El
Albaicín, bajo la sombra de Bin Laden
La guerra
en Afganistán enrarece y rodea de sospechas las relaciones en el
barrio de Granada dominado por la comunidad musulmana
PABLO ORDAZ
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Granada
Un
espía o un policía de la secreta pierden buena parte de su
misterio y de su eficacia si la gente los saluda por la calle o les deja
pagado el café en los bares. Es el caso de Mustafá, un marroquí
de mediana edad y buen carácter que cada día, llueva o haga
calor, se pasea con su carpeta de cuero marrón por el café
Lisboa de Granada, justo en la frontera entre el Albaicín y la calle
Reyes Católicos. Hasta ahora, Mustafá, que como todo buen
espía se dedica oficialmente a otra cosa, vivía tranquilo
alternando con unos y con otros, poniendo la oreja en las tertulias, visitando
de vez en cuando las redacciones de los periódicos para enterarse
de los últimos cotilleos, sabedor de que todo el mundo conocía
su secreto pero que nadie, por prudencia o ternura, se lo iba a desvelar.
Hasta ahora, el espía Mustafá formaba parte de esa galería
de personajes raros que posee toda ciudad que se precie, pero desde que
se produjo el ataque de Nueva York-y sobre todo tras la alusión
de Osama Bin Laden al esplendor perdido de Al Andalus- ya nadie está
para demasiadas bromas en Granada, donde habitan 12.000 musulmanes con
papeles y se estima que otros 20.000 lo hacen sin documentación.
Lo que antes era exótico ahora resulta sospechoso. Tan es así
que Layla, una profesora de origen sirio, ha descolgado de las paredes
de su casa todos los cuadros con referencias al islam.
No
es que las calles se hayan despoblado de turistas, ni que los miles de
estudiantes universitarios de todas las nacionalidades hayan dejado de
transitar la noche por culpa de la guerra o el miedo, pero sí se
percibe en Granada un cambio de tono en las conversaciones, un recelo mayor
de los unos hacia los otros. Aquí el islam no es una cosa lejana:
vive en el barrio de al lado. Las calles del Albaicín están
llenas de teterías, restaurantes y pastelerías árabes;
de carnicerías donde no se vende cerdo y sí pollos o carneros
sacrificados de una manera especial; de lugares para la oración.
Que el vecino sea musulmán tiene sus ventajas para entender el conflicto
en Afganistán, pero también encierra algunos inconvenientes.
Hay quien cree que el enemigo puede ser Rachid, el del 2º Derecha.
'Su
Eminencia ya se lo advirtió a quienes se lo tenía que advertir
y no le hicieron caso'. Quien habla así es un destacado miembro
de la Iglesia y se refiere al arzobispo de Granada, Antonio Cañizares,
muy preocupado desde hace años con la expansión de la religión
musulmana. Monseñor ha pedido ayuda en varias ocasiones al Gobierno
del PP para frenar lo que, más allá del ámbito religioso,
considera un auténtico problema para la seguridad del Estado. 'La
diversidad de culturas por sí misma', llegó a decir el arzobispo
durante una homilía, 'no da lugar automáticamente a una humanidad
mejor; el hecho más decisivo de la historia de Andalucía
fue la llegada del cristianismo, en tanto que otro hecho [los ocho siglos
de presencia musulmana] permanece sólo como un residuo cultural,
estético o folclórico'. No faltan por supuesto quienes, desde
la otra parte, sostienen justamente lo contrario, que el único pasado
verdaderamente andaluz de Andalucía es el musulmán, sin tener
en cuenta las herencias romanas, visigodas o castellanas.
'A
los que lamentan la toma de Granada', escribió Antonio Muñoz
Molina, 'cabría preguntarles si preferirían vivir en el islam
donde a los ladrones se les decapita o se les corta la mano y a las mujeres
se las amortaja tras un velo o se las asesina por el simple hecho de querer
estudiar'.
Hay
datos para sospechar que la inmensa mayoría de los granadinos, sean
ateos, cristianos o musulmanes, se encuentra a gusto sin recurrir a un
extremo ni al otro, disfrutando de lo propio y tolerando lo ajeno, paseando
por calles que homenajean a reyes cristianos y desembocan en plazas con
nombres de califas. Aunque tampoco es mentira que una buena parte de la
ciudad está inquieta por un dato: los musulmanes no condenan a Bin
Laden. Para ellos, el único enemigo, el verdadero terrorista, es
EE UU. Sin perder la sonrisa, el espía Mustafá insiste una
y otra vez: 'No hay ningún dato cierto que incrimine a Bin Laden.
