El problema del País Vasco
ALBERT OLIART
(*) En una democracia -y España es hoy una democracia- un partido
democrático -y el PNV es un partido democrático- puede tener
como programa la independencia del País Vasco conseguida por medios
democráticos. Como también otros partidos democráticos
-el PP vasco y el PSOE vasco son partidos democráticos- están
en su derecho al defender en sus programas políticos que el País
Vasco sea una autonomía, con sus características propias,
y permanezca unida a España.
En cambio, me parece más discutible que para alcanzar la independencia
del País Vasco baste con que sus partidarios alcancen el 51% de
los votos -como dijo Arzalluz- si se somete a votación la cuestión.
En el mes de diciembre fue noticia en la prensa la posición sobre
un tema análogo -el de Quebec- del Tribunal Supremo de Canadá,
un país con vieja tradición democrática. El Tribunal
Supremo canadiense ha dicho que para que fuera válida la secesión
de Quebec sería necesaria una mayoría muy cualificada de
votos a favor del sí. Pero éste, a diferencia del anterior,
no es un tema que afecte a los derechos fundamentales de la democracia;
es un tema de procedimiento, de seguridad política, ante un supuesto
tan importante y trascendental como es el que una parte de un Estado, del
que ha formado parte secularmente, se desgaje de él. Por cierto,
que de esta opinión también parece que es Otegi.
Y me parece que claramente va contra la Constitución por la que
se rige la democracia española, contra la lógica política
y contra el peso de la historia, que la cuestión de la independencia
del País Vasco pudiera decidirse en "el ámbito vasco de decisión"
solamente. Me parece evidente que cualquier cuestión que altere
fundamentalmente la actual organización política de España,
sólo puede hacerse de acuerdo con la opinión, libremente
expresada, de todos los españoles, y con las mayorías y el
modo previsto en la Constitución. Plantearlo de otra manera sería
romper las reglas de la democracia constitucional por la que nos regimos,
y que Arzalluz ha dicho que respeta, y plantear una prueba de fuerza. Ante
una prueba de fuerza de tal naturaleza, el Gobierno español tendría
que responder aplicando todas las medidas que la Constitución y
las leyes ponen a su disposición. Debo decir que no creo que ni
Arzalluz ni el PNV piensen plantear en un futuro previsible esa prueba
de fuerza.
La doctrina oficial del PNV declara obsoleto el Estatuto, aunque Arzalluz
ha dicho que lo respeta. Pero lo que ni él ni ningún miembro
del Buru Batzar dicen es todo lo que el País Vasco ha conseguido,
desde su autogobierno autonómico, en la construcción y afirmación
de sus características específicas y nacionales; en la impulsión
de la lengua vasca y en su autogobierno, dirigido en estos veinte años
por el PNV que él lidera. No le he oído, ni a él ni
a otros líderes de su partido, nada sobre el cambio profundo, esencial,
de España en estos veinte años, al convertirse en el país
más descentralizado política y administrativamente de Europa;
cambio que pone fin a trescientos años de centralismo. Ni tampoco
ninguno de ellos dice que, por primera vez en muchos, muchos años,
España, y con ella el País Vasco, vive una democracia y una
libertad que parecía imposible cuando Xabier Arzalluz y yo teníamos
40 años. Es posible que nada de esto aplaque la sed de independencia
de los abertzales; pero lo cortés no quita lo valiente, y
no es malo para empezar a dialogar reconocer lo que han conseguido los
vascos en estos 22años de vigencia de la Constitución española,
que estructuró jurídicamente nuestra democracia y nuestra
libertad (y con ella la de los partidos nacionalistas vascos democráticos).
Pero el problema vasco, el gran problema al que se enfrentan los nacionalistas
democráticos y los que no lo son o no actúan como tales,
es el de la división, el de la profunda fractura de los vascos en
dos bloques antagónicos, a su vez divididos, sobre el tema de la
autodeterminación y su corolario de la independencia. El conjunto
de las elecciones que se han celebrado desde 1977, generales, autonómicas,
municipales, ha puesto continuamente de manifiesto esta división,
esta fractura. Además, según las encuestas, muchos de los
vascos que votan al PNV se declaran satisfechos con la Constitución
y el Estatuto de Gernika. El propio Arzalluz ha dicho que no sabía
si su electorado apoyaría la propuesta independentista. No voy a
entrar en el análisis del porqué del cambio de actitud del
PNV a partir de Estella. El hecho es que, hoy por hoy, se ha formado un
bloque nacionalista compuesto por el PNV, EA y Euskal Herritarrok que defienden
la autodeterminación, el ámbito vasco de decisión
y la independencia; que en el programa de este bloque se incluyen en ese
ámbito vasco, Navarra y lo que llaman Euskadi Norte, territorios
en los que los nacionalistas no tienen más del 20% de los votos,
en la primera, y parece que no más del 10% en el segundo.
Puestas así las cosas y en el clima de crispación y enfrentamiento
que se vive en el País Vasco, agravado por el clima electoral en
el que estamos viviendo, lo único que, a mi juicio, cabe hacer es,
hoy más que nunca, insistir y aplicar los principios básicos
de la democracia; es decir, el respeto a la ley y el diálogo; que
la confrontación política se vuelva diálogo permanente,
ante todo, en los Parlamentos y, además, en los foros sociales;
y que las cuestiones planteadas en el País Vasco se puedan solucionar
por el voto de los ciudadanos, emitido libre y pacíficamente, nunca
por la amenaza y la violencia. El criminal y trágico error de ETA
es creer que podrá imponer por la fuerza lo que los vascos no quieren,
o imponerse por la fuerza al Gobierno español, o que depende del
Gobierno español lo que los vascos quieran.
El problema planteado por el nacionalismo vasco y, en general, por los
nacionalismos, va a requerir una gran capacidad de diálogo y de
consenso entre todas las fuerzas políticas. El mismo espíritu
de consenso y diálogo que presidió nuestra transición
y la redacción de los Estatutos de las nacionalidades históricas.
Es mal momento el de las campañas electorales para hablar de consensos.
Pero las elecciones se celebrarán el 12 de marzo y, antes y después,
éste es uno de los grandes problemas que esperan al que las gane;
y un problema que exige, para plantearlo adecuadamente y para buscar sus
posibles soluciones, el consenso previo de los partidos nacionales, sobre
todo entre el PP y el PSOE, que ahora se están tirando trastos electorales
a la cabeza. Si no buscan el consenso para enfrentarse al problema, más
tarde o más temprano, el problema del nacionalismo vasco, y el de
los demás nacionalismos, puede originar una grave crisis en nuestra
democracia y en nuestra libertad que, no lo olviden los nacionalistas vascos
demócratas, son condición necesaria de las suyas.
(*) A punto de publicarse este artículo,
me llega la trágica y tremenda noticia del atentado y muerte del
teniente coronel Blanco García, del Ejército de Tierra. En
homenaje a su memoria y a la memoria de todas las víctimas del terrorismo
de ETA, esta afirmación:
Jamás un Gobierno democrático puede ceder ante el terror
y la fuerza. Jamás. Y hoy más que nunca, afirmo que la paz,
la democracia y la libertad sólo pueden defenderse en el marco de
la ley, del respeto a los derechos fundamentales y sobre todo el derecho
a la vida, Esto lo exige la memoria de nuestros muertos y la dignidad de
todos los ciudadanos de la España democrática que hoy vivimos.
Albert Oliart es ex ministro y miembro del equipo de Gobierno
de Adolfo Suárez que negoció los Estatutos vasco y catalán.
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