La
cumbia combativa encandila a los bonaerenses
La
vida en la chabola y las críticas a la policía, en un fenómeno
musical al que ya se compara con el 'rap' de EE UU
HERNÁN
IGLESIAS |
Buenos Aires
Desde
Villa La Esperanza, una chabola del empobrecido cordón industrial
de Buenos Aires, un nuevo género musical, mezcla de cumbia, denuncia
social y reggae, está empezando a romper algunos esquemas
artísticos y sociológicos de Argentina. El ingenio de algún
productor discográfico lo bautizó como cumbia villera
(cumbia de la chabola), y los medios de comunicación ya comparan
el fenómeno con el rap estadounidense de hace una década.
Los negros de Nueva York y Los Ángeles decidieron un día
dejar de hacer música festiva o romántica, y comenzaron a
hablar en sus canciones -al principio incomprensibles para los rockeros
blancos y suburbanos- de la vida cotidiana en el gueto, las drogas y la
dura represión policial. Algo similar es lo que parece estar ocurriendo
en los arrabales bonaerenses con grupos como Flor de Piedra, Yerba Brava
y Damas Gratis. La base musical es la cumbia, un género originario
de Colombia pero muy popular desde hace años entre las clases obreras
argentinas, pero el mensaje es el mismo: basta de canciones dulzonas y
estúpidas, la villa tiene otras cosas para contar.
En
sus refugios de zinc y madera, rodeados de fábricas abandonadas,
barrios privados y arroyos inmundos, los chabolistas de Villa La Esperanza
están viendo con sorpresa y alegría cómo sus canciones
han abandonado el inaudible circuito de la música tropical para
ocupar lugares tradicionalmente reservados para el rock y la música
melódica comercial. En las discotecas de moda de Buenos Aires, a
las que los músicos de la chabola tendrían prohibido el ingreso
si su único carné fuese su apariencia, los jóvenes
de polo y gin-tonic festejan los estribillos
pícaros y groseros de la cumbia villera, y poco a poco empiezan
a copiarles gestos y frases. Otro síntoma que destacan los medios
de comunicación para reforzar la comparación con el hip
hop neoyorquino.
Pablo Lescano, un joven de 23 años, pelo oscuro y rostro aindiado,
está considerado como el ideólogo de la cumbia villera.
Él compuso todas las canciones de los dos discos de Flor de Piedra
y los de su actual grupo, Damas Gratis (que toma su nombre de una costumbre
en los bailes populares, según la cual sólo pagan entrada
los varones). "Cómo no voy a hablar mal de la policía", dice
Lescano, "si cada vez que me ven arriba de mi coche, con estas pintas,
escucho la sirena". En sus canciones aparece otro lado de la realidad:
además de atacar a la policía (su objetivo favorito), se
festeja el regreso a la villa de un vecino que pasó una temporada
en la cárcel, se habla de mujeres infieles y sexo promiscuo, se
insulta a los porteros de las discotecas, se cantan odas (a veces veladas,
otras no tanto) a la marihuana y la cocaína, y se encumbra como
pasatiempo ideal a la cerveza tomada con amigos en el quiosco de la esquina
del barrio. Lescano, que vivió toda su vida en Villa La Esperanza
(y aún sigue allí, en casa de sus padres), reniega un poco
del rótulo cumbia villera -"me parece agresivo", dice-, pero
está satisfecho con la pequeña revolución que está
liderando.
Los grupos que componen la cumbia villera han vendido ya cerca
de 300.000 discos, y sus representantes aseguran que podrían haber
sido muchos más si no hubiera estado de por medio la brutal recesión
que tiene parada a la economía argentina desde 1998. De todos modos,
José Bellas, crítico de música del diario Clarín,
dice que la crisis quizás haya ayudado al nacimiento de estos grupos.
"En 1995, durante la recesión posterior al tequilazo, surgieron
los grupos de rock que huían del glamour y proclamaban su
amor por el barrio; algo así como que el que está arriba
del escenario se parezca al que está abajo. Esta nueva crisis puede
haber dado voz a otros marginados, que también eligen contar sus
propias miserias".
La irrupción de los villeros ha molestado sobremanera a los cultivadores
históricos de la cumbia argentina, quienes, gracias a una música
ramplona y repetitiva, y letras acarameladas de amor inofensivo, habían
conseguido hacer fortunas de una manera bastante fácil y más
bien poco imaginativa. Estos cumbieros acusan a la nueva generación
de hacer apología de las drogas y la holgazanería, y se preguntan
retóricamente, como hizo uno de sus exponentes más veteranos
hace pocos días: "Dónde han quedado los músicos de
antes, los que cantaban al amor". Lo cierto es que los villeros han puesto
a los cumbieros tradicionales en una posición por lo menos incómoda:
han reemplazado el vestuario lujoso y hortera por el chándal y las
zapatillas de marcas falsificadas, han cambiado el "te amo" por el orgullo
villero, y han dejado en evidencia a las bandas de carilindos que no tocaban
realmente en los conciertos, sino que sólo hacían (algunos
todavía lo hacen) mímica sobre una cinta pregrabada. "Yo
iba a los bailes y me daba la cabeza contra las paredes", dice Lescano,
"no podía entender cómo podían seguir robando esos
imbéciles".
La cultura oficial, mientras tanto, ha recibido a la cumbia villera
con grandes dosis de corrección política y alguno que otro
chiste casi racista. Los medios intelectuales se resisten a criticar un
movimiento que mantiene, según la mayoría de los críticos,
índices basante bajos de calidad: prefieren encasillarlo en la denuncia
social y celebrar su arribo, a pesar de que Lescano y sus colegas parezcan
estar más interesados en la picaresca y la diversión que
en la canción de protesta tradicional.
La frase equivocada la pronunció hace dos sábados Nicolás
Repetto, uno de los presentadores más exitosos de la televisión
argentina y miembro de número del jet set bonaerense. Mientras
se acercaba, durante su programa, al escenario donde estaba a punto de
tocar Yerba Brava, Repetto dudó un instante, probando con un chiste:
"Che, ¿éstos no me van a robar el reloj, no?"
"Que
canten los negros"
Argentina
es un país en el que casi no hay personas de raza negra, pero en
el que se llama "negros" a los habitantes de las chabolas, muchos de los
cuales poseen rasgos indígenas. El apelativo "negro", históricamente
despectivo y utilizado con frecuencia por las clases medias y altas, ha
sido tomado por los portavoces de la cumbia villera como una reivindicación
de sí mismos, y utilizan el término con orgullo. "¡A
ver cómo cantan los negros!", suele arengar Pablo Lescano a los
espectadores duante los conciertos de Damas Gratis, en la periferia de
la capital, y la multitud suele estallar gozosa ante el pedido de su nuevo
ídolo.El paralelismo del movimiento villero de Buenos Aires con
el fenómeno del hip hop en Estados Unidos, donde ya ha atravesado
todas las capas sociales y donde incluso un blanco (Eminem) se ha convertido
en el rey del rap, tiene en este sentido otra justificación. Cuando
los negros de Harlem, uno de los distritos más duros de Nuevo York,
empezaron a llamarse unos a otros "nigger", que es como los llamaban peyorativamente
los blancos, la cultura oficial tomó nota, y se dio cuenta de que
algo había cambiado. |