MAHI BINBINE • PINTOR Y ESCRITOR MARROQUÍ
"El estrecho de Gibraltar es un abismo"
Este artista de Marraquech narra en 'Cannibales', una novela de éxito,
la tragedia de las pateras
Mahi Binbine no es profeta en su país pero fuera sí que
empieza a serlo. Este marroquí de 40 años ha cosechado múltiples
éxitos como pintor y escultor, hasta el punto de que el Museo Guggenheim
de Nueva York le acaba de comprar 30 cuadros, y ahora comienza a alcanzar
fama como novelista. Cannibales, una novela que cuenta la tragedia
de los espaldas mojadas que cruzan el estrecho de Gibraltar en busca
de una vida mejor, está convirtiéndose en Francia en un éxito
de ventas después de haber sido alabada por la crítica. En
ella describe un Marruecos sórdido, aunque Binbine se muestra convencido
de que con la entronización de Mohamed VI se abre una nueva etapa
repleta de esperanza.
IGNACIO CEMBRERO / ENVIADO ESPECIAL, París
Los cadáveres de espaldas mojadas que aparecen flotando en
el estrecho de Gibraltar o al amanecer en las playas andaluzas son anónimos.
El escritor marroquí Mahi Binbine ha querido darles una identidad,
una biografía, contar la historia de esos emigrantes cuya aventura
acaba frecuentemente en tragedia en esas aguas turbulentas que separan
a Europa de África.
Binbine, de 40 años, ha sido el primer marroquí en relatar
en una novela, Cannibales, recién publicada por Fayard en
París, la travesía de los harragas, como se llama
en Marruecos a los que queman su documentación antes de subirse
a la patera para dificultar su repatriación si les captura la Guardia
Civil.
Ahí están, cerca de Tánger, dispuestos a arriesgar
sus vidas por librarse de la miseria, los protagonistas de la novela. Son
dos malineses muertos de hambre, Yarcé y Pafadnam; Yussef, el bereber
marroquí cuya familia murió intoxicada después de
alimentarse con un saco robado de harina mezclada con matarratas; Kacem,
el maestro argelino que huye de la violencia islamista que ha devorado
a sus hijos; Nouaray y su bebé, que esperan encontrarse con su marido,
que les precedió en la travesía...
Cannibales, recalca Tahar Ben Jelloun, el más célebre
de los escritores marroquíes, en la crítica del libro que
ha publicado en Le Monde , "es un emocionante homenaje a todos aquellos
cuya identidad arde y que mueren olvidados, sin rostro, sin nombre y sin
memoria. Son los nuevos parias de la tierra que atormentarán el
sueño de sus malditos barqueros que han quemado la vida y la esperanza".
Es también un homenaje exitoso, a juzgar por la buena marcha de
las ventas y los contratos para traducirlo.
¿Por qué emigran los magrebíes, los subsaharianos?
"Para huir de la miseria y de la falta de libertad", contesta tajante Binbine
en el curso de una conversación en su piso de París. "La
falta de libertad no es sólo política, son también
las trabas para crear, para emprender, porque hay que repartir sobornos
a burócratas corruptos antes de montar un pequeño negocio".
"Emigran también", prosigue, "porque se dejan engañar
por sus compatriotas, establecidos legalmente en Europa, que regresan de
vacaciones a casa y les deslumbran con su aparente riqueza". "Emigran porque
se dejan cegar por las televisiones europeas vía satélite
que les muestran un mundo relumbrante que no existe". "¿Sabe que
una fundación norteamericana hizo una encuesta entre los jóvenes
marroquíes y el 75% deseaba vivir en otro país?".
"El estrecho de Gibraltar siempre me ha fascinado: Me parece el centro
del universo", suele repetir Paul Bowles, el célebre escritor norteamericano
afincado en Tánger. "El estrecho de Gibraltar es más bien
el mayor abismo del universo", añade Binbine, "porque, en muy pocos
kilómetros, separa a un mundo mísero de un mundo próspero".
En Marruecos, sin embargo, con la entronización del joven Mohamed
VI, se inicia, asegura, "una etapa esperanzadora. Este rey quiere cambiar
las cosas, y ha empezado por cerrar el triste capítulo de los abusos
contra los derechos humanos. Pero no posee la varita mágica y, sin
la mano tendida de Europa, de nuestra vecina España, no levantará
el país".
Binbine, nacido en una familia de clase media de Marraquech, fue también
inmigrante, e incluso, al acabar sus estudios en París, estuvo un
tiempo ilegal. "Recuerdo las noches haciendo cola ante la Prefectura (Gobierno
Civil) para poder franquear la puerta. Recuerdo la angustia cuando el funcionario
examinaba la documentación por si faltaba un papel, un sello. Incluso
hoy me ponen nerviosos los policías, y cuando regreso a casa [vive
en el edificio colindante a Matignon, la jefatura del Gobierno] intento
no mirarles". "Sospecho que creen que me he escapado de Barbès"
[barrio parisiense de inmigración], dice riéndose.
Aun así, Europa era entonces algo más acogedora. "Yo vine
a Francia sin solicitar un visado", rememora el escritor. "Pero ahora el
Viejo Continente se está rodeando de alambradas; la primera es el
requisito del visado; después están los sistemas de detección
electrónica en el Estrecho, y hay más, Europa se cierra cada
vez más".
Duró poco la ilegalidad de Binbine. Sacó una plaza como
profesor de matemáticas, empezó a pintar, se animó
a escribir y consechó sus primeros éxitos, sobre todo en
Estados Unidos. "Desde luego no he sido profeta en mi país", reconoce
este pintor consagrado.
Hasta hace dos meses, vivía en Nueva York, y ha expuesto en el
Museo de Arte Moderno de Washington y en el Guggenheim de Nueva York, que
acaba de comprarle 30 cuadros, alguno de ellos para su colección
permanente, y Naciones Unidas va a utilizar una de sus acuarelas para una
campaña que insta a ratificar el tratado contra las minas antipersonales.
En el mundo musulmán la pintura no suscita muchas vocaciones
porque el islam desaprueba la representación de los seres vivos,
y en algunos países como Afganistán está no sólo
prohibida la pintura figurativa, sino la fotografía y la televisión.
"El islam es una religión tolerante como lo fue en tiempos del califato
de Córdoba", replica Binbine. "Desgraciadamente se hace una interpretación
equivocada del Corán, a veces incluso adrede, para legitimar a regímenes
opresores".
Cuando esboza máscaras afligidas sobre un fondo de colores vivos,
este marroquí que posee la nacionalidad francesa y la ansiada green
card (permiso de residencia en EEUU) no tiene conciencia de cometer
ningún pecado. "La pintura es un placer, pero, en cambio, la escritura
es un tormento", y quizá por eso sólo redacta media página
al día.
Acaso le resulte tan arduo porque se ha empeñado en contar en
sus cuatro novelas publicadas la miseria, el sufrimiento y la opresión
en Marruecos. "Algunos de mis lectores me reprochaban hace unos días
en Boulogne-Billancourt (periferia de París), en el curso de un
coloquio, describir un Marruecos demasiado sórdido, pero muchas
de las historias que narro están inspiradas en las páginas
de sucesos de los periódicos. Leí este verano en Marraquech
que la mezcla de harina y matarratas en un saco robado por un padre de
familia costó la vida a buena parte de los descendientes del ladrón.
Para contar la belleza de las playas marroquíes, los prospectos
turísticos lo hacen mejor que yo".
Su primera novela, Le sommeil de l'esclave (El sueño de la
esclava), publicada por Stock en 1992, es la autobiografía de
la sirvienta negra de la familia Binbine. La esclavitud fue abolida en
Marruecos, pero, sin tener adónde irse, los antiguos esclavos siguieron
trabajando en las mismas casas.
Les funeirailles du lait (Los funerales de la leche), publicado
dos años después, relata la enfermedad de su madre por la
ausencia de su hermano mayor, Abdelaziz, un teniente del Ejército
condenado a cadena perpetua por participar, en 1971, en el frustrado golpe
de Estado militar contra Hassan II.
Abdelaziz y los otros 47 militares que sobrevivieron a la refriega empezaron
a cumplir su condena en la cárcel de Kenitra, pero un día
fueron trasladados en secreto a Tazmamart, "es decir, al infierno". Recluidos
en oscuras y exiguas celdas de aislamiento en las que no podían
ponerse de pie, carentes de servicios higiénicos, de cualquier atención
médica y mal alimentados, 30 jóvenes reclusos murieron a
lo largo de sus 18 años de encarcelamiento.
Antes de aparecer en público, los 28 supervivientes necesitaron
rehabilitación física para no parecer muertos vivientes.
Abdelaziz volvió en 1991 a la casa familiar de la medina en Marraquech
y, poco después de abrazarle de nuevo, su madre murió del
cáncer que la corroía. "Es como si le hubiese estado esperando
a su regreso", afirma Binbine emocionado. Mahi admira a Abdelaziz porque
"supo resistir y no siente odio". "Yo, en cambio, sí lo he sentido".
Dos consejos a los jóvenes
Mahi Binbine no quiere que los jóvenes magrebíes emigren.
"Un país cuya juventud se marcha es un país que se desangra",
afirma, por mucho que los emigrantes envíen remesas a casa con las
que vivan sus familias.
Él mismo no es un buen ejemplo. Se marchó a Francia, con
20 años, y después a EE UU, donde cosechó éxitos
profesionales. "Por eso no estoy demasiado legitimado para proporcionar
consejos", reconoce.
Aun así se atreve a darlos. "Al joven veinteañero que
quiere largarse le diría dos cosas". "Primero, que no es oro todo
lo que reluce, que las luces de Algeciras no son la antesala del paraíso".
"Después le diría también que intente emprender,
tomar iniciativas, en su propio país", prosigue. "Merece la pena
probar allí, sobre todo en Marruecos, donde se abre ahora una era
de esperanza".
"La solución a la inmigración pasa, sin embargo, por el
desarrollo. Los españoles saben algo de eso", concluye.
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