Y tantas y tantas menciones, manifiestas o veladas, al mundo de los toros. Cualquier escrito en España, de contenido dispar, político, cultural, divulgativo de interés humano, económico, laboral, tiene su recordatorio, su trasunto, en la faz taurina. El editor del libro Toro, de Lunwerg, confesaba en la presentación de la obra el exquisito cuidado empleado en el encargo de la traducción al francés. La misma riqueza léxica y semántica que tendrá que converger necesariamente en la cita con Internet, donde, es el temor de Juan Luis Cebrián, en su libro La red, hay un magnífico escenario universal donde el idioma inglés ejerce hegemonía. Los giros, las piruetas, los modismos taurinos, tienen que tener acomodo en las interpretaciones de los textos. La civilización avanza con ritmo bárbaro y los toros, en esta dimensión propagandística, no se pueden quedar atrás. Entretanto, las distintas literaturas están penetradas de incursiones taurinas. Léase a Javier Pradera, gran aficionado, el 25 de enero del presente año, en este periódico: «Los nacionalistas catalanes y canarios salieron de los cuernos del dilema con el argumento de que el asunto no corría tanta prisa como para interrumpir las vacaciones del Congreso». O a José María Brunet, corresponsal en Madrid de La Vanguardia, el pasado 4 de febrero: «El fiscal general, Jesús Cardenal, comparece mañana en el Congreso para contar que él es un demócrata de toda la vida y previamente se ha adornado de una serie de gestos muy taurinos...». O el título de una tercera de Abc, del académico Francisco Nieva, 'Unas vidas fuera de cacho' , sobre el libro de Luis Antonio de Villena Biografía del fracaso. Las tensiones taurófilas a que sometían sus textos Ortega y Gasset, Marañón, entre los pensadores, y prácticamente toda la generación del 27, en la poesía, tienen su continuidad en los tiempos que corren en el periodismo, manantial inagotable de citas e intencionalidades para mayor gloria de este espectáculo señero.
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