El País Digital
Lunes 
30 octubre 
2000 - Nº 1641
INTERNACIONAL
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El sueño americano de los desheredados 

La Operación Guardián para frenar la entrada de inmigrantes en San Diego ha provocado ya más de 500 muertos 

RICARDO M. DE RITUERTO , San Diego 
Inmigrantes ilegales mexicanos saltando el 
muro de Tijuana hacia EE UU (G. Sánchez).
Juan Esquivel, emigrante de Chiapas, y Tom Hicks, policía de fronteras norteamericano, ambos al filo de los 30 años, se desafían a muerte en la frontera de San Diego con Tijuana, la más transitada del mundo, fielato por el que hasta hace poco cientos de miles de inmigrantes indocumentados entraban en EE UU como virutas atraídas por el imán del rico Norte. Es un desafío en el que Juan lleva todas las de perder. Antes, el brinco, el cruce de la raya fronteriza, era poco más de una carrera y algo de suerte. Ahora, entrar ilegalmente por San Diego es prácticamente imposible. La Operación Guardián que hace exactamente seis años puso en marcha el Gobierno norteamericano en California, ha convertido la línea en un fortín inexpugnable y desviado al incontenible flujo de desesperados en busca de una vida digna hacia los desiertos y montañas del Este, donde frío, calor, ríos y barrancos, más algunos disparos, se han cobrado casi 600 vidas en seis años. A lo largo de los 3.500 kilómetros de frontera entre Estados Unidos y México, una persona se sacrifica cada día en su huida de la miseria.
 
 

La radio del Ford Expedition con el que Hicks recorre el lado norteamericano de la raya emite un constante chisporroteo de números. "34.1..., 54.7..., 43.2...". Son sensores que han detectado movimiento y enviado la señal a la central, desde donde una voz pasa el aviso para que los agentes que están próximos a los puntos de alarma comuniquen si hay novedad. "Puede ser el viento o un animal", comenta Hicks. Muy probable. Es media tarde y hay una luz espléndida. Intentar el brinco en esas condiciones no tendría sentido. Aun así, el año pasado hubo 15.000 detenidos en los últimos ocho kilómetros de frontera, entre la garita de San Ysidro y el Pacífico, donde la valla se hunde en el océano.
 
 

Antes de la Operación Guardián (Gatekeeper, en inglés) la raya producía imágenes de éxodo masivo propias de África o Asia. Grupos de cientos de personas esperaban pacientemente en el lado mexicano la oportunidad (un agente ocupado en la detención de un grupo, un cambio de turno en la patrulla, la niebla...) para salir a la carrera. Sólo en los ocho últimos kilómetros eran detenidas entonces unas 190.000 personas al año. Ahora Hicks avanza por los accidentados caminos que corren junto a la frontera y apenas puede señalar gente al otro lado. Tres y cuatro vallas de acero y columnas de hormigón de hasta cuatro metros de altura, sensores sísmicos, magnéticos (para los coches) y de infrarrojos, cámaras en circuito cerrado y torres de iluminación han sellado de forma absoluta lo que hace seis años era un coladero. Muy pocos lo intentan. Pero Tijuana sigue recibiendo miles de personas. Lo que hacen la mayoría de los desesperados es irse hacia el Este, más allá de Tecate, a zonas desoladas donde todavía hay posibilidades de entrar en el mítico Norte aun a riesgo de perder la vida.
 
 

"Yo salí hace dos meses de Chiapas. Allí no hay nada. Y hay que buscar dónde. Yo me quedé huérfano a los doce años. Me casé a los 19. A los 23 entré en Estados Unidos. Me pillaron en Colorado. Ahora quiero volver otra vez al norte". Juan Esquivel es menudo, enjuto, habla con decisión y modestia de indígena en la Casa del Migrante de Tijuana, un centro de acogida a quienes llegan a la ciudad con la esperanza de dar el salto, y a los que se da cobijo durante un máximo de 15 días mientras buscan trabajo o preparan el brinco. "Yo sé que arriesgo la vida, que me den una paliza. Pero tengo que hacerlo. En Chiapas carecemos de recursos. No hay para la familia. En el pueblo no hay ni luz".
 
