El País Digital
Sábado 
9 diciembre 
2000 - Nº 1681
 
CULTURA
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Treinta películas ofrecen en Nueva York un panorama del último cine español 

Las producciones dirigidas por mujeres y el actor Javier Bardem protagonizan el certamen 

ISABEL PIQUER, Nueva York 
El actor Javier Bardem y las cineastas españolas son los protagonistas de la novena edición del Festival de Cine Español del Lincoln Center, que se abrió ayer en Nueva York. La muestra pretende ofrecer al público neoyorquino —el mayor, por no decir el único, consumidor de películas extranjeras en Estados Unidos— un breve panorama de lo que se cuece en España. La presentación a la prensa resaltó, sin embargo, una vez más, que la producción cinematográfica nacional, pese a su gran dinamismo, sigue enfrentándose a muchos y serios problemas.
 
Javier Bardem (S. Cirilo)
"Empezamos hace nueve años con una docena de películas en una semana; ahora tenemos casi treinta largometrajes que mostramos en 20 días", resumió ayer Richard Peña, el director de festivales de la Film Society del Lincoln Center. La muestra se organiza en colaboración con el Instituto Cervantes y la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).
 
 

Este año el festival se ha centrado en la trayectoria del actor Javier Bardem y la nueva generación de directoras españolas, como Gracia Quejereta, Isabel Coixet o Iciar Bollaín. Con la proyección de la película de Laura Mañá Sexo por compasión arrancarán las tres semanas de presentación.
 
 

Bardem recibió esta semana el premio al mejor actor del National Board of Review, una de las asociaciones de la crítica neoyorquina, por su actuación en Antes de que anochezca, el largometraje de Julian Schnabel sobre la vida del escritor cubano Reynaldo Arenas. Su interpretación suena incluso entre las posibles candidatas a una nominación para los próximos Oscar.
 
 

Los treinta largometrajes que se podrán ver en Nueva York hasta el 27 de diciembre incluyen producciones recientes como Asfalto, de Daniel Calparsoro; Leo, de José Luis Borau; La comunidad, de Álex de la Iglesia, o Plenilunio, de Imanol Uribe. Se trata de largometrajes que en Estados Unidos sólo caben en el marco de certámenes especializados y que se proyectarán junto a otras películas españolas más antiguas pero igualmente representativas, como Días contados, también de Imanol Uribe, Jamón, jamón, de Bigas Luna (ambas en el marco del homenaje a Bardem) o El perro del hortelano, de Pilar Miró.
 
 

El Festival de Cine del Lincoln Center es la muestra más completa de cine español a la que tiene acceso la audiencia estadounidense, especialmente la neoyorquina, que consume el 60% de las películas extranjeras que se distribuyen en Estados Unidos. "El cine de habla no inglesa lo tiene difícil, más aún desde que las películas independientes estadounidenses ocupan las salas destinadas a las producciones europeas", comentó Richard Peña.
 
 

Catarsis colectiva
 
 

Como ya sucedió en ediciones anteriores —es casi tradición— la rueda de prensa del festival se convirtió en un mini ejercicio de catarsis colectiva sobre la situación del cine español. "Creo que hay un número excesivo de películas, casi cien este año, para un mercado tan reducido como el nuestro", dijo el director Imanol Uribe, creando un cierto malestar entre el resto de los asistentes. "Me apena que se vea así", contestó Ventura Pons.
 
 

"La mitad de las películas españolas de este año se han estrenado después de septiembre. La gente no puede ver de 4 a 5 estrenos por semana. Deberíamos hacer como los franceses, que planean la distribución y sobre todo venden cada producto de forma distinta", subrayó Helena Taberna, directora de Yoyes

Temas machacados hasta la saciedad y que sonaban con cierto desaliento en el Walter Reade Theater. Como resumió Álex de la Iglesia: "Somos el país del mundo donde se ve más cine estadounidense. Estrenamos películas que ni siquiera pasan por las salas en Estados Unidos y van directamente al vídeo. Es difícil luchar fuera cuando ya has perdido en casa".
 
 

El eterno tema sigue siendo la mínima distribución del cine extranjero de habla no inglesa en Estados Unidos, donde al público no le gustan las películas dobladas o con subtítulos, excepto en Nueva York y otras ciudades de la costa este. Aun así, son pocas las salas de cine que abren sus puertas a la cinematografía europea. En Manhattan no llegan a cinco. El último éxito español que ha conseguido un resultado apreciable en la taquilla estadounidense es Solas, el largometraje de Benito Zambrano.
 
 

"El cine extranjero representa el 1% de las películas que se ven en este país. Una gran diferencia con los mejores años, en 1964 y 1965, cuando llegó al 10%, aunque también era la época de Bergman y Fellini. La actual tendencia empezó en los ochenta y se ha mantenido así", comentó Richard Peña.
 
 

"También los gustos de los norteamericanos están muy sujetos a las modas". Y la moda últimamente es hispana. Aunque el concepto no es tan rentable como parece. En su estrategia para entrar en el mercado norteamericano, los productos españoles a menudo piensan en el mercado latino. El cine lo tiene difícil. Las barreras culturales son difícilmente franqueables en este caso.
 
