El País Digital
Martes
21 abril
1998 - Nº 718

Un hombre en su siglo

HOMERO ARIDJIS



Octavio Paz (drcha.), con García Márquez y el pintor
y escultor José Luis Cuevas, en México.
Nacido el 31 de marzo de 1914 en la ciudad de México, Octavio Paz comenzó su carrera literaria en 1931 en la revista Barandal, pero fue en 1933 que publicó Luna Silvestre, su primer libro de poemas, cuando empezó a darse a conocer. Acompañado de su primera esposa, la escritora Elena Garro, a los 23 años viajó a España, donde la guerra civil lo condujo a «la revelación de otro hombre». De regreso a México, en 1938 editó la revista Taller, a la que llamó en un ensayo posterior Revista de confluencias.

En los años cuarenta, cuando Pablo Neruda era cónsul de Chile en México, durante una cena en su honor que le hacían los intelectuales mexicanos en el Centro Asturiano de la Ciudad de México, acusó públicamente a Octavio Paz de haber sido cómplice de una intriga en su contra, elogiando su camisa blanca «más limpia que tu conciencia». Como refiere el mismo Paz, después de una interminable retahíla de injurias, «lo interrumpí. Estuvimos a punto de llegar a las manos, nos separaron y unos refugiados españoles se me echaron encima para golpearme... En la calle me sentí abatido y roto, como un camarero humillado, como una campana un poco ronca, como un espejo viejo» (Sombras de Obras, 1983). En esos días, el poeta chileno vivía su más intenso periodo comunista.

Como miembro del Servicio Exterior Mexicano, Paz residió en Estados Unidos y en Francia y su experiencia de los mexicanos en Los Ángeles le sirvió para El laberinto de la soledad (1950).

Durante su estancia en París se integró al movimiento surrealista, estableciendo una relación estrecha con los poetas Benjamín Peret y André Breton, quienes, según Paz, conciliaron poesía y revolución. No obstante esa afirmación, en 1983, en su ensayo Poesía e Historia, Paz criticó la obra de inspiración política de César Vallejo, Pablo Neruda y Rafael Alberti, quienes «creyeron que la poesía, al exaltar una causa que encarnaba el movimiento ascendente de los pueblos, se insertaba en la historia y se fundía en ella. Hoy sabemos que 'el movimiento ascendente de los pueblos' termina en la instauración de la dictadura burocrática y en el campo de concentración».

Diplomático de carrera, en 1962 Paz fue designado embajador de México en la India. En ese país permaneció hasta 1968, cuando renunció en protesta por los métodos violentos empleados por el Gobierno de México durante los movimientos estudiantiles. La represión oficial culminó en la matanza del 2 de octubre, en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, donde cientos de personas fueron asesinadas por supuestas órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Su renuncia se efectuó unos días antes de la celebración de los Juegos Olímpicos en México. Como continuación de El laberinto de la soledad, publicó una Crítica de la pirámide en Posdata (1970).

La estancia en la India sería fundamental para Octavio Paz, pues allá conoció a Marie Jo, su segunda esposa y el amor de su vida. La experiencia espiritual del país también tuvo un impacto perdurable en su obra poética y ensayística, como en Ladera Este (1969) y El mono gramático (1974), y sobre todo en Viento entero (1965), «un poema que emite distintas realidades simultáneas», y que empieza afirmando: «El presente es perpetuo. /Los montes son de hueso y son de nieve. / Están aquí desde el principio. / El viento acaba de nacer».

A partir de su renuncia a la Embajada de México en Nueva Delhi, Paz pasó varios semestres en universidades de Estados Unidos y de Inglaterra y en 1971-72 fue distinguido con la Cátedra de Poesía Charles Eliot Norton de la Universidad de Harvard. De regreso en México, dirigió la revista literaria Plural hasta 1976, año en que el Gobierno mexicano dio un coup a Julio Scherer García, director de Excélsior, periódico que patrocinaba la publicación. Entonces fundó la revista Vuelta.

