El País Digital
Lunes 
19 junio 
2000 - Nº 1508
ESPAÑA
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Un Aznar que defiende a la España que no va bien 

En la familia Aznar López hay, según su primogénito, dos bandos: el de los rubios, "apasionados, vehementes y con muchos defectos", y el de los morenos, "serenos y que se alteran poco". El presidente del Gobierno pertenece al segundo grupo. Su hermano mayor, Manuel Aznar, 53 años, asesor del Defensor del Pueblo, representa al primero 

MARGARITA RIVIÈRE
Manuel Aznar, hermano del
presidente del Gobierno (R. Gutiérrez).
Me gustan los perdedores", dijo con contundencia el hermano del presidente del Gobierno. Estábamos en una comida en Barcelona y fue lo primero que le escuché. Luego lo repetiría. Apenas hacía un mes que su hermano menor, José María Aznar López, había conseguido mayoría absoluta en las urnas. Él, Manuel Aznar López, 53 años, nacido en Oviedo, rubio y con los ojos azules, licenciado en Derecho y funcionario experto en temas de marginación social, estaba en esa comida en calidad de asesor responsable del Área de Bienestar Social, Trabajo y Atención al Menor de la Oficina del Defensor del Pueblo, y bromeaba constantemente: "Me gustan tanto los perdedores que hasta soy del Atlético de Madrid", reía a carcajadas; "A los hermanos pequeños hay que saber pegarles unos buenos capones a tiempo para que no lleguen a ser presidentes del Gobierno, porque es evidente que eso no te trae más que inconvenientes", vuelta a reír. Luego, ya en serio, dice que "Los presidentes de Gobierno no tienen hermanos. Yo soy un ciudadano que, provisionalmente, soy su hermano. Nada más".
 
 

Hablaba, en esa comida en Barcelona, un buen catalán, se mostró como un experto en el arte románico y gótico barcelonés y como un aprovechado seguidor del modernismo. Se notaba que sus compañeros de mesa, colegas en temas de marginación y dependencia social, le apreciaban, y él, vital, buen conversador, estaba cómodo. Con vehemencia de jurista "que sabe que nada es perfecto", desglosaba datos, ideas, críticas a las administraciones y experiencias vividas por él mismo. Sabe bien de lo que habla: lleva 27 años ocupándose de un amplio abanico de problemas de marginación social. "Mi familia quería que fuera diplomático, pero yo no estaba por la labor. En realidad, soy un periodista frustrado; mi padre dijo que debía ir a la Universidad. Hice derecho, que me gustó a posteriori, pensé en ser juez, no para ser estrella, que para eso ya está Kim Bassinger... Uno va descubriendo su vocación. Ves la gente que sufre y te das cuenta de que, sin querer solucionar todos los males del mundo, puedes hacer algo. Al fin descubres que eso es importante para la propia vida". Así acabó siendo funcionario de la Seguridad Social y un efectivo pozo de lágrimas de los desheredados del país desde la Oficina del Defensor del Pueblo.
 
 

El hermano mayor del presidente del Gobierno tiene un currículum de 40 folios pleno de trabajos y estudios sobre los problemas sociales y sanitarios relacionados con la marginación, desde la salud mental hasta el Alzheimer. El currículum hace constar que, el 9 de septiembre de 1996, "propuesto para ser nombrado adjunto segundo del Defensor del Pueblo, presentó antes de dicho nombramiento su renuncia al mismo". Su hermano, José María Aznar, llevaba pocos meses como jefe del Ejecutivo. "Entendí que debía hacerlo", se limita a decir. "Agua pasada".
 
 

¿Le perjudicó profesionalmente ser hermano del presidente del Gobierno? La pregunta le molesta y acaso por esta razón no da entrevistas. "En 1996 hice una nota en la que se explicaba que quizás la opinión pública podía poner en duda mi independencia por razones de parentesco. Yo me siento independiente y amo a esta institución, a la que no quería lesionar. Tampoco se trataba de perjudicar a la presidencia del Gobierno". El destino ha querido que este hombre discreto y vital, que dice que los perdedores no le dan pena aunque, a veces, y a pesar de los años, los dramas que ve le hagan llorar, reciba miles de quejas sobre la España que no va bien, mientras su hermano, el presidente, repite, esgrimiendo otro montón de datos, que España va bien.
 