 

Latinos
 
 

"Es posible que el puertorriqueño que vive en Queens, por poner un ejemplo, no acuda a Manhattan para ver una película española, pero su hijo, la segunda generación nacida en Estados Unidos, sí, porque quiere ver temas que le son mucho más familiares en una lengua que le interesa", aseguró Peña.
 
 

Lo cierto es que nombres como Antonio Banderas, Pedro Almodóvar y Penélope Cruz —que últimamente llena las portadas de las revistas de moda estadounidenses— siempre ayudan a popularizar el cine español fuera del círculo de iniciados neoyorquinos. 

Precisamente Penélope Cruz estrena a finales de este mes uno de los trabajos que ha realizado en Estados Unidos, All The Pretty Horses, la película dirigida por Billy Bob Thorton y que protagoniza junto a Matt Damon. La actriz, mientras tanto, concluye el rodaje en Manhattan de Vanila Sky, la adaptación estadounidense de la película de Alejandro Amenábar Abre los ojos, dirigida por Cameron Crowe y también protagonizada por Tom Cruise y Cameron Diaz. 

El actor imparable

El premio que la crítica neoyorquina ha concedido a Javier Bardem por su interpretación del escritor cubano Reynaldo Arenas en la película Antes de que anochezca es el último eslabón de una cadena de triunfos que parece imparable. 

Bardem (premiado por los críticos del National Board of Review nada menos que junto a la todopoderosa Julia Roberts) recibirá este importante galardón el próximo 16 de enero, apenas un mes antes del anuncio de las candidaturas a los oscar, una aspiración a la que el actor se aproxima peligrosamente. Su nombre suena con fuerza en las listas de los posibles candidatos a la estatuilla a la mejor interpretación masculina.
 
 

Bardem, de 31 años, está ahora precisamente en Los Ángeles (la próxima semana viajará a Nueva York), donde promociona Antes de que anochezca, la película que, dirigida por Julian Schnnabel, retrata la tormentosa existencia del famoso escritor homosexual cubano.
 
 

Por este trabajo logró en septiembre la Copa Volpi del Festival de Venecia y por él ha vuelto a demostrar que es difícil encasillar a un actor que ha logrado moldear un físico rotundo —que para muchos iba a condicionar su carrera— a su antojo, que es capaz de dar vida a tipos tan opuestos como el alcohólico débil y enfermo de Los lobos de Washington, el contenido paralítico de Carne trémula, el pícaro huérfano y desesperado de Éxtasis, los aparentemente sólidos machos ibéricos de Huevos de oro y Jamón, jamón y el camello yonqui de Días contados

Españoles en París

OCTAVI MARTÍ, París 
La coronación de Sergi López la semana pasada como mejor actor europeo del año tuvo lugar en París en una ceremonia en la que también intervinieron otros intérpretes españoles como Carmen Maura, Fele Martínez o Eduardo Noriega, así como el director Pedro Almodóvar. Son sólo algunos nombres de los que empiezan a figurar en la incipiente reconstrucción de un estrellato europeo. 

Maura y López, al igual que Victoria Abril, llevan tiempo desarrollando su carrera a los dos lados de los Pirineos, sintiéndose en casa tanto en un país como en otro, cómodos en los dos idiomas, admitido su acento del Sur como parte integrante del paisaje francés, o sus compañías galas como encuentros interesantes para los espectadores españoles.
 
 

Pero hay más, pues Ariadna Gil, Liberto Rabal o Juan Echanove también intentan asomarse a las pantallas de nuestros vecinos. El fenómeno es importante. Hasta los años cincuenta el cine que se hacía en París, Madrid, Berlín o Roma se amortizaba casi siempre a partir del propio mercado interior. La competencia de la televisión y de otras formas de ocio hizo que proliferara lo que otrora era raro: la coproducción. 

De pronto Lea Massari se besaba con Paco Rabal o Bertrand Blier era un cura siciliano que reñía a los comunistas con igual convicción que Gina Lollobrigida seducía a Gérard Philippe. Italianos y franceses, Cardinale y Bardot, Mastroianni y Delon, Mangano y Belmondo, pero también Toto y De Funes, jugaron esa carta, fueron actores cuya sola presencia en un reparto era garantía de filme taquillero en la mayor parte de Europa.
 
 

El poder de atracción de esos apellidos, su dimensión de estrellato alternativo frente al propuesto por Hollywood, fue tan incuestionable como incuestionable fue el fiasco de una operación que quiso equiparar la popularidad de los directores a la de sus actores. Antonioni, Godard, Truffaut, Saura o Herzog debían ser el relevo, el cine de autor ocupar el lugar del cine de actor, las ideas el de las emociones.
 
 

Hoy en Europa, de cada 100 entradas vendidas, unas 80 son para ver películas estadounidenses. Nuestras grandes inteligencias o bellezas o bien sólo son conocidas por sus compatriotas o bien hablan en inglés desde el otro lado del Atlántico. El cine europeo pretende con iniciativas como la de unos galardones equiparables a los oscar reconciliarse con su público natural, recuperar la confianza de los espectadores, tejer de nuevo esos vínculos de complicidad entre pantalla y platea.
 
 

Maura, Abril y López han abierto el camino, pero las suyas son aventuras personales, excepciones. Para que las excepciones sean regla la opinión pública y el poder político europeos debieran comprender que el audiovisual es un sector portador de futuro económico y cultural. 
 

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