El País Digital
Lunes 
30 agosto 
1999 - Nº 1214
CULTURA
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El Festival Son Latinos despide el verano con 200.000 personas y 12 horas de música 

Francisco Céspedes conquista al público que asistió al macroconcierto en Tenerife 

FIETTA JARQUE, Tenerife 
La segunda edición del Festival Son Latinos convocó la noche del sábado al domingo en la playa Las Vistas, al sur de Tenerife, a una multitud de 200.000 personas que disfrutó de 12 horas continuas de música. El último fin de semana de agosto, el adiós a las vacaciones y una programación que incluía a artistas como Compay Segundo, Hevia, Pedro Guerra y Malú, entre otros, atrajo a personas de todas las edades. El triunfador de esta fiesta, que acabó con la salida del sol, fue Francisco Céspedes, capaz de conmover a la multitud, que se extendía a lo largo de un kilómetro de playa.
 
El cantante cubano
Compay Segundo (B. Pérez).
Un niño juega sentado en la arena con un vaso de plástico que llena y vacía, totalmente concentrado en sus invisibles fantasías. Un mundo aparte. A menos de 20 metros de él se alza un enorme escenario en el que ya atruenan los altavoces alimentados por 100.000 vatios de sonido. A su alrededor se mueven miles de personas inquietas, sonrientes, expectantes. Son las diez de la noche y el espectáculo lleva ya dos horas, aunque los primeros artistas tuvieron que conformarse con breves actuaciones de una o dos canciones. La idea era agilizar el extenso programa que preveía más de 15 formaciones distintas a lo largo de la noche.
 
 

La gente iba preparada. O no. La amplia explanada al borde del océano permitía un aforo casi ilimitado y la entrada era gratuita. Además, inevitablemente, la música se escuchaba a un kilómetro a la redonda. Hubo quienes prolongaron el día de playa en una larguísima noche de mar y arena, vestidos sólo con un bañador. Pero el uniforme parecía ser pantalón corto y camiseta, minifaldas, tops y plataformas, aunque también se veían desmadres como señores de bigote y pareo hawaiano, seudopiratas y muchos tatuajes.
 
 

La primera parte del macroconcierto tenía la misión de levantar los ánimos y aupó a varios artistas bajo la denominación de Fusión Salsa Canaria. Todavía lucía el sol, pero los brillos y lentejuelas ya tomaban posesión de la escena. Cantantes como la venezolana Josefina Alemán y el émulo canario de Ricky Martin, David Ascanio, lucharon a cintura partida con los primeros problemas de sonido. Pero, acompañados por sus orquestas y unos entusiastas bailarines, lograron poner la nota de alegría. La cubana Mayelin completó el cuadro demostrando que tiene voz y ganas suficientes como para sostener una carrera dentro de la música tropical.
 
 

Si el nombre del festival alude al espíritu de la música latina, los organizadores han trabajado con un criterio bastante holgado en esta edición. La segunda parte del concierto agrupaba bajo el título de Fusión Timples de Oro a los tres timplistas canarios que mayor reconocimiento han logrado en los últimos tiempos: Benito Cabrera, José Antonio Ramos y Domingo, El Colorao. La pequeña guitarra canaria de cinco cuerdas está saliendo del círculo local para emprender el camino del neofolclor universal, por eso se entiende el apoyo a estos músicos virtuosos en el programa. Aunque la gente, que ya había entrado en calor, no sabía muy bien qué órdenes darles a sus pies ansiosos de baile.
 
 

Una situación que tampoco llegó a subsanar del todo Javier Vargas y su banda. Vargas ha reconocido que él empezó en la guitarra porque quería tocar como B. B. King y Jimi Hendrix. Pero su larga residencia en Caracas y Buenos Aires, dijo, había calado hondo, y le resultaba inevitable deslizarse hacia la fusión latina y el flamenco. El blues rock que ofreció en Tenerife acusaba estas lejanas resonancias, más cerca de Carlos Santana que de otra cosa. Definir "lo latino" puede resultar difícil y discutible, pero si hay un elemento que no debe faltar es cierto "calor" en la expresión. Vargas estuvo frío, y eso lo alejó del espíritu de la convocatoria.
 
 

Quien tampoco parecía encajar en esta denominación, y él fue el primero en reconocerlo, fue el gaitero asturiano Hevia. Pero sus problemas en Son Latinos fueron otros. La aparente incompatibilidad entre su gaita electrónica y los controles del sistema de luces, además de otros graves problemas de sonido, deslucieron su actuación, que acabó precipitadamente.
 
 

Tras Vargas, y casi a media noche, la policía local contabilizaba en 200.000 personas los asistentes al festival. Salió Malú, y esa masa de gente seguía en espera de música de baile. Con Malú no saltaron hacia el cielo, pero la joven cantante supo mantenerlos atentos. La argentina Marcela Morelo fue víctima también del mal sonido. No dejó claro de qué va. Quizá algo cercano a Gloria Estefan.
 
 

Tuvo que llegar la banda local Sin Fundamento para que los tinerfeños encontraran lo que buscaban. Su éxito del verano, Mi higo pico flagüer, que vendría a significar Mi flor de higo chumbo o Mi flor de cactus, es la típica canción refrescante, simple, graciosa y sin ambiciones que engancha a los más jóvenes, sobre todo a los niños, que despertaron de su letargo y corearon felices su canción favorita.
 
 

Pero quien se llevó el gato al agua fue Francisco Céspedes. El cubano ofreció lo que los demás no quisieron o no pudieron dar. Llámese corazón, alma o entrega. Céspedes sedujo con sus baladas y su saber estar en el escenario a esa incansable audiencia. Eran casi las cuatro de la madrugada y despertó las emociones ya indecisas después de ocho horas de expectación. 

Compay, a las 4.30

Se decía ayer que en este festival estaban "todas las Cubas", porque aparte de Céspedes y Mayelín, estaban Compay Segundo y Willy Chirino, cubano de Miami. En Tenerife viven cerca de 13.000 cubanos, y a lo largo de toda la noche ondearon entre el público varias banderas de la isla caribeña.
 
 

Compay Segundo encarnó ese espíritu de lúdico estoicismo al aparecer en escena después de las 4.30. El nonagenario artista se plantó con su imperturbable sonrisa y su sombrero, después de haber estado esperando entre bambalinas cerca de seis horas para actuar, y se enfrentó, con antediluviana serenidad, a los persistentes fallos de sonido que le quitaron la voz. La gente pitaba, pero Compay salió adelante y hasta cantó Guantanamera, feliz de oír el sonido de los clarinetes que ahora también lo acompañan en el grupo.
 
 

Pese a todo, la gente no se movía de ahí. Al borde del mar, algunos se echaban agua de forma salvaje, y los botes de Cruz Roja se movían preocupados por los cientos de personas que se daban baños a la luz de la luna. ¿Qué esperaban? Entre otras cosas, a Pedro Guerra. El cantautor predilecto de la isla salió casi a las seis de la madrugada, y varias de sus canciones fueron coreadas por el público de principio a fin. Se fue, pese a que miles de voces lo llamaban para unos bises. Querían más. Y lo tuvieron. La sólida orquesta de Willy Chirino, acompañado por la cantante Lisette, reanimó, a golpe de la tan esperada música para el cuerpo, a una masa que vio salir el sol con los brazos en alto y los pies en movimiento. La auténtica danza ritual de adiós al verano. 
 
 


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