OPINION Miércoles, 23 de junio de 1999  El Mundo 
EDITORIAL ENTRE EL CATASTROFISMO DEL HOY Y EL REPUDIO DEL AYER 
 «España va bien», sostiene el uno. «España es un desastre total», replica el otro. «Lo que pretenden ustedes es retrotraernos al pasado», argumenta el primero. Así discurrió ayer, sobre poco más o menos, la polémica entre Aznar y Almunia en el debate sobre el estado de la nación.

 Por supuesto que el discurso de Aznar fue triunfalista. Pasó como por sobre ascuas por los aspectos más problemáticos de su gestión, dando prioridad a los más brillantes. Lógico. Pero eso a Almunia le dio igual: él iba dispuesto a hacer un discurso radical y uniformemente catastrofista. Y es lo que hizo. Según él, Aznar carece de liderazgo, está obesionado por el poder, constituye una rémora para el país, privatiza para beneficiar a sus amigos, hace el ridículo en los foros internacionales, no tiene proyecto, su reforma fiscal no reformó nada, incumple todas sus promesas... Es, en suma, un desastre sin paliativos.

 De haber pretendido ganar nuevos adeptos para su causa, Almunia habría matizado más su intervención. Habría aceptado larealidad de los datos económicos con los que Aznar rebatió -con notable comodidad- buena parte de sus críticas, se habría mostrado menos maniqueo, habría jerarquizado sus reproches, habría apelado a terrenos esenciales para el pensamiento de la izquierda -las libertades, la ecología- que dejó olímpicamente de lado... Pero no apuntaba a ese objetivo. Su interés se centró en alimentar la euforia que su partido ha exhibido tras las últimas elecciones. Hizo un discurso pro domo sua. Y su público se lo agradeció con creces.

 De los tres oponentes que el PSOE ha puesto frente a Aznar en los tres debates sobre el estado de la nación que ha habido en esta legislatura, Almunia ha sido, sin sombra de duda, el que mejor librado ha salido. En el primero, Felipe González tuvo una intervención desvaída, anodina, que ni siquiera el fervor de los suyos pudo salvar. El pasado año, Borrell se metió en un jardín tecnocrático del que no supo cómo salir, y sus compañeros, escasamente propicios a su causa, lo abandonaron a su suerte.Almunia, que se presentó ayer en la tribuna como representante de lo de siempre, contó con el apoyo entusiasta y sin fisuras de los de siempre.

 «No me corresponde hoy ofrecer alternativas», dijo. ¿Cómo que no? No se trataba ni de una moción de censura ni de una reedición de la investidura. Los debates sobre el estado de la nación desembocan justamente en propuestas que vota la Cámara: es el momento de criticar lo que cada cual entiende que se está haciendo mal, sí, pero también el de proponer cómo cabría hacerlo mejor. Almunia optó por lanzar un ataque general, en todos los frentes, ventilador en mano, no tanto para marcar las líneas maestras de una alternativa diferente como para demostrar a los suyos que tienen un abanderado con arrojo.

 Está claro que, de cara al próximo envite electoral, el PSOE ha decidido apuntarse al catastrofismo. Vamos a tener doberman hasta en la sopa. El Gobierno responderá como lo hizo ayer: apelando a sus logros y llamando al repudio de las «recetas fracasadas» del pasado. Sonlasdos líneas políticas que protagonizarán, a buen seguro, los próximos meses.