El País Digital
Domingo 
31 octubre 
1999 - Nº 1276
 
 
 
 
 
CULTURA
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MAHI BINBINE • PINTOR Y ESCRITOR MARROQUÍ

"El estrecho de Gibraltar es un abismo" 

Este artista de Marraquech narra en 'Cannibales', una novela de éxito, la tragedia de las pateras 


Mahi Binbine no es profeta en su país pero fuera sí que empieza a serlo. Este marroquí de 40 años ha cosechado múltiples éxitos como pintor y escultor, hasta el punto de que el Museo Guggenheim de Nueva York le acaba de comprar 30 cuadros, y ahora comienza a alcanzar fama como novelista. Cannibales, una novela que cuenta la tragedia de los espaldas mojadas que cruzan el estrecho de Gibraltar en busca de una vida mejor, está convirtiéndose en Francia en un éxito de ventas después de haber sido alabada por la crítica. En ella describe un Marruecos sórdido, aunque Binbine se muestra convencido de que con la entronización de Mohamed VI se abre una nueva etapa repleta de esperanza.
 
 


IGNACIO CEMBRERO / ENVIADO ESPECIAL, París 
 
Los cadáveres de espaldas mojadas que aparecen flotando en el estrecho de Gibraltar o al amanecer en las playas andaluzas son anónimos. El escritor marroquí Mahi Binbine ha querido darles una identidad, una biografía, contar la historia de esos emigrantes cuya aventura acaba frecuentemente en tragedia en esas aguas turbulentas que separan a Europa de África.
 
 

Binbine, de 40 años, ha sido el primer marroquí en relatar en una novela, Cannibales, recién publicada por Fayard en París, la travesía de los harragas, como se llama en Marruecos a los que queman su documentación antes de subirse a la patera para dificultar su repatriación si les captura la Guardia Civil.
 
 

Ahí están, cerca de Tánger, dispuestos a arriesgar sus vidas por librarse de la miseria, los protagonistas de la novela. Son dos malineses muertos de hambre, Yarcé y Pafadnam; Yussef, el bereber marroquí cuya familia murió intoxicada después de alimentarse con un saco robado de harina mezclada con matarratas; Kacem, el maestro argelino que huye de la violencia islamista que ha devorado a sus hijos; Nouaray y su bebé, que esperan encontrarse con su marido, que les precedió en la travesía...
 
 

Cannibales, recalca Tahar Ben Jelloun, el más célebre de los escritores marroquíes, en la crítica del libro que ha publicado en Le Monde , "es un emocionante homenaje a todos aquellos cuya identidad arde y que mueren olvidados, sin rostro, sin nombre y sin memoria. Son los nuevos parias de la tierra que atormentarán el sueño de sus malditos barqueros que han quemado la vida y la esperanza". Es también un homenaje exitoso, a juzgar por la buena marcha de las ventas y los contratos para traducirlo.
 
 

¿Por qué emigran los magrebíes, los subsaharianos? "Para huir de la miseria y de la falta de libertad", contesta tajante Binbine en el curso de una conversación en su piso de París. "La falta de libertad no es sólo política, son también las trabas para crear, para emprender, porque hay que repartir sobornos a burócratas corruptos antes de montar un pequeño negocio".
 
 

"Emigran también", prosigue, "porque se dejan engañar por sus compatriotas, establecidos legalmente en Europa, que regresan de vacaciones a casa y les deslumbran con su aparente riqueza". "Emigran porque se dejan cegar por las televisiones europeas vía satélite que les muestran un mundo relumbrante que no existe". "¿Sabe que una fundación norteamericana hizo una encuesta entre los jóvenes marroquíes y el 75% deseaba vivir en otro país?".
 
 

"El estrecho de Gibraltar siempre me ha fascinado: Me parece el centro del universo", suele repetir Paul Bowles, el célebre escritor norteamericano afincado en Tánger. "El estrecho de Gibraltar es más bien el mayor abismo del universo", añade Binbine, "porque, en muy pocos kilómetros, separa a un mundo mísero de un mundo próspero".
 
 

En Marruecos, sin embargo, con la entronización del joven Mohamed VI, se inicia, asegura, "una etapa esperanzadora. Este rey quiere cambiar las cosas, y ha empezado por cerrar el triste capítulo de los abusos contra los derechos humanos. Pero no posee la varita mágica y, sin la mano tendida de Europa, de nuestra vecina España, no levantará el país".
 
 

Binbine, nacido en una familia de clase media de Marraquech, fue también inmigrante, e incluso, al acabar sus estudios en París, estuvo un tiempo ilegal. "Recuerdo las noches haciendo cola ante la Prefectura (Gobierno Civil) para poder franquear la puerta. Recuerdo la angustia cuando el funcionario examinaba la documentación por si faltaba un papel, un sello. Incluso hoy me ponen nerviosos los policías, y cuando regreso a casa [vive en el edificio colindante a Matignon, la jefatura del Gobierno] intento no mirarles". "Sospecho que creen que me he escapado de Barbès" [barrio parisiense de inmigración], dice riéndose.
 
 

Aun así, Europa era entonces algo más acogedora. "Yo vine a Francia sin solicitar un visado", rememora el escritor. "Pero ahora el Viejo Continente se está rodeando de alambradas; la primera es el requisito del visado; después están los sistemas de detección electrónica en el Estrecho, y hay más, Europa se cierra cada vez más".
 
 

Duró poco la ilegalidad de Binbine. Sacó una plaza como profesor de matemáticas, empezó a pintar, se animó a escribir y consechó sus primeros éxitos, sobre todo en Estados Unidos. "Desde luego no he sido profeta en mi país", reconoce este pintor consagrado.
 
 

Hasta hace dos meses, vivía en Nueva York, y ha expuesto en el Museo de Arte Moderno de Washington y en el Guggenheim de Nueva York, que acaba de comprarle 30 cuadros, alguno de ellos para su colección permanente, y Naciones Unidas va a utilizar una de sus acuarelas para una campaña que insta a ratificar el tratado contra las minas antipersonales.
 
 

En el mundo musulmán la pintura no suscita muchas vocaciones porque el islam desaprueba la representación de los seres vivos, y en algunos países como Afganistán está no sólo prohibida la pintura figurativa, sino la fotografía y la televisión. "El islam es una religión tolerante como lo fue en tiempos del califato de Córdoba", replica Binbine. "Desgraciadamente se hace una interpretación equivocada del Corán, a veces incluso adrede, para legitimar a regímenes opresores".
 
 

Cuando esboza máscaras afligidas sobre un fondo de colores vivos, este marroquí que posee la nacionalidad francesa y la ansiada green card (permiso de residencia en EEUU) no tiene conciencia de cometer ningún pecado. "La pintura es un placer, pero, en cambio, la escritura es un tormento", y quizá por eso sólo redacta media página al día.
 
 

Acaso le resulte tan arduo porque se ha empeñado en contar en sus cuatro novelas publicadas la miseria, el sufrimiento y la opresión en Marruecos. "Algunos de mis lectores me reprochaban hace unos días en Boulogne-Billancourt (periferia de París), en el curso de un coloquio, describir un Marruecos demasiado sórdido, pero muchas de las historias que narro están inspiradas en las páginas de sucesos de los periódicos. Leí este verano en Marraquech que la mezcla de harina y matarratas en un saco robado por un padre de familia costó la vida a buena parte de los descendientes del ladrón. Para contar la belleza de las playas marroquíes, los prospectos turísticos lo hacen mejor que yo".
 
 

Su primera novela, Le sommeil de l'esclave (El sueño de la esclava), publicada por Stock en 1992, es la autobiografía de la sirvienta negra de la familia Binbine. La esclavitud fue abolida en Marruecos, pero, sin tener adónde irse, los antiguos esclavos siguieron trabajando en las mismas casas.
 
 

Les funeirailles du lait (Los funerales de la leche), publicado dos años después, relata la enfermedad de su madre por la ausencia de su hermano mayor, Abdelaziz, un teniente del Ejército condenado a cadena perpetua por participar, en 1971, en el frustrado golpe de Estado militar contra Hassan II.
 
 

Abdelaziz y los otros 47 militares que sobrevivieron a la refriega empezaron a cumplir su condena en la cárcel de Kenitra, pero un día fueron trasladados en secreto a Tazmamart, "es decir, al infierno". Recluidos en oscuras y exiguas celdas de aislamiento en las que no podían ponerse de pie, carentes de servicios higiénicos, de cualquier atención médica y mal alimentados, 30 jóvenes reclusos murieron a lo largo de sus 18 años de encarcelamiento.
 
 

Antes de aparecer en público, los 28 supervivientes necesitaron rehabilitación física para no parecer muertos vivientes. Abdelaziz volvió en 1991 a la casa familiar de la medina en Marraquech y, poco después de abrazarle de nuevo, su madre murió del cáncer que la corroía. "Es como si le hubiese estado esperando a su regreso", afirma Binbine emocionado. Mahi admira a Abdelaziz porque "supo resistir y no siente odio". "Yo, en cambio, sí lo he sentido". 

Dos consejos a los jóvenes

Mahi Binbine no quiere que los jóvenes magrebíes emigren. "Un país cuya juventud se marcha es un país que se desangra", afirma, por mucho que los emigrantes envíen remesas a casa con las que vivan sus familias.
 
 

Él mismo no es un buen ejemplo. Se marchó a Francia, con 20 años, y después a EE UU, donde cosechó éxitos profesionales. "Por eso no estoy demasiado legitimado para proporcionar consejos", reconoce.
 
 

Aun así se atreve a darlos. "Al joven veinteañero que quiere largarse le diría dos cosas". "Primero, que no es oro todo lo que reluce, que las luces de Algeciras no son la antesala del paraíso".
 
 

"Después le diría también que intente emprender, tomar iniciativas, en su propio país", prosigue. "Merece la pena probar allí, sobre todo en Marruecos, donde se abre ahora una era de esperanza".
 
 

"La solución a la inmigración pasa, sin embargo, por el desarrollo. Los españoles saben algo de eso", concluye. 
 

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