El País Digital
Jueves
14 enero
1999 - Nº 986

Cronología vasca

PATXO UNZUETA

Si se convocase un concurso, estaría muy disputado el título de campeón en deseos de dejar de hablar, y de oír hablar, de Euskadi. Sin embargo, en ese territorio hay personas que se sienten con derecho a perseguir a quienes no comparten la fe nacionalista, y sería inmoral callar. El objetivo del terrorismo, de alta o baja intensidad, es provocar el desistimiento de la mayoría; esa reacción, producto del hastío en no menor medida que del temor y la desesperanza, que se expresa mediante frases del tipo: "Que les den lo que pidan y nos dejen en paz".

Algunos acontecimientos recientes hacen que cunda el desánimo: "Estamos peor que antes" (de la tregua). Ese desencanto es fruto de un malentendido. El de creer, contra toda evidencia, que todos los problemas tienen solución. Es decir, que un día desaparecen. Pero los problemas políticos se transforman, no desaparecen. La tregua significa que llevamos seis meses sin atentados mortales, y eso es estar en una situación infinitamente mejor que la anterior, aunque los que trataban de imponerse por la fuerza no hayan desistido. Se sienten con derecho a seguir, y quienes podrían hacerles dudar más bien les tranquilizan.

Entre 1995 y 1998 se registraron en el País Vasco 325 ataques contra sedes de partidos y contra coches, casas o negocios de afiliados. De ellos, 142, cerca de la mitad, fueron dirigidos contra el PNV. En un documento de KAS conocido como Karramarro 2, parcialmente recogido en algunos libros recientes sobre ETA, se hace un balance de los efectos de la ofensiva contra el nacionalismo tradicional: "La izquierda abertzale ha logrado remover en cierta medida la posición del PNV, tanto mediante la incidencia política de ETA, llevando a cabo acciones muy selectivas en contra de la Ertzaintza, como gracias a la presión de la kale borroka"(...) Nuestro análisis y objetivo político con respecto al PNV es lograr que deje de ser un obstáculo añadido al conflicto que nos enfrenta contra el Estado español, y no estigmatizar ese partido como enemigo perpetuo". El escrito se difundió a comienzos de 1997.

En febrero de dicho año el PNV aprobaba su "Documento sobre la pacificación", en el que se plasmaba el giro hacia la negociación que culminaría en las conversaciones de 1998 y el Acuerdo de Lizarra. Entre 1997 y 1998 el número de agresiones contra el PNV se redujo de 50 a 13, el mismo que contra el PP; y de esos 13 casos, ocho se produjeron en la semana que siguió a la muerte en enfrentamiento con la Ertzaintza de la activista Ignacia Zeberio.

Tras la tregua, según ha informado recientemente Iturgaiz, se han producido 48 actos de violencia o intimidación contra miembros del PP vasco. Es una paradoja que los sabotajes de la segunda línea de las organizaciones terroristas —lo que los italianos llaman violencia difusa precisamente por su carácter aleatorio— se manifieste en Euskadi como violencia selectiva: afecta exclusivamente a los no nacionalistas, especialmente a los del PP.

No es cierto por tanto que nada ha cambiado, como dicen los más pesimistas; antes los amenazados eran todos los ciudadanos y ahora sólo los no nacionalistas. Pero tampoco es cierto que todo ha cambiado, como dicen los nacionalistas. En realidad el PNV dice dos cosas contradictorias: que el abandono de las armas por parte de ETA es irreversible, lo que justifica la opción por un Gobierno nacionalista con apoyo parlamentario de Euskal Herritarrok; y que no es definitivo, por lo que el Gobierno español debe moverse —presos a Euskadi, negociación política— para evitar la vuelta a las andadas.

Los nacionalistas desean con todo su corazón que cesen las amenazas contra sus vecinos del PP, pero contemplan con alivio la confraternización de sus líderes con los de Euskal Herritarrok: piensan que eso les pone a cubierto, y quieren garantías de que la cosa seguirá por el buen camino; y hasta están dispuestos a movilizarse exigiendo que se acuerden las contrapartidas necesarias para que no regresen los tiempos en que todos estaban amenazados. También agradecen que sus dirigentes les tranquilicen minimizando las agresiones como "chiquilladas". Y les incomodan los aguafiestas que dicen que el precio de la paz no puede ser la persecución de los que no comparten su fe.

© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid