Jueves, 4 de octubre de 2001

Laura Esquivel rechaza 'la globalización inhumana de la usura'

MIGUEL MORA | Madrid 

La autora de Como agua para chocolate vuelve a cocinar su literatura alrededor del amor. En Tan veloz como el deseo regresa a ese terreno de emociones y palabras, esta vez con la figura de su padre, que fue telegrafista, como eje central. Lo cual sirve a Laura Esquivel para expresar sus dudas sobre la revolución de la comunicación, y para reivindicar un regreso a las miradas y a las sensaciones: 'Esta globalización inhumana, basada en los beneficios y la usura, no es civilizada'.

Tan veloz como el deseo (Plaza y Janés) es un homenaje de Laura Esquivel al 'maravilloso carácter y sentido del humor' de su padre, que falleció tras una larga enfermedad y ejerció el romántico oficio de telegrafista ('cuando la revolución mexicana llegaba a los pueblos, el primer fusilado era siempre el del telégrafo') inspirándose en las enseñanzas de sus antepasados mayas, que sabían que la galaxia y sus habitantes estaban intercomunicados por un cordón umbilical invisible, un cable que partía del plexo solar y viajaba por esa gran matriz resonante que es el universo transmitiendo el conocimiento y la sabiduría.

Denuncia del olvido en que la modernidad ha sumido a los ancianos, crítica de la tecnología deshumanizada y silenciosa, alegoría del poder salvador de la palabra, la novela de Esquivel retrata desde su lecho de muerte la jovial figura de Don Júbilo, un ser con asombrosas capacidades para entenderse con (y hacerse entender a) los demás interpretando sus deseos: 'Las palabras viajan a la misma velocidad que el deseo, y por lo tanto es posible prescindir de ellas al enviar un mensaje de amor. El único requisito para que puedan ser recibidas es contar con un aparato sensible, y Júbilo lo tenía, había nacido con él, lo tenía instalado en su corazón'.

Esquivel (Ciudad de México, 1950) escribe convencida, y apoyada por la ciencia. Cree que el amor 'es la fuerza más poderosa del mundo, lo que nos desconecta de todo lo demás. Lo tenemos dentro, y la prueba es que somos capaces de darlo, porque no puedes dar lo que no tienes. Los científicos ya saben que el 90% de nuestro cuerpo es espacio vacío. La energía que ocupa es el amor. Sin piel y sin fronteras. Ésa es la única globalización en la que creo'.

¿No cree que existe la globalización económica? 'En absoluto. Nos venden la democracia, el desarrollo y la civilización mientras millones de personas se están muriendo de hambre en el mundo. Basar el desarrollo en el desarrollo económico es un error. Es tan sencillo... Practican la acumulación y la usura y no se dan cuenta de la violencia que eso genera. ¿Cómo se puede cobrar intereses a un país muerto de hambre? Es completamente inhumano. Y resulta que la libertad y la democracia se basan en la libertad monetaria. Con dinero tienes acceso al sistema de salud y lucro, a la educación, a los viajes. Si no, te niegan todo eso. Si estamos en la globalización económica, ¿qué pasa cuando alguien acumula y acumula riqueza? ¿No le quita eso libertad a otra persona? Es una vergüenza'.

¿Y tiene solución? 'El capital puede viajar a cualquier parte. Pero los obreros no. Eso es suficiente para replantearnos todo: el concepto de Dios, el de democracia, el de desarrollo. ¿Cuál es el beneficio obtenido de siglos y siglos de universidades? ¿Para qué ha servido la historia de la cultura? ¿Para que el capitalismo absurdo permita que existan mafias de la droga en todo el mundo? ¿Por qué no hablan ya de legalizar la droga? Porque ese dinero sirve para financiar la industria de las armas'.
Optimismo

Esquivel lo ve mal, pero no pierde el optimismo. 'Lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo. Nos está obligando a recapitular. No creo en los cambios externos, sino en los internos, y todo esto nos ayudará mucho a la hora de ir a votar la próxima vez. Como hicieron los pasajeros del avión secuestrado que cayó en Pittsburg, si hay que quitar el control a los terroristas, se les quita. Hay que pronunciar las palabras amor y paz una y mil veces. Porque sólo con pronunciarlas se cree ya en el poder de las palabras. Y porque a la modernidad le estorban las emociones'.


 

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