El País Digital
Lunes
15 junio
1998 - Nº 773

La Universidad que resiste al miedo

Profesores y estudiantes del País Vasco hacen frente a las amenazas de ETA y sus adláteres

JOAQUINA PRADES,

Miembros de la UPV protestaban
en San Sebastián por el asesinato del psicólogo
penitenciario Gómez Elósegui (J. Uriarte).
Mikel Azurmendi, profesor de Antropología en la Universidad de Guipúzcoa y autor de La herida patriótica, un libro sobre el nacionalismo publicado esta primavera, ha tenido que emplear parte de su tiempo en rebatir a alumnos que peroraban en sus clases sobre el «genocidio» del pueblo vasco y lo «inevitable» de los asesinatos. Uno de esos días, les planteó: «Si los profesores alemanes que fueron encarcelados, torturados y hasta asesinados por las denuncias de sus propios alumnos nazis pudiesen contemplar en una moviola el futuro que se les venía encima ¿qué harían para que aquello no ocurriera? ¿En qué modificarían su conducta privada y pública para que no hubiera estudiantes nazis capaces de liquidar al oponente ideológico y hasta a su propio profesor?». Azurmendi ha sido amenazado por reflexiones como ésta.

Pero su pregunta es motivo de reflexión para muchos, entre otros para José María Portillo, que tiene que vigilar su coche cada mañana a fin de comprobar que quienes le han amenazado de muerte no le harán saltar por los aires. Nunca repite itinerario ni aparca en la misma plaza que el día anterior. Este ciudadano vasco no pertenece a la cúpula del Gobierno ni se mueve entre los tiburones de las finanzas. Sólo es un profesor de la Universidad del País Vasco, uno más entre esa veintena de personas valientes a quienes los violentos de los campus de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa han colocado en la diana de su estrategia de terror.

No les han vencido. Ni a ellos, ni a los restantes 3.500 profesores, ni a los 70.000 alumnos, ni a la propia universidad como institución, que ha culminado sus primeros veinte años de existencia con el Premio Príncipe de Asturias a la Investigación Científica y Técnica.

Portillo, profesor de Historia Contemporánea en el campus de Vitoria, lleva diez años dedicado a la docencia. Este vizcaíno de 36 años, que disfruta con la música de Bach y el estudio sobre los movimientos nacionalistas europeos, nunca ha tenido problemas con sus alumnos, aunque en sus clases algunos miembros de Jarrai han discutido con él sobre el pasado y el presente de Euskalherría, a veces acaloradamente, pero sin traspasar la frontera del debate intelectual. Hasta que en la mañana del 13 de octubre de 1997, un día después del atentado que le costó la vida al ertzaina José María Aguirre frente al museo Guggenheim, se topó con un cartel en su facultad que asumía el acto criminal como peaje inevitable para la supuesta negociación política. Portillo y otro profesor pegaron pequeños pasquines en la pared con la leyenda en euskera: ¿Militares? No gracias. Fuera ETA. Y continuaron firmando artículos en los periódicos en contra del terrorismo.

Pero alguien se había quedado con su cara. Igual que aquella vez que escribió un cartel animando a los alumnos a asistir al homenaje de Francisco Tomás y Valiente, el catedrático de Derecho asesinado por ETA. No habían pasado ni cinco minutos cuando jóvenes airados cuando jóvenes airados lo arrancaron. Portillo escribió otro: «Aquí había un cartel hace cinco minutos que decía...». A los pocos meses, nada más conocerse la sentencia contra los integrantes de la Mesa Nacional de Herri Batasuna, hicieron estallarar su coche. Las llamas se llevaron por delante otros dos vehículos aparcados al lado. Él estaba dando clase y un alumno le comentó que la inminencia de un atentado contra él era un secreto a voces. Pero no se arredró. Dice que jamás ha sentido miedo.

- ¿No ha condicionado su vida?

- No. Hasta ahí podríamos llegar. Solo se trata de un grupúsculo patético.

- Pero está claro que quieren hacerle daño.

- Me niego a entrar en su juego. Es verdad que miro a mi alrededor con cierta cautela, eso no lo puedo evitar. Pero pienso continuar dando clases con normalidad y defendiendo aquello que pienso.

José María Portillo no es una excepción. Se cuentan con los dedos de una mano los profesores, amenazados o no, que secundan las jornadas de lucha convocadas por las organizaciones del mundo de ETA-HB en la UPV. Algunos, como los cuatro ex profesores de Lejona que no quisieron firmar un contrado laboral por considerar ajena a la Administración española, acuden cada día a la facultad y no precisamente a dar clase. Pero a la mayoría sólo le interesa la actividad académica. Y a otros, en porcentaje creciente, también les preocupan los ataques a las libertades hasta el punto de suscribir manifiestos como el del Foro de Ermua, que define abiertamente al radicalismo abertzale como un «movimiento fascista que pretende secuestrar la democracia».