Sospecho que detrás de todo están los servicios secretos
americanos o israelíes. Se acaba de abrir la veda del musulmán'.
Dice
Mustafá que Occidente aprovechará la excusa de Bin Laden
para acosar al islam. Y no sólo con los ejércitos. 'Cada
uno va a contribuir en la medida de sus posibilidades. Desde hace unos
días', explica, 'la policía municipal nos está sometiendo
a mucha presión, piden los papeles continuamente a los comerciantes,
persiguen como nunca antes a los vendedores ambulantes...'. Siempre ha
existido buena armonía entre los comerciantes de recuerdos típicos,
aunque ya hay quien empieza a verle las orejas al lobo. El jueves pasado,
un comerciante del centro de la ciudad, temeroso por un posible bajón
en las ventas, telefoneó a un programa de radio para decir que no
todos los que venden teteras, lámparas o alfombras son árabes.
'No está bien', llegó a decir, 'que paguen justos por pecadores'.
El
viernes por la noche, las asociaciones islámicas de la ciudad convocaron
a los musulmanes para rezar en una plaza. Sólo asistieron ocho.
'No queremos hacer declaraciones ni salir en la televisión, sólo
queremos rezar', dijo uno de ellos, inquietos por la cantidad de periodistas
-que los doblaban en número- y sobre todo por un considerable despliegue
de policías de paisano. Antes de escabullirse por una calle lateral,
se justificó: 'Nos sentimos vigilados'.
Y
lo están. La policía se jacta de tener controlados desde
hace años a algunos musulmanes de Granada que ya no están
aquí pero que ahora están jugando un papel significativo
en el conflicto de Afganistán. 'Esta ciudad', explica un antiguo
alto mando policial de la ciudad, 'siempre ha sido el puente entre el islam
y Occidente. Aquellos ocho siglos dejaron su huella, para lo bueno y para
lo malo. Y lo peor puede empezar ahora...'. Se refiere el policía
a los inmigrantes de segunda generación, más radicales que
sus padres -preocupados casi en exclusiva por procurarse un puesto de trabajo
y traer a la familia-; más preparados académicamente pero
también más desengañados ante las perspectivas de
falta de empleo que comparten con muchos jóvenes españoles.
'De existir peligro', insiste el policía, 'no vendrá de los
grupos islámicos habituales en Granada -musulmanes españoles,
colectivos universitarios e inmigrantes recién llegados-, sino de
la primera generación de árabes nacidos aquí. Si ya
es difícil para la policía infiltrarse en un grupo juvenil
para investigar asuntos de droga o de violencia organizada, el asunto raya
lo imposible cuando se trata de extranjeros con un idioma y unas costumbres
muy diferentes'.
Según
algunos expertos, el punto de intersección entre un mundo y otro
podrían desempeñarlo los musulmanes españoles, pero
no lo hacen. 'En un 90%', dice Miguel José Hagerty, profesor de
árabe, 'se trata de conversos que proceden de crisis espirituales
con el catolicismo o resentidos de la izquierda. Formaron un grupo sufí
al final de los años setenta y fueron instalándose en el
Albaicín'.
Ahora
son mayoría en el barrio. Pasear por sus calles empinadas es hacerlo
por la medina de Tetuán o de Fez, oler los mismos olores, escuchar
el mismo idioma, pero hasta el más radical de los musulmanes granadinos
termina por reconocer que el islám de Al-Andalus no era el de Bin
Laden y que Granada se parecía más a Nueva York que a Kabul;
que las mujeres no vivían encarcelados por un velo y que los mejores
poemas de la Alhambra estaban dedicados al vino.
Un
gueto en casa
Hay
un dato aparentemente bueno que sin embargo es terrible. Ninguna de las
miles de inmigrantes musulmanas que viven en Granada en situación
irregular ha denunciado nunca a su marido por malos tratos. La explicación
es bien simple: la Ley de Extranjería, que prima con la regularización
a las mujeres que denuncian a los negreros de la prostitución, deja
sin embargo a la intemperie a las mujeres en la intimidad de su hogar.
Lo acaba de denunciar Jesús García Calderón, fiscal
jefe del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. 'Es preciso
reconocer', explica, 'un importante déficit de la legislación
española en la protección de la mujer extranjera en situación
irregular que además es víctima de maltrato'. Según
García Calderón, 'la necesidad de atraer a las víctimas
de maltrato y de romper su inevitable aislamiento ofreciéndoles
una protección razonable y la posible regularización de su
situación administrativa es una necesidad ineludible'. |