El Pais, 13 de agosto de 1999

Asustados y calados hasta los huesos 

La Guardia Civil intercepta en Ceuta a siete inmigrantes subsaharianos a bordo de un bote inflable semihundido 

JESÚS DUVA, Madrid 
Los inmigrantes interceptados ayer, antes de 
subir a la patrullera de la Guardia Civil (Reuters).
Abrazados, calados hasta los huesos, y con un susto de muerte. Los siete inmigrantes subsaharianos fueron interceptados por una patrullera de la Guardia Civil en la ensenada de Bellionech, a las puertas de Ceuta, en un frágil bote inflable que hacía aguas por todas partes, incapaz de flotar bajo el peso de las siete personas. Fue ayer, a las cuatro de la madrugada, en un mar teñido de negro. Uno de los africanos llevaba un arrugado billete de 1.000 pesetas. Los demás, nada. Sólo el miedo.

La patrullera de la Guardia Civil inició su ronda a las 10 de la noche del miércoles. Desde su base de Algeciras, el patrón, el segundo patrón y los tres guardias iniciaron su ronda por el Estrecho. Días atrás había hecho un poniente muy fuerte. Pero el miércoles el tiempo cambió y soplaba un suave levante. Unas condiciones idóneas para los traficantes de hombres.

La patrullera puso rumbo a Ceuta. Varias falsas alarmas. De pronto, una llamada de la comandancia ceutí alertó a los guardias civiles: "Diríjanse hacia la ensenada de Bellionech. Parece que hay un bote con inmigrantes". El radar confirmó la sospecha. Aquel punto luminoso era, sin duda, el eco de una pequeña embarcación.

La lancha de la Guardia Civil se aproximó hasta lo que unos minutos antes era tan sólo una chispa brillante en una pantalla luminosa. Y allí estaban ellos: cinco de Nigeria y dos de Costa de Marfil, a bordo de un bote hinchable playero, sin remos, y a punto de zozobrar, a 400 metros de la costa marroquí. "¡Tranquilos! ¡Tranquilos! Vayan acercándose con calma", les gritó el agente de mayor rango, a la vez que les hacía gestos con los brazos, invitándoles a aproximarse sin temor.

De repente, como azuzados por el pánico, los cinco nigerianos y los dos marfileños intentaron ponerse en pie y subir en tropel a la embarcación de la Guardia Civil. Y, entonces, el inestable bote inflable estuvo en un tris de irse a pique, lleno de agua como estaba. "Tranquilos, de uno en uno", les indicó un guardia en francés, por ver si así entendían mejor. Los siete inmigrantes, temblando y con el miedo en el rostro, subieron al fin a la embarcación mucho más sólida y segura.

Desde aguas internacionales, la patrullera enfiló hasta el puerto de Ceuta. Al llegar a tierra, los siete inmigrantes —brazos en alto— fueron cacheados. Cada uno de ellos vestía dos pantalones empapados. No llevaban consigo ni ropa seca ni dinero. Nada. Sólo uno guardaba en un bolsillo un húmedo billete de 1.000 pesetas hecho un gurruño, que mostró con desconfianza al agente que le registraba. "Se tranquilizó mucho y hasta sonrió cuando vio que le devolvía todo su capital", recuerda un testigo de la escena.

La aventura de los siete subsaharianos —quién sabe cuánto les costó aquel corto viaje en bote desde tierras marroquíes— terminó con su devolución a Marruecos, en aplicación del tratado de readmisión vigente con España. Nada más se sabe de ellos. Sólo que uno que se expresaba aceptablemente en francés e inglés dijo inicialmente que era de Somalia.

La patera inflable interceptada en la madrugada de ayer en las proximidades de Ceuta es el último sistema inventado por las mafias para trasladar su carga humana desde Marruecos a Ceuta. Estas balsas playeras —cuyo coste es de apenas 10.000 pesetas— son silenciosas y no hacen ruido. Por la sencilla razón de que no usan motor. Vecinos de Ceuta creen que, en ocasiones, la función de motor la ejecuta un tipo bien embutido en traje de neopreno, aletas y botellas de oxígeno, que empuja la barquichuela neumática hasta aguas españolas. Después, los pasajeros quedan a su suerte en medio de la oscuridad. Y, si la patrullera se presenta de improviso, el piloto se zambulle, bucea y se pone a salvo.

Este verano ha disminuido el tránsito de pateras a través del Estrecho, posiblemente por el reforzamiento de los controles. Este año, la ruta de los traficantes ha cambiado: tiene su última parada en la isla de Fuerteventura, a 100 kilómetros del continente africano. Pero, en cambio, ha empezado a menudear el trasiego de botes neumáticos entre Marruecos y Ceuta. Son los "inmigrantes nadadores", como los ha bautizado el delegado del Gobierno en esa ciudad, Luis Vicente Moro. Para cortarles el paso, una empresa está haciendo estudios orográficos con el fin de levantar un doble muro en Benzú y el Tarajal. El vallado se completará con concertinas y alambres espinosos. 


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