El País Digital
Viernes
9 julio
1999 - Nº 1162

Amor de toro

Un 'guardiola' rezagado protagoniza los momentos más intensos de un encierro limpio y rápido

LUIS MARTINEZ , Pamplona
Un momento del encierro de ayer (L. Azanza).
¿De dónde vienen los niños? De París. ¿Y los toros? De Pamplona. La señora vaca y el señor toro ya no vienen a la capital navarra a hacerse arrumacos. Pero, cuentan las crónicas, una vez fue así. Por aquellos tiempos, un burel de buena planta y su amor cornúpeta pacían amartelados en las riberas del Ebro. Un incierto día decidieron consumar su alianza y se acercaron a saludar a San Fermín.

¡En qué hora! Apenas vieron los mozos locales aparecer a la pareja, el recibimiento fue de escándalo. Por la mañana, los mozos los corrieron por el centro de la ciudad. Por la tarde, los sacaron a una plaza redonda y, para gran sorpresa de los animales, se vieron delante de unos señores vestidos de forma rara.

Luego cambiaron las tendencias. Los humanos dejaron la capital del Sena (ahora andan por las costas de Tenerife) y los toros eligieron destinos menos ajetreados. Fue cosa de las vacas. Las señoras de los toros siempre pensaron que los trajines, mejor en casa. Eso sí, en los corazones de los pamploneses se inflamó un amor sincero por aquellas riadas de toros enamorados. Es más, fueron ellos los que se enamoraron de los animales.

Ayer, en el segundo encierro, se volvió a resucitar un capítulo más de esta historia de amor. Con el recorrido algo más despejado de turistas, los jóvenes nativos se entregaron en aluvión a recibir a los guardiolas. A éstos les asiste fama de peligrosos. No fue así. Pese a que uno de los toros perdió el rumbo de la manada al caer en la curva de Estafeta, la carrera transcurrió con celeridad y limpieza. El burel caído permaneció cerca de 20 segundos panza arriba. Para cuando se levantó, sus hermanos andaban lejos. Un bravo sin guía puede convertirse en el mayor de los peligros. Sin embargo, pendiente únicamente de su trote, sin fijarse en la nube de cuerpos que le rodeaba, el animal avanzó recto.

"Ha habido menos guiris, pero todos los corredores nos hemos lanzado como locos a coger asta", comenta Víctor, un madrileño con más de diez años de experiencia sanferminera. La sobreabundancia de enamorados de los toros no impidió que, en la larga calle que desemboca en la curva de Telefónica, se pudieran presenciar brillantes recorridos firmados por incondicionales. Dani (que se llevó el arañazo de un pitón en la espalda), Juanpe, Gorka y muchos otros lucieron su buen hacer al hilo de los cuernos.

Tres minutos y medio después de las ocho se cumplía sin heridos el primer y diario episodio de la historia que arrancó aquella jornada en que una pareja de toros enamorados pisó Pamplona. Luego, la corrida, y más tarde... Más tarde, el acabóse, el no va más, la pura pasión. No es retórica. Es un hecho que los pamploneses se comen a sus toros. Su cariño entregado les nubla el sentido y analizan con esmero cuál es el más jugoso y tierno de cuantos astados han pisado su adoquinado. De esto se encarga la sociedad gastronómica Gazteluleku. El año pasado, el honor de ser el más delicioso bocado fue para Villablanca, un toro del conde de la Corte. El cocinero Moisés Leránoz preparó un rico estofado a los efectos (uno por cada primer toro de cada encierro). Este año será Koldo Rodero el que elaborará carpaccio de morro con gelatina para tan trascendental decisión. A veces el amor no conoce fronteras. Las parejas de toros ya no vienen (culpa de las vacas y de esa pasión que mata). Pero queda el amor. El amor al toro. Buen provecho.


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