De los 300 firmantes de ese manifiesto, más de 200 son profesores de la UPV. Entre ellos, Portillo y el catedrático de Filología Española y escritor Jon Juaristi. Ambos fueron los destinatarios de un sarcástico «comunicado sentimental de los intelectuales» difundido en el campus de Vitoria por Jarrai, la organización juvenil vinculada a ETA. En castellano se les acusaba de españolazos y traidores a la causa vasca. El final del texto, redactado en euskera, advertía: «Las agujas del reloj marchan hacia adelante. El tiempo se está acabando».

A Portillo se lo han recordado recientemente en una nota dejada en su despacho: «Tu vida ha empezado la marcha atrás. Vete mientras te quede tiempo». También es miembro del Foro de Ermua Jon Juaristi, cuya obra El bucle melancólico, ensayo de desmitificación del nacionalismo vasco, lleva ocho meses entre los libros más vendidos, en Euskadi y en toda España. Los servicios de seguridad de la Universidad interceptaron documentación con detalles de los movimientos cotidianos del profesor Juaristi, y desde entonces acude a clase con dos escoltas de la policía

El pasado 11 de mayo, una administrativa de la UPV en Vitoria, portadora del lazo azul, recibió en su domicilio un simulacro de paquete bomba. El 2 de junio, un artefacto con cables conectados a una caja vacía fue colocado en el cuarto de baño de la facultad alavesa de Filología, mientras el nombre del decano aparecía en el centro de varias dianas dibujadas en el vestíbulo del centro. Esos mismos días la policía desactivó una carta bomba dirigida a un docente de Derecho de San Sebastián.

Si los radicales han incrementado en las últimas semanas su chantaje sobre la Universidad es, según constatan los vicerrectores de Lejona y Vitoria, Juan José Rivas y Antonio Rivera, precisamente porque la suya es «una presencia marginal; ruidosa e insignificante». La mayoría del alumnado asiste a clase, intercambia apuntes, participa en los seminarios, acude a los conciertos y conferencias de las aulas magnas, practica deporte y frecuenta las bibliotecas como en cualquier otra universidad española. A los profesores, les absorbe la docencia y los 2.537 investigadores que indagan sobre un amplio espectro de temas, desde la forma de aligerar el peso de los metales hasta la de combatir la desnitrificación del suelo o buscar nuevos filtros de emisiones contaminantes por medio de catalizadores. La UPV dedica más de 2.000 millones anuales a la investigación.

La tecla discordante la pulsa, de cuando en cuando, el tono amenazador de los planfletos repartidos por los abertzales: «No te saldrá gratis»; «Lo pagarás caro»; «Ándate al loro»; «Vais a pillar fuego», escriben. «No quieren darse cuenta de que los alumnos están hartos de ellos, de sus métodos y de sus jornadas de lucha», comentan Rivas y Rivera. Ambos destacan que, en la manifestación convocada a finales de mayo para protestar por las amenazas recibidas en la Facultad de Filología de Vitoria, más de mil estudiantes -cerca de la mitad del alumnado del centro- participaron en contra de la violencia, mientras no más de 40 coreaban consignas en contra de la dispersión de los presos de ETA.

¿Asumen los radicales este retroceso? Igor, alumno de Sociología y militante de Eusko Abertzaleak -organización estudiantil vinculada a Jarrai- está convencido de que nada ha cambiado desde que, a comienzos de los noventa, vivieron momentos de gloria. Como ejemplo cita la jornada de lucha convocada el 2 de junio para protestar por la denuncia del rector contra nueve alumnos que irrumpieron en la reunión del claustro el pasado 13 de mayo. «En Gasteiz logramos reunir a 300 estudiantes; en Leioa, 250. Y eso que ya han empezado los exámenes», dice Igor. En la Universidad del País Vasco figuran matriculados 70.000 alumnos.

Los violentos, a pesar de la indiferencia, continúan paseándose encapuchados por el campus de Vitoria, convertido en las últimas semanas en escenario de sus acciones, como antes lo fueron Lejona (Vizcaya) y después Ibaeta. La menor presencia de vigilantes de seguridad en el hasta ahora tranquilo campus alavés, así como su estructura urbanística abierta y accesible, explicarían en parte por qué los radicales han elegido Vitoria para llevar a la práctica las reflexiones de KAS: «Estamos fuera de juego en la Universidad». O las consignas de Jarrai: «Tenemos que endurecer la lucha en el mundo de la enseñanza para cambiar el chip de las nuevas generaciones». Esto se lee en documentos redactados en 1996 por las dos organizaciones del abertzalismo radical citadas.