Durante la mayor parte de los años de la guerra fría, siempre contra la corriente de la izquierda latinoamericana, Octavio Paz manifestó su oposición crítica a la ex Unión Soviética, a la Cuba de Fidel Castro y a la Nicaragua sandinista. Después de la caída del muro de Berlín en 1989, el escritor mexicano se ufanaba de haber previsto el colapso del mundo comunista, ya que en el ensayo El imperio totalitario (Tiempo nublado, 1983), afirmó que «la solidez de la Unión Soviética es engañosa: el verdadero nombre de esa solidez es inmovilidad. Rusia no se puede mover; si se mueve aplasta al vecino o se derrumba sobre sí misma». En este orden de cosas, en los años ochenta, a causa de un discurso pronunciado en Francfort durante la Feria Internacional del Libro, la izquierda mexicana creyó que Paz pedía una invasión norteamericana de Nicaragua y hubo manifestaciones en su contra.

La poesía de Paz se podría dividir en dos periodos: la fase inicial, que se extiende desde sus primeros libros -Luna silvestre (1933), Raíz del hombre (1937), A la orilla del mundo (1942) y Semillas para un himno (1954), donde aparecen traducciones de Andrew Marvell y Gérard de Nerval- hasta La estación violenta (1958), que contiene Piedra de sol (1957), un poema circular de 590 versos, que es toda una autobiografía lírica y que termina en dos puntos con las líneas con las que comienza: «Un sauce de cristal, un chopo de agua, / un alto surtidor que el viento arquea, / un árbol bien plantado más danzante, / un caminar de río que se curva, / avanza, retrocede, da un rodeo / y llega siempre».

Esta primera etapa fue recogida en Libertad bajo palabra en 1949 y 1960. A fines de los años cincuenta, Octavio Paz, poco conocido aún fuera de los círculos literarios, empezó a representar para los jóvenes hispanoamericanos de entonces, junto con el argentino Jorge Luis Borges y el mexicano Juan Rulfo, los vientos de la renovación literaria en el idioma castellano. Los poetas de nuestra lengua más famosos en esa época eran Federico García Lorca, el poeta peruano César Vallejo y Pablo Neruda . En 1970, Paz escribió que él había concebido la poesía como «una experiencia capaz de transformar a los hombres y, más concretamente, a la sociedad. El poema era un acto revolucionario en su naturaleza».

El segundo periodo comienza con Salamandra (1962), libro que representa un rompimiento con su propio pasado poético, y continúa en Blanco (1967), un poema mallarmeano que representa «el movimiento de la realidad» y que originalmente fue publicado en forma de rollo que debe leerse «como una sucesión de signos sobre una sola página... . Si lo desenrrollamos, un ritual se desenrolla frente a nuestros ojos». En 1966 fue prologuista y coautor de Poesía en movimiento 1915-1966, una de las antologías más influyentes de la poesía mexicana del siglo XX.

La obra ensayística de Paz tocó lo mismo los temas literarios (El arco y la lira, 1956; Cuadrivio, 1965; Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, 1982) que los temas políticos (Tiempo nublado) y eróticos (La llama doble, 1993).

Desde los primeros hasta los últimos poemas, tres temas dominaron la obra de Paz: el amor, la poesía y el hombre. Ramón Xirau colocó al poeta mexicano en la tradición de poetas franceses como Baudelaire, Rimbaud, Breton y los surrealistas, quienes creyeron en un mundo revelado por el poeta, visionario y profeta a la vez.

Enfermo de cáncer en los huesos, el 11 de noviembre una agencia internacional de noticias había difundido su muerte, que él mismo desmintió con humor negro mediante una llamada telefónica a un canal televisivo, diciendo: «El arte de morir es el arte de jugar a las escondidillas, entonces hay que saber jugar este arte, delicado entre todos... y difícil».

El 17 de diciembre de 1997, durante la ceremonia oficial de constitución de la Fundación Octavio Paz, apareció en silla de ruedas un hombre hundido en su propio cuerpo, la cara avejentada y las manos temblorosas. Allí él afirmó que «México es un país solar... Es también un país negro, un país oscuro. Y esta dualidad de México fue la que me preocupó desde niño».

«Nunca uno está maduro para la muerte», dijo el poeta mexicano al enterarse en 1984 que el escritor argentino Julio Cortázar había fallecido en París.


Homero Aridjis, poeta y novelista mexicano, es actualmente presidente internacional del PEN, organización mundial de escritores.

