El País Digital
Lunes
17 mayo
1999 - Nº 1109

La viuda de Panamá

Mireya Moscoso recibirá el 31 de diciembre, de manos de EE UU, el Canal de Panamá. La nueva presidenta del país centroamericano ha ganado el cargo frente al hijo del hombre que derrocó a su primer marido


El septuagenario Arnulfo Arias, junto
a su esposa (La Prensa de Panamá)
Mireya Moscoso recibirá el 31 de diciembre, de manos de Estados Unidos, el Canal de Panamá. La nueva presidenta del país centroamericano ha ganado el cargo frente a Martín Torrijos, el hijo del hombre que derrocó a su primer marido. Tiene 52 años, un olfato político con el que no contaban ni en su propio partido y un pasado de leyenda. La historia comenzó cuando ella tenía 17 años y el sexagenario presidente Arnulfo Arias decidió cortejarla...


JUAN JESÚS AZNÁREZ
Siendo ya carcamal, Arnulfo Arias matrimonió con Mireya Moscoso, un pimpollo de 23 años que fue su secretaria y siempre había admirado el porte del caudillo panameño educado en Harvard, sus campanudas proclamas sociales, las arengas en defensa de los pobres irredentos, o su exacerbado nacionalismo contra el protectorado de Estados Unidos sobre el canal que cruza el tórrido país centroamericano y facilita la navegación entre el Pacífico y el Atlántico.

La desigual pareja, de 46 años de diferencia, coqueteó en Panamá y se casó discretamente en Miami, ciudad norteamericana a la que huyó Arias después de ser expulsado del Gobierno en 1968 por el cuartelazo de otro caudillo tropical, el general Omar Torrijos. Arnulfo Arias, tres veces presidente, tres veces derrocado a la brava, fue un político impulsivo y populista, un caballero fino y galante, tildado de nazi y racista en la década de los treinta, y casi septuagenario durante sus esponsales con la joven que tres decenios después invocó su legado y su doctrina para ganar la jefatura del Estado en las elecciones del pasado 2 de mayo.

La viuda triunfante, de 52 años, recibirá el canal el próximo 31 de diciembre en lugar del joven Martín Torrijos, su derrotado adversario de los comicios, el hijo del general que negoció con el presidente Carter la devolución de la vía interoceánica y fue héroe nacional. A buen seguro que Omar Torrijos hubiera deseado reencarnarse en un Martín victorioso durante los venideros fastos por la entrega de las esclusas y presenciar el anhelo de su vida. No podrá cumplirse ese sueño pues en la pugna de difuntos desarrollada hace dos semanas en la porción más estrecha del continente americano se impuso el enemigo.

El territorio desgajado en 1903 de la Gran Colombia, la nación creada por las bayonetas de Estados Unidos para construir sobre sus sabanas y elevaciones el canal de la discordia, ha sido pródiga en desplantes bananeros, traiciones, fraudes electorales, cuartelazos y amores de copla. El casorio de la secretaria Mireya Moscoso con el patriarca, las nupcias y su convivencia de 20 años con el político que destacó durante más de medio siglo en esta nación de blancos, mulatos, mestizos, indios o chinos criollos figuran en la relación de los asombrosos episodios nacionales.

Dictador carismático, inspirador de Graham Greene, el jefe castrense que envió al destierro al marido de la nueva gobernante centroamericana e influyó decisivamente en su destino, afrentó un día a España con singular osadía. Para manifestar su desagrado con una decisión española, Torrijos convocó al embajador de Madrid a palacio. Nadie recibió al diplomático, según relató él mismo a este corresponsal hace mucho tiempo. "¡Pasa, pendejo!", escuchó al rato. El grito del general le encaminó hacia una alcoba y en ella encontró a Omar Torrijos tendido en la cama, sonriente, abrazado a dos prostitutas.

Ahora, Mireya Moscoso y el hijo del guerrero fumador de habanos apenas se tratan, impelidos al alejamiento por la memoria de los dos soberanos fallecidos, populistas sin recursos para serlo con equidad, con sombras y luces en sus mandatos y ningún respeto por el prójimo discrepante. El uno fue nacionalista-castrense de centroizquierda, amigado con la intelectualidad y la socialdemocracia de la fecha, y el otro, paternalista cuasi feudal en algunos impulsos y admirable derechista en algunas medidas: aprobó el voto femenino y estableció la seguridad social.

