El tercer debate de la legislatura sobre el estado de la Nación ha brindado como todos sus precedentes, de éste y de otros ciclos políticos, la clásica impresión de que cuando los contendientes se acusan o descalifican suelen llevar razón. Esto le recuerda a uno aquella desgarrada letra de la copla en la que una mujeruca le dice a otra: "Tu marío y el mío se han peleao /, se han puesto de c... y han acertao."
Viendo a José María Aznar y a Joaquín Almunia arrojarse a la cabeza, dialécticamente hablando, reproches que podrían aplicarse a ellos mismos en otras ocasiones, o intercambiarse al revés con auténtica justicia, brota espontánea la consideración de que éste tipo de discusiones parlamentarias, salvo matices, favorecen poco la imagen política de los contendientes y de sus respectivos partidos. Para ellos lo mejor del Debate sobre la Nación es que sólo se celebra una vez al año.
Al contrario que las elecciones, cuyas campañas sirven para airear las verdades cada cuatrienio, el Debate anual que comentamos sirve para confundir al ciudadano corriente. En tal caso varía cualitativamente el mensaje o los mensajes, pues se pasa del electoralista "tú más que yo", referido a errores y pecados, al ocasional "yo mejor que tú".
En este último sentido, el Debate sobre el Estado de la Nación parece un concurso de belleza o un certamen de virtudes. Todo es cuestión de dejar que pasen los minutos para que el testigo u oyente de las palabras pase sucesivamente del blanco al negro y del negro al blanco. Cada orador, en nombre de su formación correspondiente, procura ocultar lo que el adversario le recuerda luego, o decir antes lo que el oponente va a silenciar.
Aznar, en el Debate de ahora, no se ha mostrado diferente del González que pregonaba, en sus años de poderío, el monopolio del acierto. Si Aznar entonces le negaba todo a González, Almunia hoy, en el puesto parlamentario de González, intenta, o ha intentado hacer creer, que el presidente del Gobierno ha equivocado la totalidad de un pleno al quince.
En muchos momentos de la discusión, los grandes asuntos que están sobre la mesa parecían evocados con peligroso sentido de la inoportunidad. Esto ocurría, por ejemplo, cuando Almunia reprochaba al Gobierno, en materia de Justicia, la impunidad de muchos delitos, o, en otros aspectos, el sentido antidemocrático de las privatizaciones ordenadas o programadas desde el poder. La metáfora de la soga en casa del ahorcado acudía con presteza a la memoria. Nada se diga de la imputación de autoritarismo a José María Aznar desde la portavocía de un partido, el PSOE, que ha sido modélico y sigue siéndolo en todo lo que se relaciona con el aplastamiento de las disidencias internas.
El hecho de que el Debate de éste año se celebre con posteridad a unas elecciones, las del 13-J, ha servido para darnos la medida de las diferentes interpretaciones. A la presentación exitosa de su gestión, por parte de Aznar, con el consabido tufo triunfalista, replicaba Almunia con una no menos triunfalista lectura de los resultados de las elecciones autonómicas, municipales y europeas. Lo cual ha permitido saber que se puede pasar del "váyase, señor González" al "tendrá que irse muy pronto, señor Aznar".
Los distintos puntos del temario no son de necesaria descripción, pues están ya más que aireados. Baste indicar que sirvieron en importante medida para denotar la cantidad de celos con que los dos partidos principales se observan desde la atalaya de sus respectivas semejanzas. Almunia destiló no pocas reticencias contra la pretensión popular de mostrarse con imagen de centro reformista. La antigua lucha por el centro resplandecía ahora más que nunca. Fue de observar el sarcasmo que el portavoz socialista utilizó para ridiculizar el hecho de que, a su juicio, el PP intente aparecer ante la opinión nacional e internacional como de ideología socialdemócrata. Almunia mostró en ese instante una aparente irritación. Calificó de "esperpento" la emulación intentada por Aznar ante el mensaje del manifiesto Blair-Schroeder sobre la "tercera vía". No parecía sino que el líder popular español usurpaba al PSOE la patente de este ideario acuñado, como dijo Almunia, por Schroeder y "por mi amigo Blair".