El ensayista, el crítico

MIGUEL GARCÍA-POSADA


Octavio Paz ha sido, muy probablemente, el más deslumbrante ensayista de la literatura española desde la desaparición de Ortega y Gasset. Reunía todas las condiciones del genuino ensayista: cultura enciclopédica, estilo excepcional y visión propia del mundo. Con esas tres armas ha elaborado una obra compleja, brillante, diversa, que ha transitado con rigor los caminos filosóficos del racionalismo posvitalista, se ha enfrentado a la crisis de las ideologías teológicas, de uno u otro signo, ha incorporado las conquistas del psicoanálisis y la subversión del surrealismo, ha integrado en nuestra cultura elementos clave del pensamiento oriental, ha asumido una mexicanidad radical y universal (el México del mestizaje), ha reivindicado, en fin, un discurso cultural policéntrico y múltiple, pero anclado en la visión sustantiva de lo humano como categoría fundante de toda organización y percepción de la realidad.

Libros excepcionales jalonan este itinerario de ensayista. Recordemos, entre otros, El laberinto de la soledad, El ogro filantrópico y La llama doble. En el primero trazaba Paz una aguda y discutida caracterización del ser mexicano, que, sin embargo, aporta claves sustanciales para entender la dialéctica de su espíritu y de su expresión literaria. Habitada por el fantasma y el mito de la revolución, esta literatura se ha desarrollado entre la atracción de ese fantasma y la llamada de otras voces más exentas, más desligadas. México del mestizaje, de la nostalgia de un ayer imposible y de la apelación a un futuro nunca alcanzado: laberinto de un alma colectiva, de un país. El segundo es una meditación completísima sobre el discurso político mexicano y universal contemporáneo. La llama doble, el último gran ensayo de Paz, demostró la juventud del maestro que, a sus casi 80 años, daba una soberbia lección de esplendor goethiano y recorría, elegante, sabio y ágil, los arduos caminos del amor y el erotismo.

Los ensayos de Paz abarcan las materias más variadas: el estructuralismo y el arte moderno, el erotismo y la filosofía oriental, la superación de la dualidad alma-cuerpo de la cultura helénica, la concepción circular del tiempo, la salvación por el amor, la necesidad del otro, el vértigo de las vanguardias lanzadas a la búsqueda de los orígenes, las máscaras y los rostros de su México originario. Llenos siempre de literatura, sus ensayos específicamente literarios hacen de Paz uno de los maestros de la crítica contemporánea en español: valga su libro sobre sor Juana Inés de la Cruz, paradigma de crítica total (histórica, biográfica, estilística, hermenéutica), diálogo con una figura del ayer emplazada en el devenir de su tiempo y del nuestro. Un monumento que cabe poner al lado de las aportaciones mayores de Dámaso Alonso en sus estudios sobre Góngora, por más que las perspectivas y métodos resulten bien diferentes.

Pero si el libro sobre sor Juana es imprescindible, más allá de su a veces polémico mexicanismo valorativo, existen otros textos críticos de Paz mucho más breves, pero igualmente enjundiosos, como los recogidos en Cuadrivium. Es el caso del dedicado a Rubén Darío, que aunque toma pie en la honda intuición de Juan Ramón Jiménez en el retrato que trazó del poeta en sus Españoles de tres mundos, constituye el fundamento de la visión panerótica, materialista y pagana que hoy tenemos de él y ha servido para reinsertarlo en la tradición lírica de este fin de siglo. No estaba muy de moda Fernando Pessoa allá por los años sesenta cuando Paz supo indagar de modo esclarecedor en su poliédrico universo, el universo del turbador desconocido de sí mismo, y lo hizo plenamente accesible al mundo de lengua española. Y del mismo ciclo ensayístico son las páginas dedicadas a Luis Cernuda, que han marcado en bastantes sentidos las grandes líneas de la crítica suscitada por La realidad y el deseo.

Una última apostilla a la prosa de Paz. Es una conquista del idioma. Ágil, elegante, vertiginosa de ideación y expresión, su respiración es inconfundible, personalísima, radicalmente original. Formalmente, es el resultado de una magistral simplificación de la sintaxis, que se traduce en fulgurantes yuxtaposiciones y en la acelerada velocidad de los enlaces. Atrás quedan meandros, ramificaciones, derivaciones. El discurso avanza como una proa sobre un mar domesticado. La prosa castellana encuentra así una música hasta ese momento desconocida: se vuelve alada en apariencia sin dejar de estar cargada de sentido. Paz representa en la prosa ensayística lo que Borges en la narrativa. Una conquista del idioma, sí, hay que repetirlo: no cabe escribir igual después de ella. Una conquista y una fiesta: Octavio Paz hace realidad el placer del texto del que habló Roland Barthes.

© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid