El País Digital
Viernes
8 mayo
1998 - Nº 735

Joaquín Vidal y Masats explican en textos y fotos la verdad del toreo puro

El crítico cree que «la tauromaquia es hoy tan superficial como los tiempos»

MIGUEL MORA, Madrid
Huyendo de la pedantería erudita con esa misma gracia que usan los toreros artistas para evitar el peligro, y tirando de su bien conocido criterio ético y estético, el crítico taurino Joaquín Vidal se ha unido al fotógrafo catalán Ramón Masats para tratar de explicar los secretos, los cánones, el origen y la moderna -«Y muy superficial»- evolución del arte de torear. Vidal y Masats ponen sus imágenes y palabras al servicio de una estampa casi olvidada: el encuentro entre un toro íntegro y bravo y un torero dominador y artista. El resultado, presentado anoche en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, se titula Toro, y combina casi 300 fotografías con 60 páginas de texto.


Curro Romero (izquierda) comenta algo con Rafael
de Paula en una foto del libro Toro (R. Massats).
Editado por Lunwerg en tirada de lujo, el libro propone un recorrido por las distintas facetas de lo taurino. Primero aparecen las fotografías en color de Ramón Masats (Barcelona, 1931), que durante la última temporada taurina siguió con sus cámaras y teleobjetivos a toros y toreros, aficionados y mozos de espadas, plazas y pequeños detalles, triunfos y cogidas.

Las imágenes arrancan en las dehesas donde nacen y pacen los toros y llegan hasta el momento en que el matarife hace su trabajo. Masats visitó unas doce ganaderías, y unas 30 o 40 plazas. «Fue un trabajo duro, con momentos muy difíciles. El más complicado, cuando quisimos fotografiar el parto de un becerro. Estuvimos tres días esperando metidos en un todoterreno».

Masats quería montar sus fotos de una manera «lineal y didáctica, enseñando todas las etapas de la vida del toro: la crianza, las tientas, el despertar de la bravura, la selección, los encierros, la llegada a la plaza... «Currista y paulista de corazón», el fotógrafo encontró un problema final. «Al seleccionar las fotos con Vidal no pudimos mostrar todas las suertes de capote y muleta que hubiéramos querido. No había hondura y arte suficiente».

«Ése era un problema anunciado», ríe el crítico. «El toreo de hoy es tan superficial como los tiempos que corren. Antes ir a los toros era agotador por la incertidumbre y la tensión que se vivía. Desde la época de El Cordobés, eso cambió, salvo el renacer de Antoñete y Andrés Vázquez. Los taurinos de hoy dicen que la fiesta se ha humanizado, pero es al revés. La fiesta está tan bien inventada que cuando uno de los elementos falla, se va al garete. Y cuando los toros se caen, queda un espectáculo vergonzoso».

Joaquín Vidal (Santander, 1935) heredó la afición de su padre, que se vino a Madrid cuando él tenía 4 años. «Me empezó a llevar a la plaza y me aficioné enseguida. En esa época no analizaba críticamente, claro, pero te queda un sedimento. Siempre he sido un elemento extraño y, cuando hacía novillos, en vez de irme al Retiro a ligar me iba a la Biblioteca a leer el Cossío. Hace falta ser gilipollas».

Vidal empezó muy joven a escribir de toros. Debutó en el Hierro de Bilbao, y luego siguió en Pueblo e Informaciones hasta 1976, año de la fundación de EL PAÍS. Crítico de pluma ácida, llena de ironía pero feroz en el compromiso con la integridad de una fiesta que considera todavía «el mayor espectáculo del mundo», explica que su intención al escribir el libro fue no ponerse erudito, «aunque queda muy bien», no defraudar a los buenos aficionados, «y que los que no saben mucho de esto pudieran aprender algo». Según cree, cada vez se sabe menos de toros. «Vivimos en la perfección total: el limbo».

Combinando anécdotas y precisión, Joaquín Vidal explica mucho de lo que ha aprendido: el «camelo literario» del toro de Creta, el inicio del toreo en Iberia (nobles a caballo) y la génesis del espectáculo con la entrada del pueblo llano que hacía los quites a pie; «la genialidad iletrada, honradez y enorme sentido común» de los padres de la tauromaquia; la ciencia y el arte de criar toros, el paso de un lenguaje taurino brillante e imaginativo a la actual jerga, ordinaria y fea... Y, como final, define la faena perfecta. Una pista: «No debe durar más de cuatro minutos».

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