El País Digital
Martes
19 enero
1999 - Nº 991

GREGORIO PECES-BARBA • RECTOR DE LA UNIVERSIDAD CARLOS III

"Ningún presidente del Gobierno se ha interesado por la Universidad"

CARLOS ARROYO, Madrid
El Gobierno ha hecho "cierta dejación de sus obligaciones" con la universidad, afirma Peces-Barba, que advierte contra el "debilitamiento" de la exigencia a los alumnos


Gregorio Peces-Barba (R. Gutiérrez).
El socialista Gregorio Peces-Barba, de 61 años, se doctoró en el arte de la negociación en una de las mejores escuelas que ha tenido el país: la ponencia que en 1978 redactó la Constitución, una de las referencias políticas, jurídicas y morales que tiene siempre a punto.

Por lo tanto, fue padre de la patria antes de ocupar la tercera magistratura del Estado, la presidencia de las Cortes, durante la primera legislatura socialista. De tan alto escaño pasó en 1986 a su cátedra de Derecho Natural y Filosofía del Derecho en la Universidad Complutense y, desde tres años después, está empeñado en construir una universidad de prestigio, la Carlos III, con sedes en Getafe y Leganés, al sur de Madrid.

Da clases de Teoría del Derecho, de Filosofía del Derecho y de Derechos Fundamentales; acaba de coordinar el primer tomo de una Historia general de los derechos humanos (Editorial Dickinson, y últimamente ha escrito trabajos sobre la escasez y sobre la solidaridad. Entre sus debilidades destacan el fútbol, los puros habanos y las veraniegas partidas de dominó en Ribadesella.

Pregunta. Usted, que ha tenido contacto con los últimos presidentes del Gobierno...

Respuesta. Menos Franco y Carrero Blanco.

Los que ha conocido, ¿se han preocupado de la Universidad?

En absoluto. Ningún presidente se ha interesado por la Universidad: ni Adolfo Suárez, ni Leopoldo Calvo Sotelo, ni Felipe González, ni José María Aznar. Hay un hecho objetivo: en ningún programa electoral y en ningún debate del estado de la nación se ha analizado la cuestión.

¿Cómo se concilia la militancia en un partido con el rectorado?

Todo depende de cómo se tome la militancia. Si supone una adscripción a una ideología y a unos valores morales, como es mi caso, no veo el menor inconveniente. Otra cosa sería si hubiera una relación de obediencia al partido. Eso sería incompatible.

¿Le costó más gobernar a los diputados que a los profesores y los estudiantes?

Hombre, el presidente del Congreso tiene una autoridad enorme, mientras que el rector sólo tiene la que se sepa ganar cada día.

¿Echa de menos algo que la sociedad debiera hacer por su Universidad y viceversa?

Yo creo que la Universidad está más dispuesta a conectar con la sociedad que a la inversa. Por ejemplo, los esfuerzos que nosotros hacemos por conectar con ciertas grandes empresas a veces resultan penosos.

Hay empresarios con una idea muy soberbia de su propia posición y una visión muy despectiva de la Universidad. No es el momento, pero algún día habrá que hacer una lista de estas empresas y estos empresarios. Habrá que hacerles contramarketing.

Usted, que escribe a mano, ¿qué piensa acerca del aprovechamiento de las nuevas tecnologías en la Universidad española?

El aprovechamiento es cada vez mayor, hasta el punto de que se acabarán reduciendo las diferencias entre las universidades a distancia y las presenciales.

¿Cómo se lleva personalmente con estas tecnologías?

Mal, porque yo ya tengo mis métodos de trabajo. Utilizo estas tecnologías por persona interpuesta. Con carácter general, es evidente que hay que usarlas, pero, en fin, conviene recordar que Kant hizo sus obras sin nuevas tecnologías. Está claro que son un buen instrumento, pero nunca sustituirán a la razón ni a las ideas. No vayamos a construir ahora una fe militante que acabaría como todas: en el museo de la historia.

¿Cómo ve a los jóvenes universitarios?

La pregunta de si son mejores o peores que antes no tiene sentido. En general, los jóvenes que yo veo tienen voluntad de trabajo, aunque es cierto que no se tienen que preocupar por muchas cosas que a nosotros nos preocupaban mucho. Ya tienen la libertad y la democracia. Hay muy pocos universitarios antisistema, hipercríticos, y son rechazados por la gran mayoría. Hay bastantes con una gran ética de la generosidad, algo que parecía antiguo y que, con esto del mercado y las ideologías neoliberales, se creía que estaba agotado.

¿Hasta qué punto es compatible el modelo de funcionariado con la eficacia docente y organizativa?

Por supuesto que lo es. Sería un error intentar romper la unidad del cuerpo de catedráticos, que es el que vertebra la Universidad. Lo digo pensando en los profesores decentes, no en patologías; hablo de principios, por mucho que a veces estén agujereados por vicios históricos. Desde el punto de vista académico e intelectual, la Universidad tiene una serie de dimensiones medievales imposibles de sustituir. El concepto de academia, si se utiliza mal, da una impresión de corporativismo; pero si se utiliza bien sirve para el progreso del conocimiento.

¿Qué responde a las frecuentes acusaciones de endogamia?

El problema tiene difícil solución jurídica. La solución de sustituir en los tribunales de oposiciones el 2+3 [dos de la universidad convocante y tres de otras] por el 1+4 es complicada. Hay formas de templar la cuestión, pero no es fácil resolverla plenamente. Porque el corporativismo tiene un origen medieval, es inevitable.

Si desaparece la relación maestro-discípulo, desaparece la Universidad. Puede ser una relación sana o corrupta, porque estamos ante un problema de prestigio y de moralidad académica. Un catedrático sin prestigio intentará que nadie le haga sombra en su entorno y, por lo tanto, intentará perpetuar la mediocridad.

Esto es muy difícil de combatir. Aunque se ha mejorado mucho desde el franquismo, hay que reconocer que todavía existen elementos de corrupción. Lo que no podemos hacer es acabar con el dolor de cabeza cortándola. Suprimir el problema eliminando la relación maestro-discípulo es acabar con la Universidad.

Pues ahí choca con la opinión de Esperanza Aguirre. A ella le gustaría impedir la endogamia por ley.

Hay que recordar a la señora ministra, por la que tengo aprecio, aunque no sé si conoce suficientemente el mundo universitario, que todo esfuerzo inútil conduce a la melancolía. Intentar resolver el problema por ley es un esfuerzo inútil.

Pero hay un problema dramático: el de quienes se van al extranjero y vuelven con una sólida formación académica e investigadora, pero no encuentran una manera de integrarse dignamente en la Universidad española porque no han hecho pasillos.

Ésa es una de las consecuencias dramáticas de la tradición maestro-discípulo: que la relación es cerrada y, a menudo, impide la integración de personas valiosas formadas en otros lugares.

Por utilizar la terminología al uso, ¿qué valor añadido o qué hecho diferencial aporta su universidad al panorama español?

No sería discreto que respondiera a esa pregunta. Es cuestión de una evaluación externa. Lo que hemos intentado es crear un ideario, porque no somos un servicio público vacío de ideas, sino que tenemos un ideario intelectual enraizado en la mejor tradición liberal y progresista española, en la Institución Libre de Enseñanza, lo que nos convierte en una universidad abierta a todas las ideologías. De los profesores y de los estudiantes.

Hemos evitado algunas prácticas habituales de aflojamiento, de debilitamiento en la exigencia a los estudiantes y en el rigor en la enseñanza. También hemos intentado formar unos órganos de gobierno ejecutivos, que no se empantanen en la necesidad de pactarlo absolutamente todo.

¿A quién señala con lo del debilitamiento, a los profesores, a los alumnos o a los programas?

Me refiero, por ejemplo, a las convocatorias sin fin, a ese relajamiento que en su origen proviene del franquismo, que, para evitar otros problemas, proponía estas vías de escape aceptadas por algunos sectores estudiantiles y progresistas como una conquista. Pero no lo es. Ni mucho menos.

Lo progresista es aumentar las becas y promover la igualdad de oportunidades, no aflojar la exigencia, de forma que personas adineradas puedan acabar la carrera, al cabo de muchos años, sólo por su poder económico. Y mientras tanto ocupen el sitio de otros que tienen mucho más interés y mayores capacidades.

Al PSOE se le acusa de haber querido implantar en la educación el famoso "café para todos" de la transición. Pero café aguado.

Hombre, está bien que al PSOE le echemos la culpa de absolutamente todo lo que pasa en España, pero esto que comentamos es muy anterior. Viene del franquismo. Además, el café para todos está muy bien, porque es la generalización del derecho a la educación.

En la eterna polémica de las matrículas caras o baratas, ¿dónde se sitúa usted?

A mí me resulta sorprendente que las tasas bajas sean consideradas una reivindicación progresista. Es cierto que un incremento muy alto de las segundas matrículas es injusto, pero es importante que vayamos abandonando la idea de la tasa única. Ahora, cuando uno se pasa una peseta de lo estipulado para recibir una beca, ya paga lo mismo que el hijo de un banquero, que podría pagar su propia plaza y otras cien. En algunos ambientes estudiantiles ya se están empezando a dar cuenta de la injusticia de las tasas únicas.

¿Pero cree que los ciudadanos tienen oído para ese mensaje?

Es difícil transmitirlo, pero hay que hacerlo. Sobre todo, los profesores, que, como decía Weber, estamos obligados a transmitir los hechos incómodos. Y, a veces, a ponernos frente a la manifestación, no al frente de la manifestación.

¿Qué le parece la política universitaria del Gobierno?

Diré algo negativo y algo positivo. Lo negativo es cierta dejación de sus obligaciones, como si pensara que al transferir las competencias lo ha transferido todo, y, especialmente, el no haber abordado la coordinación del sistema, que corresponde al Consejo de Universidades. Lo positivo es que la ministra ha entendido la necesidad de la movilidad estudiantil.

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