámaras en circuito cerrado y torres de iluminación han sellado
de forma absoluta lo que hace seis años era un coladero. Muy pocos
lo intentan. Pero Tijuana sigue recibiendo miles de personas. Lo que hacen
la mayoría de los desesperados es irse hacia el Este, más
allá de Tecate, a zonas desoladas donde todavía hay posibilidades
de entrar en el mítico Norte aun a riesgo de perder la vida.
"Yo salí hace dos meses de Chiapas. Allí no hay nada.
Y hay que buscar dónde. Yo me quedé huérfano a los
doce años. Me casé a los 19. A los 23 entré en Estados
Unidos. Me pillaron en Colorado. Ahora quiero volver otra vez al norte".
Juan Esquivel es menudo, enjuto, habla con decisión y modestia de
indígena en la Casa del Migrante de Tijuana, un centro de acogida
a quienes llegan a la ciudad con la esperanza de dar el salto, y a los
que se da cobijo durante un máximo de 15 días mientras buscan
trabajo o preparan el brinco. "Yo sé que arriesgo la vida,
que me den una paliza. Pero tengo que hacerlo. En Chiapas carecemos de
recursos. No hay para la familia. En el pueblo no hay ni luz".
El padre Luiz Kendzierski, de origen brasileño, regenta la Casa
del Migrante, visitada el pasado noviembre por Mary Robinson, la alta comisionada
de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. "Antes recibíamos
más gente, pero con la Operación Guardián ha disminuido
el número. Saben que Tijuana es muy duro de pasar". A pesar de todo,
Juan es uno entre 85 acogidos. La Casa del Migrante sólo recibe
hombres, aunque casi pared con pared otra institución regentada
por religiosas acoge a mujeres y niños. "La semana pasada murió
deshidratada una mujer", dice Kendzierski. "El mundo no ve esto. Ve un
cubano que se ahoga, pero no los cientos que mueren. Nadie sabe de este
muro, que es peor que el de Berlín".
Roberto Martínez -activista del American Friends Service Committe,
una organización que trabaja con Amnistía Internacional y
Human Rights Watch- califica de "chocante" el silencio que envuelve a este
muro. Su grupo ha hecho decenas de marchas y actos de protesta, con cruces
blancas en las que se han pintado los nombre de los muertos y sus lugares
de procedencia, sin que la sociedad norteamericana o los medios de comunicación
se hayan hecho eco del mortífero fenómeno: "No hay indignación.
Es increíble. Les consideran ilegales, delincuentes, y no les dan
ninguna importancia. Si 600 americanos hubieran muerto cruzando la frontera
hubiésemos invadido México".
Claudia Smith, abogada en la Fundación para la Asistencia Legal
Rural de California, no tiene una solución para un problema irresoluble,
pero ofrece explorar una nueva teoría. "No se trata de discutir
el derecho a controlar una frontera, sino de que hay límites que
no se pueden traspasar. Hay que reconciliar el derecho al control con el
derecho a la vida". Y duda de que en realidad haya control. "Sólo
hay apariencia de control, porque lo que hay es una campaña deliberada
de poner al emigrante en peligro de muerte. Es como un globo. Si se aprieta
por un lado todo se va hacia el otro, aquí desde las zonas urbanas
hacia la montaña y el desierto". Doris Meissner, responsable en
Washington de la Border Patrol (Policía de Fronteras), estima que
se necesitarán cinco años más para lograr un aceptable
nivel de control en la frontera con México, lo que lleva a quienes
se oponen a esta política a vaticinar al menos otros 2.000 muertos
en el próximo lustro.
La abogada, el cura y el activista están convencidos de que el
flujo migratorio es imparable. "No hacemos nada contra el imán,
que son quienes les dan los empleos", dice Smith. "Queremos y necesitamos
a los emigrantes, pero no durante el cruce". Nada puede batir las diferencias
económicas. Tres dólares al día en México frente
a 5,75 de salario mínimo a la hora en el norte. Por eso y por su
familia Juan Esquivel está dispuesto a jugarse la vida en barrancos
y quebradas. Hicks le espera al otro lado. "Uno puede entender las razones
que les mueven. Pero todos los países tienen frontera. Da pena,
sobre todo cuando hay niños. Pero mi trabajo es hacer cumplir la
ley. Estoy contento con lo que hago".
Gore considera "inaceptable" la situación
fronteriza
R.M.DE R , San Diego
La administración de Bill Clinton puso en marcha el 1 de octubre
de 1994 la Operación Guardián y ahora el vicepresidente,
Al Gore, trata de sortear ese escollo. El pasado mes de julio, en una visita
a San Diego para presentarse ante la comunidad latina, el candidato demócrata
se confesó estupefacto ante la cifra de muertos, entonces 542 en
la parte californiana de la frontera. "Eso es inaceptable", dijo. "Eso
tiene que cambiar y me comprometo ante ustedes a que lo cambiaré
si me eligen presidente. Todo país tiene que proteger sus fronteras,
pero debe hacerlo con compasión y respetando la vida humana".
Gore no mencionó en su parlamento las palabras Operación
Guardián ni aludió a campañas semejantes en Arizona,
El Paso y sureste de Tejas, que ya han costado 1.300 vidas, según
datos proporcionados por los consulados mexicanos en las ciudades fronterizas.
Las cifras reales de muertos son mayores porque no están contabilizados
quienes perecen en suelo mexicano y se da por hecho que hay víctimas
cuyos cadáveres no han sido localizados, perdidos en la inmensidad
de desiertos y trochas de montaña.
"Palabras", dice con respecto a Gore un incrédulo Roberto Martínez
en su oficina de American Friends Service Committe, sita en un edificio
de una planta ante cuya puerta un cartel en español anunciaba hace
unos días: "580 migrantes muertos. Saldo del Operativo Guardián".
Estados Unidos calcula que tiene unos seis millones de indocumentados,
en su inmensa mayoría hispanos, la tercera parte de los cuales viven
en Los Ángeles y su área de influencia.
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