No parece que les vaya a resultar fácil este «cambio de chip». Los expertos consultados coinciden en afirmar que el asesinato de Francisco Tomás y Valiente en la Universidad Autónoma de Madrid, el 14 de frebrero de 1996, marcó un punto de inflexión en la resistencia de la Universidad contra los violentos. Los tres tiros que ETA disparó sobre el catedrático de Derecho aunaron las firmas de repulsa de casi 2.000 profesores vascos. Los alumnos secundaron masivamente los homenajes en memoria de la víctima. Una contundente proclama leída por el rector de la Universidad del País Vasco, Pello Salaburu, incrementó el aislamiento de los violentos: «Se nos quiere hacer creer que hay dos bandos, cuando no hay sino una minoría fascista que trata de imponer por la fuerza de las armas su forma de pensar a los demás. Los vascos no somos asesinos. Nos sentimos heridos y maltratados por una pandilla de forajidos enclaustrados en su autismo político», dijo Pello Salaburu. Desde entonces, el miedo no camina a sus anchas por las aulas del País Vasco. Ahora, se le hace frente a cara descubierta.

Desprecio

Jon Juaristi es de los que lo expresan con más claridad: «Que se atreva alguno de esos payasos a molestarme. Se van a llevar, como mínimo, un par de guantazos». El decano de la facultad de Periodismo, Manuel Montero, le corrobora: «Mi trabajo es mi vida, y eso no lo va a cambiar ningún gamberro, por mucho que me hayan amenazado y lo sigan haciendo. Sólo merecen mi desprecio».

El profesor de Filosofía Carlos Martínez Gorriarán recuerda cómo en los días que siguieron a la muerte de Tomás y Valiente algunos alumnos borraron con disolvente el rastro de los eslóganes de apoyo a ETA con la pintura sin secar. Y un enseñante de Lenguas Clásicas del campus de Álava, de quien los violentos facilitaron su número particular para que le insultaran por teléfono, apenas recibió llamadas.

A J. L., profesor de Derecho de San Sebastián, cientos de alumnos y docentes le recibieron con muestras de apoyo después de que alguien dejara en su casillero -y en el de otros dos profesores- restos de animales. Su delito consistió en ignorar una de las huelgas convocadas por los radicales contra la dispersión de los presos.

Otro de los destinatarios del mismo mensaje mafioso fue el ya citado Mikel Azurmendi. Este profesor, que ha sufrido asaltos en su domicilio y leído su nombre en el centro de pintadas-diana, lamenta en La herida patriótica: «No existe ni un solo equipo de profesores que investigue acerca de la naturaleza del proceso de pacificación en Euskadi. Hasta enero de 1997, no ha habido un solo becario en la historia de la UPV para estudiar el proceso de pacificación vasco. En enero le fue asignada una beca doctoral a un alumno que se hallaba tiempos atrás -y se halla hoy- en Belfast, y que desde hace tres años, bajo mi dirección, venía solicitando ayuda para un estudio comparativo de las condiciones de pacificación aquí y en el Ulster».

El vicerrector confirma que el alumno de Azurmendi sigue constituyendo un caso único en la UPV. Y que algunos profesores han pedido el traslado a universidades de fuera del País Vasco o se han acogido a bajas laborales para combatir estados de depresión. Pero tanto Rivsa como el vicerrecor de Álava reiteran que la normalidad es la tónica cotidiana y el prestigio acedémico una conquista palpable.

El premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica otorgado a uno de sus catedráticos así parece confirmarlo. Desde el pasado 30 de mayo, Pedro Miguel Etxenike (Isaba, Navarra, 1950) comparte este galardón con el también físico experto en Materia Condensada Emilio Méndez Pérez, quien trabaja en Estados Unidos. Etxenike -que fue consejero del Gobierno Vasco con Garaikoetxea- es el científico más prestigioso de la UPV. Su equipo de la Facultad de Física de San Sebastián ha logrado reconocimiento internacional.

Juan José Gandarias, predecesor del actual rector de la UPV, desgrana los nombres de algunos de los actuales profesores de mayor renombre: los investigadores Juan Colmenero, Antxón Santamaría, Félix Goñi y Juan Ramón González Velasco.... El médico del pentacampeón del Tour Miguel Indurain, Sabino Padilla, profesor de Medicina; el catedrático en Historia de Arte y ex subdirector de Reina Sofía, Kosme de Barañano; los lingüistas Hendrike Knörr y Pello Salaburu, ambos discípulos del promotor de la unificación del euskera, Koldo Mitxelena; el catedrático José Luis Melena, una autoridad mundial en griego; el propio Juaristi o el hisoriador Javier Corcuera.

Son ellos quienes han recibido el testigo de manos, entre otros, del etnógrafo Julio Caro Baroja y del historiador Manuel Tuñón de Lara, ambos docentes de la UPV hasta su fallecimiento. Entre todos han forjado una normalidad académica resistente a la política del terror, una cotidianedad que comparten cada vez más alumnos. Hasta 1996, Ikasle Abertzaleak copaba la representación claustral de los alumnos en candidaturas únicas. Este curso apenas alcalza el 10%.

Y en Vitoria, al amparo de Gesto por la Paz, ha surgido una asociación de alumnos que no duda en rebatir a los violentos en pasillos y asambleas. Son los estudiantes de AULA, la Asociación Universitaria Libre y Abierta, que se han convertido en la alternativa mayoritaria para los alumnos hartos de intolerancia.

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Reportaje elaborado con aportación de Naiara Galarraga.

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