Lunes 
30 agosto 
1999 - Nº 1214
ESPAÑA
Cabecera

El planeta Ceuta 

El nuevo feudo de Jesús Gil es un desconocido paraiso económico en el que la radical separación entre cristianos y musulmanes está a punto de degenerar en un enfrenamiento social 


Vista de Ceuta desde el transbordador
procedente de Algeciras (J. Bienvenido).
El triunfo electoral y los manejos de Jesús Gil han puesto a Ceuta en el centro de la actualidad. ¿Pero cuáles son las entretelas de este lugar que amenaza con convertirse en un polvorín político? Estamos en una ciudad autónoma más pequeña que Torremolinos, con 72.000 habitantes radicalmente divididos en cuatro culturas (cristiana, musulmana, hebrea e indú), en la que el 40% de los trabajadores cobran de la Administración sueldos más altos que sus colegas del resto de España. Y donde el racismo y la violencia están a punto de estallar.


CARLOS E.CUÉ
Abdelila, un musulmán de 30 años con reputación bien conocida de narcotraficante, puso 25 millones sobre la mesa de ruleta del flamante casino de Ceuta. El encargado rechazó la puja: "Lo siento, el máximo por persona es de un millón". Abdelila sacó su móvil, y en un cuarto de hora se habían presentado allí 24 tipos de su banda que, como él, apostaron un millón al mismo número.
 
 

La historia puede ser cierta o no, pero eso en Ceuta es lo de menos. Pese a que existen dos periódicos locales, El Pueblo y El Faro, que cada día venden unos 3.000 ejemplares, la información más valorada es la que retransmite radio macuto. Basta pararse media hora sorbiendo una cerveza en el bar Don, frente al edificio de la Asamblea, y abrir bien los oídos para escuchar cuatro o cinco historias terribles, protagonizadas por los mismos nombres: El Nene, El Musha, El Abdelila, los siempre presuntos gánsteres que capitanean las bandas de traficantes de droga y extorsionadores.
 
 

En realidad, los índices de delincuencia de Ceuta son similares a los de cualquier otra capital de provincia española (405 delitos el pasado junio). Pero el rumor multiplica y adoba los sucesos del extrarradio, en los que, ciertamente, en los últimos tiempos abundan los tiroteos, los amplifica hasta transformarlos en una sensación de inseguridad falsa pero que es percibida como cierta por los ciudadanos, quienes se la contagian entre sí. De ahí que la campaña electoral que ha llevado al GIL al poder se centrara en el orden público. Y que la oferta de borrar de la calle a un grupo de matones con 200 policías locales instruidos en la bronca escuela de Marbella haya sido tan bien recibida por los electores ceutíes.
 
 

He aquí un caso apasionante para las facultades de sociología. Desde el punto de vista sociológico, Ceuta tiene mecanismos similares a los de un pueblo de tamaño medio. El problema radica en que Ceuta no es un pueblo. Tampoco es una ciudad, ni una comunidad autónoma, ni una colonia. Es una extraña e imperfecta mezcla de todos estos conceptos. Ceuta es otro planeta.
 
 

Éstos son algunos datos básicos del planeta Ceuta:
 
 

Tamaño: 18,5 kilómetros cuadrados (menos que Torremolinos) en una estrecha lengua de tierra que se adentra en el mar. Y lo de la lengua funciona como metáfora. Es prácticamente imposible aislarse. Al poco de pisar la calle, el ceutí se encontrará con un conocido que no tardará un minuto en informarle: "¿Has oído que ayer por la noche...?". Cualquier noticia corre de boca en boca como la pólvora. El contacto personal es tan estrecho que la gente suele desconocer el número de teléfono de sus compañeros de trabajo. No lo necesita. Incluso en vacaciones, sabrá siempre en qué bar o restaurante puede encontrarlos.
 
 

Habitantes: 72.000 (como la localidad gaditana del Puerto de Santa María), divididos en cuatro culturas distintas: cristiana, musulmana, hebrea e hindú. Divididos, sí: hasta la muerte. Aquí hay 30 mezquitas, 13 iglesias y una sinagoga. Y también cuatro cementerios, uno para cada comunidad.
 
 

Este lugar extraño que los documentos oficiales denominan Ciudad Autónoma, pero cuya Asamblea es tercamente mentada por sus naturales como "el Ayuntamiento" y cuyo presidente es denominado "el alcalde", está históricamente marcado por la presencia militar. Ceuta se despierta a toque de diana y se acuesta a toque de retreta: las notas de las cornetas de los cuarteles sobrevuelan la ciudad.
 
 

En su despacho de la Comandancia que hace tres cuartos de siglo ocupó el general Dámaso Berenguer (el hombre de la Dictablanda de Alfonso XIII), y cuya decoración no parece haber cambiado mucho desde entonces, el general Fernando López de Olmedo se resiste a precisar, por motivos de seguridad, el número de militares que hay en la plaza. Puede afirmarse, sin embargo, que la cifra oscila entre 6.000 y 7.000 (el 10% de la población). Hace 20 años eran el doble.
 
 

De éstos y de aquellos uniformados que a lo largo de todo el siglo fueron recalando en Ceuta atraídos por los sueldos dobles, las ventajas fiscales y los ascensos rápidos, deriva gran parte de la población cristiana actual. Y también derivan su callejero (el presidente del PP, Ricardo Muñoz, vive en la calle de La Legión), su arquitectura (los adolescentes comen pipas a la sombra del monumento al Alférez Provisional y cumplen con sus ritos amorosos en las faldas del monte Hacho, junto al monolito fascista y la placa de cemento con las huellas de las botas de Franco que recuerdan la presencia del "Caudillo" en el lugar) y ciertos matices de su idiosincrasia.
 
 

Cada jueves, a las 21.00, un piquete de cien soldados desfila, con gran estrépito de trompetas y tambores, ante una enorme bandera española en la plaza de Nuestra Señora de África, el corazón histórico de la ciudad. Pero lo importante de esta inmutable ceremonia de aire colonial no son los soldados ni las fanfarrias, sino las doscientas personas, en su mayoría abuelos con sus nietos, que durante casi media hora la siguen en respetuoso silencio. Para los ceutíes, este espectáculo, inconcebible en cualquier otro lugar de España, sigue siendo, décadas y décadas después de su nacimiento, la gran prueba de que su ciudad continúa formando parte del territorio nacional.
 
 

Aunque el casino de oficiales (nada que ver con el Casino de Ceuta: aquí a lo más que se juega es a la brisca) ya no es el centro de la vida social y los militares jóvenes prefieren no lucir el palmito en uniforme, el ejército sigue teniendo enorme poder. Baste decir que el 40% del suelo de la ciudad es propiedad de esta institución. Cualquier proyecto urbanístico necesita su visto bueno.
 
 

Tal vez sean los militares el grupo profesional más visible en Ceuta, pero no son el más numeroso. Aquí no hay agricultura y apenas existe la industria. Por eso, otro 30% del empleo depende de la Administración civil. Es decir, nada menos que el 40% de los trabajadores son funcionarios (civiles o militares). Si sumamos a sus familias, podremos concluir que más de la mitad de los ceutíes viven del Estado. Y no viven nada mal.
 
 

El delegado del Gobierno, Luis Vicente Moro, no lo oculta: "Yo cobro más que Aznar". Como él, los demás funcionarios perciben un plus que oscila entre el 50% y el 70% del sueldo que tendrían en la Península. En la empresa privada, esa cantidad ronda el 25%. Se trata de compensaciones que han sobrevivido desde los tiempos del Protectorado, cuando los Gobiernos se empeñaron en animar a la gente para que viniera a vivir aquí.
 
 

A estos beneficios hay que añadir otros más recientes: los contribuyentes (y las empresas) pagan la mitad de impuestos que en el resto de España, y la ausencia de IVA abarata considerablemente los productos. Ejemplos: una cajetilla de Marlboro (rubio americano auténtico), 275 pesetas; un litro de gasolina súper, 75; una botella de J&B, 1.100... A veces, cuando un oficial es ascendido, sus compañeros le presentan sus condolencias: la nueva graduación suele venir acompañada de un traslado a la Península, y el agraciado deberá despedirse de todas estas ventajas económicas.
 
 

Luis Vicente Moro reconoce no sólo que casi nadie en el resto de España conoce estos beneficios, sino que los propios ceutíes los tienen tan asumidos que, a la hora de elevar sus frecuentes memoriales de agravios, ni los mencionan por obvios.
 