Ha sido, en definitiva, un
debate pobre y carente de sorpresas. Un debate que los nacionalistas vascos
y catalanes vigilaron también con sentido clientelista, pensando
en sus propios electores, ganosos de comunicar a todos los vientos que
la pacificación de Euskadi, en un caso, o la contribución
de CiU a la famosa "gobernabilidad" no viene siendo objeto, por parte del
Gobierno, de la debida gratitud. ¿O se trata más bien de
una reclamación de recompensa? A fin de cuentas coincidieron vascos
y catalanes en expresar su alarma ante el aviso aznarista de que el Estatuto
de Autonomía y la Constitución marcan la frontera que nunca
debe ser rebasada, que las reivindicaciones competenciales no serán
ilimitadas y que las "aventuras irresponsables" están abocadas al
fracaso. Palabras éstas que apuntaban, con insólita cautela
sin embargo, a la condena de los pactos PNV-EA-EH.
El debate:
duelo de tecnócratas
Pablo Sebastián
No hubo debate político sino confrontación tecnocrática
entre
José María Aznar y Joaquín Almunia, máximos
representantes
del PP y del PSOE. El debate y el enfrentamiento político se
celebró entre el PNV y el PP. El debate entre Aznar y Almunia
fue moderado y con mutuas alusiones al consenso que, al final,
dio la victoria del debate PP-PSOE sobre el "estado de la nación"
al presidente Aznar. Victoria "a los puntos", como se dice en el
boxeo, o mejor dicho "a los números", porque la buena cuenta de
resultados económicos y sociales del gobierno del PP es
incontestable y no soporta la menor comparación con los pasados
gobiernos del PSOE.
Pero la ventaja de Aznar sobre Almunia no fue aplastante como
ocurrió con Borrell. Y permitió al secretario general del
PSOE
salir dignamente de la prueba que le esperaba -su liderazgo
interino y tardío- no solo frente a Aznar sino también ante
su
propio partido y electores. Se puede decir que Almunia no estuvo
mal, pero tampoco se ganó el cargo de candidato a presidente del
gobierno por parte del PSOE, aunque mantiene expectativas.
Sobre todo si el perfil del líder que se busca en el PSOE es más
tecnocrático que político como ocurrió en los pasados
comicios
del 13-J con Rosa Díez. Pero a sabiendas los socialistas que, esta
vez y para ganar al PP, el PSOE tiene que ir mas por el campo
de la política que por el de los números o resultados contables
de
la gestión del gobierno, donde el PP siempre tiene las de ganar
y
el PSOE las de perder.
El terreno tecnocrático es el mas propicio para Aznar. El
presidente está, en este campo, como pez en el agua y además
se
sabe bien los números y la lección. Sin embargo Aznar carece
de
un firme liderazgo político (carismático) y de una nítida
cuenta de
resultados en el ámbito de la regeneración democrática.
Ambas
cosas son parte de los problemas que el PP tiene para romper su
techo electoral y provocar el entusiasmo del centro y de muchos
de sus potenciales electores.
En el campo de la política Aznar tiene mas que perder que
ganar. Aunque no es el PSOE -y menos un ex ministro de los
gobiernos de González- el partido mas apropiado para exigirle al
presidente del gobierno regeneración, ética y juego limpio
democrático, como con razón lo recordó ayer Anguita
con
críticas al PSOE y al PP. De ahí que cada vez que un ex ministro
del PSOE sube a la tribuna del Parlamento siempre le queda al
adversario del PP el recurso fácil al pasado, o al "tu mas que yo".
Lo hizo Aznar al recordarle a Almunia su paso por el ministerio
de Trabajo y sus malos resultados en el paro.
De ahí que para el PSOE el candidato ideal -para que no le
puedan echar en cara el pasado y su gestión- podría ser
cualquiera de sus barones (Vázquez, Cháves, Bono Ybarra).