Ambos trataron de ayudar a los panameños en apuros, y su sombra todavía cubre el istmo americano porque la viuda del señorito conservador aún centrifuga su mensaje, y el hijo del militar bronco y jaranero asume la jefatura de la oposición colgado del recuerdo de su padre. Puede ocurrir, sin embargo, que la servidumbre de la democracia, el imprescindible diálogo en una nación donde la oposición tiene 41 escaños en un Congreso de 71, y el oficialismo sólo 24, acabe cauterizando poco a poco el encono heredado.

"Él fue mi universidad política", presume La señora, como la llama su gente, una mujer que conversaba horas y horas con su prominente esposo. Cuando llegaba a casa, éste se transformaba, y las pantuflas y la cháchara intrascendente con Mireya formaban parte de la rutina. La pareja asistía del brazo a los cenáculos de Miami y gastaba con prudencia a expensas de una pensión oficial. La amargura del exilio, sin embargo, nunca les abandonó, como tampoco las maquinaciones para conseguir el regreso y retomar el poder.

"El doctor Arias no la dejaba participar en política", desmiente el periodista Carlos Singares, hostil. "Cuando se hacían reuniones en el búnker de su residencia la enviaba constantemente a buscar café. De manera que no pudo ser mucho lo que aprendió de él".

La viuda y heredera, denostada por sus críticos como carente de la formación académica y cultural adecuadas para administrar un país de 2,8 millones de habitantes y de muchas carencias, conoció a su esposo en un cumpleaños, casi de niña: ella tenía 17 abriles y trabajaba en la Caja del Seguro Social y él exhibía un bigote fino y el colmillo retorcido en política y lances de recámara.

Contrariamente a las versiones frívolas y atrevidas, viejas amigas de Mireya negaron a este diario que hubiera empleado sus juveniles encantos para seducir arteramente al anciano caporal de la política panameña. Muy al contrario, aseguran. La funcionaria adolescente, huérfana de padre a los nueve años, con una prole de seis hermanos, atemperó los efusivos requerimientos y, abrumada, tardó en decidirse. Poco después pasaría a trabajar en la campaña y en las oficinas de una finca del galanteador.

El doctor Arias, viudo en los años cincuenta de una señora de alcurnia, tenorio de damas pías durante la soltería posterior al duelo, debió cortejar a Mireya todo un mes y sepultarla en rosas para lograr la primera cita, una romántica cena con la novicia secretaria, con la hija del maestro de Pedasí, una chica despierta, guapa de cara y poco más de 1,50 de estatura en un cuerpo bien proporcionado.

"Pese a ser tan joven, para su edad era muy seria", recuerda una íntima. "Pero la personalidad de él era tan fuerte que la fue cautivando". Quienes la quieren aseguran que es dulce y de carácter fuerte cuando procede, y que no se dejará manipular por camarillas. "Tiene las ideas claras y está comprometida con el pueblo".

Arnulfo Arias también declaraba estarlo. Corría el año 64 en vida del caudillo, y su personalidad arriscada había quedado tan demostrada como su enemistad con Estados Unidos y los mandos de la Guardia Nacional, entre ellos Boris Martínez y Torrijos, quien fallecería en un accidente de aviación en 1981.

El 2 de enero de 1931, junto a cómplices del grupo revolucionario Acción Comunal y su hermano mayor, Arnulfo Arias encabezó a tiros un golpe de Estado, el primero de la república, contra un presidente constitucional, Florencio Harmodio Arosemena. Admirador de los fascismos europeos en boga y de la Falange del generalísimo Franco, ganó las elecciones de 1940 y, ya en curso la II Guerra Mundial, comete el error de enfrentarse con Estados Unidos.

El presidente objetó, entre otras cesiones -explica el historiador Celestino Araúz-, que los buques panameños fueran artillados para eventualmente entrar en acción contra Japón o la Alemania de Hitler. El abanderamiento patrio del panameño, la proclamada neutralidad del país, fueron tomados como solidaridad con el Eje, y le costaron el cargo. En octubre de 1941, a los pocos días del definitivo reparo bélico a fortificar la zona del canal, fue destituido en un golpe promovido por Washington.

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