 

Como tampoco mencionan las elevadas inversiones del Gobierno y de la Unión Europea. A pesar de los elevados sueldos de los cristianos, la miseria en la que viven los musulmanes (el 30% de la población) rebaja la renta per cápita hasta un nivel inferior al 75% de la media europea. Eso ha convertido a la ciudad en objetivo número 1 de la UE. Las inversiones del Gobierno y de Bruselas en los últimos tres años rozan los 25.000 millones de pesetas para proyectos concretos, según el ya ex consejero de Economía Juan Vivas. Además, el presupuesto del Plan de Desarrollo Regional de los próximos seis años, fundamentalmente destinado a mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos (es decir, de los musulmanes), alcanza los 67.000 millones, que serán financiados entre la UE, el Gobierno y la ciudad.
 
 

Con sólo 72.000 habitantes, Ceuta disfruta de un presupuesto consolidado de ¡22.500 millones! ¿La razón? Tiene transferidos los impuestos especiales de tabaco, gasolina y alcohol, y existe un impuesto exclusivo, denominado IPSI (impuesto sobre producción, servicios e importación), que recauda unos 9.000 millones anuales, sobre todo del comercio con Marruecos. Hay más: en sólo tres años, el nivel de vida ha crecido desde el 68% al 72% de la media europea.
 
 

¿De qué se quejan, pues, los ceutíes?
 
 

Paradójicamente, se quejan del "olvido" en el que les tiene "Madrid". En una población sitiada por un país extranjero que reivindica su soberanía, es lógico que el sentimiento de españolidad supere largamente los niveles habituales. Se trata de un mecanismo defensivo que necesita permanente respuesta desde el otro lado del Estrecho. Y el último que ofreció esa respuesta fue Adolfo Suárez, el 5 de diciembre de 1980, dos meses y medio antes del intento de golpe de Estado. Ni Leopoldo Calvo Sotelo, ni Felipe González ni José María Aznar han pisado la ciudad. Al contrario: parece norma que el destino del primer viaje oficial de un nuevo presidente del Gobierno sea Marruecos.
 
 

Los ceutíes de origen cristiano tienen miedo a Marruecos, y ese miedo lo proyectan sobre sus compatriotas musulmanes. "Nos están comiendo", repiten los tertulianos en los bares. Y argumentan que, mientras la población musulmana que rodea Melilla es rifeña (muy aislada del régimen de Rabat e incluso opuesta a él), la que rodea Ceuta está más en sintonía con las ambiciones anexionistas del trono alauita.
 
 

Pero eso no significa que los musulmanes de Ceuta sean partidarios de la entrega de la ciudad a Marruecos. La única formación política que propugna esa tesis, el Partido Ceutí, obtuvo en las últimas elecciones sólo 600 votos y quedó fuera de la Asamblea. La organización mayoritaria entre los musulmanes, el Partido Demócrata y Social, que consiguió tres escaños, defiende sin fisuras la españolidad del territorio.
 
 

Ocurre más bien que los cristianos, que durante un siglo han mantenido casi invariable su mentalidad colonialista, se sienten acosados por la presión creciente de los musulmanes.
 
 

El racismo está muy arraigado en la hiperconservadora sociedad ceutí. Y el pesimismo: desde siempre, los cristianos han estado convencidos de que, tarde o temprano, la ciudad será entregada a Marruecos. Esta angustia se alimenta últimamente con datos estadísticos que demuestran que el índice de natalidad es tres veces mayor entre los musulmanes. A semejante ritmo, en el 2020 superarán en número a los cristianos.
 
 

La separación radical entre el mundo cristiano y el mundo musulmán no se ha movido un ápice en los últimos cincuenta años. No sólo habitan en distintos barrios, sino que una especie de acuerdo tácito les ha llevado a un curioso horario para repartirse el centro de la ciudad.
 
 

Durante la mañana, las calles principales son un inmenso zoco en el que miles de musulmanes compran, venden, piden y practican el trueque. Entre ellos se mueven los 25.000 marroquíes que cada día cruzan a pie la frontera para adquirir mercancías que luego revenderán en su país. Al caer la tarde, las matuteras, que llegan a cargar hasta 30 kilos sobre sus espaldas, y los hombres enfilan el camino hacia el sur, y los musulmanes ceutíes se encierran en sus barrios: el Príncipe, Hadú... Lugares en los que todo, incluidos los cuarteles, recuerda que estamos a sólo un kilómetro de la frontera. Entonces comienza el recreo de los cristianos. Es muy difícil encontrar a un musulmán en uno de los cuatro o cinco bares de copas más conocidos.
 