 

Es una curiosa representación de los perdedores y de los ganadores en la España contemporánea la que reúne esta familia. En ella hay dos bandos, el de los rubios, "que somos apasionados, vehementes y con muchos defectos", dice Manuel Aznar, y el bando de los morenos, "que son serenos y se alteran poco". El mayor de los Aznar López, rubio, investiga, diagnostica y valora la España que no va bien para hacer ver al Gobierno presidido por el menor de los Aznar López, moreno, que insiste en que España va bien, un montón de problemas y sufrimientos que deben ser solucionados o mitigados. Por lo visto, les hacen caso: un 83% de las recomendaciones que hace el Defensor con su "magistratura de la persuasión" es aceptado por la Administración. Pocas veces, salvo quizás en alguna novela, dos miembros de una misma familia, educados de la misma forma, aunque generacionalmente distintos, se sitúan en posiciones tan opuestas como complementarias y con miradas tan distintas hacia la realidad del país.
 
 

La saga de los Aznar tiene en Manuel Aznar, ex embajador, periodista, condenado a muerte por los dos bandos de la guerra civil, director de La Vanguardia durante el caso Galinsoga y personaje relevante en el franquismo, un referente claro. "Mi abuelo, posiblemente influyera más a mi hermano que a mí. Él vivió en muchos sitios, y tuvo problemas delicados. Era una persona interesante que vivió en otra España". El padre de Manuel y José María Aznar, que aún vive, fue director de Radio Nacional y de la Escuela de Radio y Televisión. Los López, en cambio, eran de Valladolid, si bien emigraron a Asturias, donde tenían un comercio de telas. Por eso Manuel nació en Oviedo, aunque todos vivieron en Madrid.
 
 

De la familia Aznar López se sabe poco, Manuel es el primero que habla de ella: "Tuve una infancia feliz. Aprendí lo que puede enseñar una familia católica de clase media, una familia de periodistas. No se hablaba de la guerra civil más que en otras familias. Era otra España. En mi casa había una gran biblioteca que incluía libros prohibidos, yo leía de todo, desde El Coyote hasta filosofía política... a Marx intenté leerlo en la Universidad. En mi casa no me sentí oprimido, y tampoco en el colegio del Pilar", explica; allí fue compañero de clase de Fernando Savater y de Enrique Ruano, que luego se convertiría en uno de los mártires de la oposición al franquismo.
 
 

Los Aznar López vivían en el mismo edificio que Dionisio Ridruejo, un falangista disidente, represaliado en los años sesenta por el franquismo. "A veces me encontraba con él y hablábamos sobre lo que iba a pasar en España. Yo, que nunca estuve especialmente politizado, estaba convencido de que, visto el entorno que teníamos, en España tenía que haber democracia. Por eso para mí la democracia fue algo normal", explica Manuel Aznar. Si a Manuel, que se reconoce católico y practicante y dice que "no quiere ni puede definirse hoy políticamente", le interesaba lo social; a José María, desde pequeño parecía interesarle la política. "No me ha extrañado que se haya dedicado a eso, se veía su interés por la política desde siempre. Creo que ha ido evolucionando. Mi hermano y yo nos vemos poco, sólo con motivos familiares, tres o cuatro veces al año... Hemos tenido vidas distintas". Y lo define como "una persona tranquila, serena, que no se altera por la cosas. Yo no lo recuerdo enfadado".
 
 

Puede parecer extraño que, dedicándose a la marginación y a recibir quejas de los ciudadanos, ambos hermanos no intercambien comentarios sobre estos problemas. Manuel Aznar pasa con pies de plomo sobre esta cuestión: "Hacemos separación de la vida pública y de la vida privada". Reconoce, sin embargo, haberle entregado a su hermano algunos de sus escritos, como ese en el que el mayor de los Aznar viene a decir en términos precisos y contundentes que "el Estado de bienestar no existe cuando falla su columna principal, que es el pleno empleo, el empleo de calidad". Su análisis consiste en poner de relieve las paradojas de que el desempleo genera más gasto social o que se aumentan los gastos en educación mientras no se sabe qué hacer con los jóvenes; hace también una defensa rotunda de los servicios sociales en educación, sanidad, vivienda y en todas las prestaciones de lucha contra la pobreza y la exclusión. "El Estado ha de garantizar estas prestaciones", concluye, "yo estoy de acuerdo con el modelo europeo".
 
 

La España que no va bien tiene hoy, según el mayor de los Aznar, "el reto de la coordinación de la atención sanitaria y la social en un marco común. Vemos personas dependientes, como los enfermos de Alzheimer y mucha gente mayor, peloteadas entre los dos sistemas". De eso trata el último informe del Defensor, elaborado desde su área, que ahora estudia el Gobierno: los perdedores, es ley de vida, esperan que los ganadores tomen decisiones. Hay otros muchos temas, como la inmigración, que, según Manuel Aznar, "necesita diálogo intercultural y tolerancia", pero el diálogo entre perdedores y ganadores no suele ser fácil. Y nadie se extraña por ello. 

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