 

El padre Luiz Kendzierski, de origen brasileño, regenta la Casa del Migrante, visitada el pasado noviembre por Mary Robinson, la alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. "Antes recibíamos más gente, pero con la Operación Guardián ha disminuido el número. Saben que Tijuana es muy duro de pasar". A pesar de todo, Juan es uno entre 85 acogidos. La Casa del Migrante sólo recibe hombres, aunque casi pared con pared otra institución regentada por religiosas acoge a mujeres y niños. "La semana pasada murió deshidratada una mujer", dice Kendzierski. "El mundo no ve esto. Ve un cubano que se ahoga, pero no los cientos que mueren. Nadie sabe de este muro, que es peor que el de Berlín".
 
 

Roberto Martínez -activista del American Friends Service Committe, una organización que trabaja con Amnistía Internacional y Human Rights Watch- califica de "chocante" el silencio que envuelve a este muro. Su grupo ha hecho decenas de marchas y actos de protesta, con cruces blancas en las que se han pintado los nombre de los muertos y sus lugares de procedencia, sin que la sociedad norteamericana o los medios de comunicación se hayan hecho eco del mortífero fenómeno: "No hay indignación. Es increíble. Les consideran ilegales, delincuentes, y no les dan ninguna importancia. Si 600 americanos hubieran muerto cruzando la frontera hubiésemos invadido México".
 
 

Claudia Smith, abogada en la Fundación para la Asistencia Legal Rural de California, no tiene una solución para un problema irresoluble, pero ofrece explorar una nueva teoría. "No se trata de discutir el derecho a controlar una frontera, sino de que hay límites que no se pueden traspasar. Hay que reconciliar el derecho al control con el derecho a la vida". Y duda de que en realidad haya control. "Sólo hay apariencia de control, porque lo que hay es una campaña deliberada de poner al emigrante en peligro de muerte. Es como un globo. Si se aprieta por un lado todo se va hacia el otro, aquí desde las zonas urbanas hacia la montaña y el desierto". Doris Meissner, responsable en Washington de la Border Patrol (Policía de Fronteras), estima que se necesitarán cinco años más para lograr un aceptable nivel de control en la frontera con México, lo que lleva a quienes se oponen a esta política a vaticinar al menos otros 2.000 muertos en el próximo lustro.
 
 

La abogada, el cura y el activista están convencidos de que el flujo migratorio es imparable. "No hacemos nada contra el imán, que son quienes les dan los empleos", dice Smith. "Queremos y necesitamos a los emigrantes, pero no durante el cruce". Nada puede batir las diferencias económicas. Tres dólares al día en México frente a 5,75 de salario mínimo a la hora en el norte. Por eso y por su familia Juan Esquivel está dispuesto a jugarse la vida en barrancos y quebradas. Hicks le espera al otro lado. "Uno puede entender las razones que les mueven. Pero todos los países tienen frontera. Da pena, sobre todo cuando hay niños. Pero mi trabajo es hacer cumplir la ley. Estoy contento con lo que hago". 

Gore considera "inaceptable" la situación fronteriza 

R.M.DE R , San Diego 
La administración de Bill Clinton puso en marcha el 1 de octubre de 1994 la Operación Guardián y ahora el vicepresidente, Al Gore, trata de sortear ese escollo. El pasado mes de julio, en una visita a San Diego para presentarse ante la comunidad latina, el candidato demócrata se confesó estupefacto ante la cifra de muertos, entonces 542 en la parte californiana de la frontera. "Eso es inaceptable", dijo. "Eso tiene que cambiar y me comprometo ante ustedes a que lo cambiaré si me eligen presidente. Todo país tiene que proteger sus fronteras, pero debe hacerlo con compasión y respetando la vida humana".
 
 

Gore no mencionó en su parlamento las palabras Operación Guardián ni aludió a campañas semejantes en Arizona, El Paso y sureste de Tejas, que ya han costado 1.300 vidas, según datos proporcionados por los consulados mexicanos en las ciudades fronterizas. Las cifras reales de muertos son mayores porque no están contabilizados quienes perecen en suelo mexicano y se da por hecho que hay víctimas cuyos cadáveres no han sido localizados, perdidos en la inmensidad de desiertos y trochas de montaña.
 
 

"Palabras", dice con respecto a Gore un incrédulo Roberto Martínez en su oficina de American Friends Service Committe, sita en un edificio de una planta ante cuya puerta un cartel en español anunciaba hace unos días: "580 migrantes muertos. Saldo del Operativo Guardián".
 
 

Estados Unidos calcula que tiene unos seis millones de indocumentados, en su inmensa mayoría hispanos, la tercera parte de los cuales viven en Los Ángeles y su área de influencia. 
 

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