Los
que tienen una buena cuenta de resultados políticos, en su
gobierno local o autonómico, y no estuvieron -salvo Cháves-
implicados en los "escandalosos" gobiernos de González. Con el
añadido de que los barones del PSOE han ganado elecciones en
su territorios y no llevan la marca del "perdedor" en el dorso.
Marca que, con poca elegancia, le recordó Aznar a Almunia
citando las "primarias" del PSOE.
Cita, o golpe bajo, que Aznar llevaba preparada de antemano
para el turno de réplica ("trae usted las tareas hechas desde casa",
le dijo Almunia), como cuando calificó de catastrófico el
discurso
del representante del PSOE que, si es cierto que fue bastante
negativo, también incluyó un largo apartado de ofertas de
pactos
al gobierno y de reconocimiento de algunos de sus logros, lo que
Aznar no quiso oír ni ver.
Al final ambos acordaron mantener el consenso en la cuestión
de la pacificación vasca y de la negociación con ETA. Tema
que
parecía estar pactado por ambos políticos antes del debate
y que
excluyó cualquier derivación o tensión entre los dos
partidos por
las llamadas cuestiones del nacionalismo. Un campo de batalla
política por el que PP y PSOE pasaron de puntillas porque tienen
intereses cruzados y encontrados.
Por todo ello sorprendió, por ejemplo, que no surgiera en el
debate la cuestión de los pactos municipales. Como los del PSOE
con el BNG y PNV, que Arenas y Mayor Oreja afean a diario a
los líderes socialistas. Aquí hubo tongo porque Aznar tiene
también mucha ropa que guardar con Pujol como se vio ayer en
el "fair play" del debate de Aznar con López Lerma, de CiU. De
la misma manera que Almunia tiene asuntos que tratar, sin
enfadar a los nacionalistas, como sus pactos con el PNV y el
inminente despegue de su candidato a la Generalitat, Pascual
Maragall.
Donde se rompió el encanto fue en el debate abierto y franco
entre Aznar y Anasagasti o entre el PNV y el PP. Ahí el portavoz
del PNV dio el dó de pecho y apareció como el único
líder de la
oposición. Una oposición peculiar por ser, en este caso,
oposición
nacionalista que, además, exigía al presidente que rompiera
públicamente (y no a través de Mayor Oreja y de Arenas) el
pacto con el PNV, a la vez que Anasagasti reivindicaba para el
Partido Nacionalista Vasco (y en ello, sí, con bastante razón)
de
la aportación del PNV y del Pacto de Estella a la pacificación
del
País Vasco.
Un momento y un discurso bastante tenso que aprovechó Aznar
(ante un Almunia mudo, que vio como que se escapaba ese barco
patriótico y nacional del tema del nacionalismo y de la paz con
ETA, a la hora de mayor audiencia por la televisión) para lanzar
el mensaje de las víctimas del terrorismo de ETA y del no pago
de precios políticos por la paz. Debate que Aznar y Almunia
habían eludido y que, al final de la noche, se tuvo que celebrar,
curiosamente, entre dos presuntos aliados del pacto de investidura
del gobierno del Partido Popular. Los que ayer fueron, sin duda,
los primeros protagonistas del debate estelar.
En todo caso, con el viento a favor de la economía y los buenos
resultados electorales del 13-J (aunque menores de los esperados)
Aznar pasó bien su tercer debate sobre el Estado de la nación.
A
la vez, Almunia supo mantener abiertas las nuevas expectativas
electorales del PSOE, sin ganar el debate ni su clara nominación
para el cartel del PSOE.
Mientras las tensiones entre PP y sus aliados de CiU parecieron
templadas, buscando Aznar una foto que no denotara "soledad".
Pero la cuerda con el nacionalismo se rompió con el PNV de
manera pública y estelar. Aunque habrá que ver hasta donde
llega
esa ruptura. De la misma manera que hay que ver hasta donde
llega, por la izquierda, el pacto global IU-PSOE que Anguita, tras
reconocer su derrota electoral, le ofreció a Almunia en el día
de
ayer. El mapa político se ha movido el 13-J y los protagonistas
de
su nueva foto, en consecuencia, también.