ENRIQUE IGLESIAS • CANTANTE
"La única música que cuenta, si quieres
triunfar, es el pop"
FIETTA JARQUE, Madrid
Enrique Iglesias durante la entrevista (L. Magán).
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Se le notan en el rostro y en la actitud las 950 horas de vuelo que ha
realizado durante el último año. "Es más de un mes
en el aire", exclama con asombro Enrique Iglesias al hacer el cálculo.
Un exceso que se une a las exorbitantes cifras que van unidas a su nombre
en los últimos tres años. A los 13 millones de discos vendidos
en ese tiempo, que lo han encumbrado a la cima de la popularidad en un
mercado tan esquivo para los foráneos como el estadounidense, se
unen los dos millones de discos de su nuevo álbum, Enrique,
que ha aparecido hace un mes escaso. Sólo en España han sido
267.000.
Ha ganado un premio Grammy por su primer trabajo, fue elegido mejor
artista novel en 1996, artista del año en 1997 y mejor artista pop
en el 98 por la revista Billboard, y es ya un personaje habitual
en las portadas de las revistas y los programas de televisión en
todo el mundo. Tiene 24 años. En fin, demasiado en muy poco tiempo.
"A mí no me parece que haya pasado todo muy rápido, no
he parado de trabajar en cuatro años, y llevaba desde los ocho esperando
que sucediera esto", dice con seriedad, como si los sueños de la
infancia tuvieran su necesario reflejo en la realidad.
Enrique Iglesias es más alto de lo que parece en las fotos. A
diferencia de su clon televisivo en los guiñoles de Canal+, no usa
el prefijo "súper" ni una sola vez en la conversación. Tiene
un leve acento norteamericano al hablar, sobre todo cuando usa palabras
en inglés, impecablemente pronunciadas.
Enmarcado dentro del boom de la llamada "música latina"
en Estados Unidos, pretende desmarcarse un poco de la etiqueta. "Yo me
considero latino, pero quiero que sepan que hay que distinguir entre estilos.
El que seas latino o español no significa que haces necesariamente
mambo o salsa. Hay pop en español, hay rock, hay flamenco, hay rap
en español", comenta.
"Lo que pasa es que en Estados Unidos casi no tienen música tradicional
y por eso se les hace más difícil distinguir entre tal variedad
de estilos de cada país. Quizá por eso ellos no lo entienden.
No son capaces de diferenciar España de Argentina o México
de Puerto Rico y Venezuela. Si intentas explicarlo, ¡uf! Paso de
eso. Al final, lo único que cuenta, si quieres ser un número
uno, es ser pop, mainstream", sentencia. "Pop significa popular,
y no hay nada más popular que el pop. No hay nada más grande
que el pop", insiste, animándose en la conversación y hablando
cada vez más rápido. "Incluso si haces otra música
distinta, cuando triunfa, se convierte en pop. El rap se ha convertido
en pop, porque ahora entra en las listas generales".
"Y el pop es la música con la que he crecido. Es lo que yo hacía
en español y lo que voy a hacer ahora en inglés", afirma.
En su nuevo disco, Enrique Iglesias incluye 13 temas, varios compuestos
por él, diez de ellos en inglés, incluido un dúo con
Whitney Houston y una versión del Sad eyes de Bruce Springsteen,
que también canta en castellano en el álbum. "Springsteen
es muy de mi estilo, grabamos la canción en una tarde", dice. Un
músico con el que Enrique Iglesias se siente muy identificado, sobre
todo por la forma que tiene de abordar las baladas románticas, sentimentales,
sin ser demasiado edulcoradas.
"Mis principales influencias son Billy Joel, Springsteen, grupos como
Foreigner, Journey o Police, porque eran rockeros, pero cuando se trataba
de la balada decían cosas que podían sonar algo cursis en
un chico joven, pero como la decían ellos no sonaba tan mal. Los
grandes éxitos de esos artistas son baladas. Una balada, cuando
entra, se queda para siempre. Se convierten en clásicos".
Enrique Iglesias empezó escribiendo canciones para sí
mismo, cantándolas a solas, sin el acompañamiento de ningún
instrumento. Y tampoco le ha interesado estudiar música, ni canto,
ni baile, como han hecho otros artistas con la obsesión del éxito
grabada en los genes. "No sé si en el futuro creceré como
compositor o si sólo seré cantante", dice, encogiendo los
hombros.
"Yo empecé a escribir canciones muy pequeñito, pero no
las enseñaba porque era muy vergonzoso. Era como tener un diario
o escribir poesía", explica con voz algo infantil. "Es que la música
no se aprende; si la tienes, la tienes. Pero me siento más libre
cuando compongo sin instrumento. El instinto musical es sólo oído".
No es caprichoso. Acaba de devorar deprisa una hamburguesa, entre una
grabación y otra. No le pone peros al trabajo. Más tarde
firmará autógrafos durante dos horas en unos grandes almacenes;
luego, una cena, y después, vuela a Argentina. "¿Dónde
vivo? En ningún lado. Bueno, sí, tengo casa en Miami", dice.
"Soy un poco solitario. A veces necesito sentirme como en una cápsula".
Se le cierran un poco los ojos durante la conversación, como
un lánguido Adonis que se va adormilando en el sofá, pero
no es aburrimiento; en casi todas las entrevistas se disculpa por lo mismo.
"Perdona si cierro los ojos, pero estoy cansado". Y se le perdona, claro.
La escuela de la fama
Es evidente que lo importante en la formación de este cantante
no es la música. La materia de la que está hecho, la escuela
que lo ha moldeado, es otra muy distinta y sólo está al alcance
de muy pocos. No la han tenido Madonna, ni Springsteen, Michael Jackson
ni Ricky Martin. Es la escuela de la fama. En su caso, quizá la
más auténtica y completa, porque la ha vivido desde dentro,
desde que nació, y ha sido testigo de sus más enrevesados
entresijos.
Lo que se hereda no se hurta. Hijo del ídolo romántico
latino por excelencia, Julio Iglesias, y de la archiconocida Isabel Preysler,
la fama no tiene secretos para él. Es más, como a los verdaderos
aristócratas, le resulta tan natural su condición que hablar
de ello suena hasta vulgar. No se ha dormido en sus laureles ni ha partido
utilizando la ventaja de un nombre y un apellido como los suyos. Tiene
escuela, tiene cuna, pero, sobre todo, tiene un raro talento para la fama.
Su primera maqueta la envió sin decírselo a sus padres,
con seudónimo, Enrique Martínez, cantante centroamericano.
Lo fichó un pequeño sello mexicano y allí empezó
todo. La gran aventura que lo absorbe como un sueño de príncipe
calderoniano. La realidad lo duerme, las burbujas del éxito son
su vigilia. No le teme al agotador trabajo que demanda el mundo del espectáculo.
Actuaciones, entrevistas, repeticiones, grabaciones, acoso de admiradoras.
Lo más natural.
Pero, ¿cuál es la ambición de quien parte sin la
curiosidad de saber qué se siente en la cima? "No pongo límites
a lo que quiero alcanzar en mi carrera. Sé que no hay límites",
afirma Enrique Iglesias.
"Al principio sí me puse algunas metas, pero ahora no. Vivo sólo
el presente y quiero seguir, seguir adelante sin parar. Sueño con
el futuro, pero no pienso en comprar más casas o más coches",
comenta. "Cuando lo has visto a tu alrededor toda tu vida, eso no te mueve.
No tengo sueños de lujo, en serio. ¿Chicas? Me gusta cualquiera.
Me encantaba Marylin Monroe...".
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