 

La integración aquí no existe. Esto lo reconocen todos los responsables políticos. Un ejemplo: mientras el 50% de los escolares son musulmanes, sólo tres de los más de mil profesores profesan esta religión.
 
 

El enfrentamiento que ahora despunta entre ambas comunidades es consecuencia directa de esta situación. La pacata y altiva sociedad cristiana se encuentra ante una generación de jóvenes musulmanes poco instruidos, desempleados y con tendencia a derivar hacia la delincuencia.
 
 

En realidad, estos chulos de película de serie B que se pavonean por la ciudad vestidos a la última moda, provocan atascos parando sus mercedes de más de diez millones en el centro de la calle Real para hablar con un colega el tiempo que les place, hacen rugir sus potentes motoras ante las narices de los paseantes del paseo marítimo y amenazan al guardia municipal que se atreve a recriminarles su actitud ("Yo sé quién eres tú, sé dónde vives"), no son los verdaderos capos de la droga (suficientemente inteligentes como para valorar la discreción), pero hacen hervir la sangre de los cristianos, acostumbrados a la sumisión de sus paisanos musulmanes.
 
 

Los matones suelen ventilar sus negocios los días en que el viento de Poniente es tan fuerte que la prudencia aconseja a las embarcaciones permanecer amarradas en el puerto. Entonces, ellos salen disparados con sus lanchas rápidas, jugándose la vida sobre el mar encrespado, para pasar 200 o 300 kilos de hachís desde Marruecos hasta Ceuta.
 
 

Se hacen acompañar de una corte de adolescentes que a los 15 años disfrutan sintiéndose impunes y poderosos y que se esfuerzan por hacer méritos ante sus jefes. Y ciertamente pueden llegar a ser peligrosos: ahí están los numerosos heridos de bala en ajustes de cuentas que cada vez con más frecuencia llegan medio desangrados a las urgencias del hospital del Insalud.
 
 

La semana pasada, uno de estos muchachos, al que recientemente habían amputado las dos piernas, que alguno de sus colegas le había destrozado a balazos, se presentó en urgencias con fuertes dolores. Coincidió allí con un cristiano que sufría un ataque al corazón. La doctora de guardia se dispuso a atender primero el problema cardiaco. El séquito del matón consideró aquello una ofensa y le propinó a la médica una paliza brutal.
 
 

Cualquier otra ciudad española tiene mecanismos sociales para abordar un problema de orden público como el que existe en Ceuta. Pero aquí el desarraigo los hace inoperantes.
 
 

"Todos hemos venido para irnos, pero al final algunos nos quedamos", sentencia con amargura Alberto Núñez, líder histórico del socialismo local. José María Campos, un conocido empresario autor de un libro sobre las peculiaridades de la ciudad, reconoce que el desarraigo está presente en toda la población, por más que haya familias asentadas desde hace generaciones. El continuo ir y venir de funcionarios ha creado una sociedad incapaz de implicarse en la solución de los problemas.
 
 

El secretario general de Comisiones Obreras, Juan Aróstegui, conoce bien esta falta de compromiso. A pesar de que los niveles de afiliación sindical no son bajos, a la hora de trabajar, sólo puede contar con "cuatro gatos". El resto sólo piensa en llenar la bolsa y volver a su lugar de origen.
 
 

Cuatro ejemplos:
 
 

Uno: aunque no está cuantificado, el número de ceutíes que tienen casa en la Península es muy alto.
 
 

Dos: un viernes a las 16.00 es imposible encontrar billete en uno de los 18 transbordadores que en invierno cruzan el Estrecho.
 
 

Tres: muchos de los que viajan en los barcos dejan su coche toda la semana en Algeciras, "porque en Ceuta no es necesario".
 
 

Cuatro: la pirámide de población es inversa a la del resto de España. Los jóvenes son enorme mayoría. Los jubilados huyen.
 
 

Estos datos pueden explicar por qué, en el instante en que se ha presentado un problema, los ceutíes han tirado por la calle de en medio. Los 12.700 votantes del GIL sólo han valorado una propuesta demagógica para "pararles los pies" a los musulmanes por las bravas. Es una decisión arriesgada. Mustafa Mizzian, líder del PDS, advierte que cualquier agresión de la policía local a uno de los suyos puede provocar un conflicto de consecuencias imprevisibles. Armas y rencillas no faltan. 


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