La Vanguardia, 28 de diciembre de 19999
 

NO DEJA DE TENER gracia, una triste gracia, que estén todavía con este anticatalanismo pedestre y rancio 

MANUEL TRALLERO, escritor 

UNO DE CADA cuatro estudiantes de las universidades de la capital nos tiene una tirria espantosa 


Catalanes antipáticos 
MANUEL TRALLERO

Gracias a la publicación de los resultados de una reciente encuesta, que ha sido realizada entre universitarios madrileños, el personal ha podido poner mismamente el grito en el quinto cielo.

La muestra en cuestión, una vez conocidos los resultados, ha sido pródiga en informaciones intere-santes.

Así, revelaba en varios de sus apartados un cierto gustirrín por las actitudes xenófobas y racistas, hasta el punto de que casi un uno por ciento de los entrevistados confesaba, sin ningún tipo de tapujos, que se lo pasaría chanchi propinándoles una paliza a inmigrantes marroquíes o africanos, una forma, por lo visto, como otra cualquiera de pasar el rato.

Aunque, todo hay que decirlo, el ochenta y nueve por ciento mostraba su animadversión por los llamados cabezas rapadas y el ochenta y siete por ciento, por los fascistas... 

Pero la mencionada encuesta recogía algunos datos reveladores, y no menos alarmantes, que apenas han llegado al conocimiento de la opinión pública.

Por ejemplo, el veintitrés y medio por ciento de los entrevistados, es decir, prácticamente uno de cada cuatro estudiantes de las universidades de la capital del reino, no nos puede ver ni siquiera en pintura, vamos, que nos tienen una tirria espantosa a los catalanes.

Digamos que el sondeo nos coloca en un privilegiado grupo, en el pelotón de cabeza, precedidos por los gitanos, con un treinta y seis y medio por ciento; los drogadictos, con casi un treinta y cinco por ciento; los borrachos, con un treinta y medio por ciento; las feministas con un veintisiete por ciento; los moros con el veintiséis y medio por ciento, y los comunistas, con el veintiséis por ciento. 

Inmediatamente después ya venimos nosotros, precediendo, eso sí, a los franceses, a los norteamericanos y a los curas. Aunque lejos, bastante lejos, de la manía que profesan hacia los vascos, apenas el once por ciento; los homosexuales, el nueve por ciento, o los judíos, casi el seis y medio por ciento.

¿Quiere decir algo todo esto?

Mi ignorancia a este respecto es completa. Sin embargo, incluso hoy por hoy en España la inmigración es un problema lejano, casi remoto, Madrid apenas cuenta con un tres por ciento de inmigrantes entre su población, mientras que, por ejemplo, París alcanza ya el siete y medio por ciento.

Así que, para darle gusto al cuerpo, hay que recurrir, por lo visto y por todo lo dicho, a gitanos y a catalanes. 

La verdad sea dicha, no deja de tener gracia, una cierta triste gracia, pienso yo, que tras tanta democracia y tantos años del llamado Estado de las autonomías y de contar con un presidente de Gobierno que habla catalán en la intimidad, estén todavía con este anticatalanismo un poco pedestre, casposo y rancio.

Vamos, como en tiempos de la Segunda República, cuando la primera manifestación contra el proyecto de Estatuto catalán que se debatía en las Cortes la protagonizaron precisamente en la Puerta del Sol orondas matronas, propietarias de fondas y pensiones de la Villa del Oso y el Madroño, que veían así peligrar sus intereses.

¿Hemos hecho nosotros, los catalanes, todo lo que estaba en nuestra mano? 

La verdad es que tampoco lo sé, pero a pesar de lo que diga la propaganda oficial y el índice de la bolsa, España, así, desde luego no va bien, pero que nada bien. 
 

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