El País Digital
Domingo
5 julio
1998 - Nº 793

La valla que costó 5.000 millones no logra frenar la avalancha de inmigrantes en Ceuta

Magrebíes y subsaharianos se cuelan a través de las alcantarillas y saltando las rejas de alambre

PABLO ORDAZ / ENVIADO ESPECIAL, Ceuta
Frank llegó el viernes, traía los pies hinchados de caminar tres meses. Desde que abandonó Sierra Leona, debió cruzar seis países hasta alcanzar la frontera de Ceuta, donde una doble valla metálica, de tres metros de altura y ocho kilómetros de longitud, alambre de espino y vigilancia policial constante, amenazaba el final de su travesía. Unos cuantos dirhams bastaron para que un guardia marroquí le señalara una de las 40 alcantarillas -algunas de casi dos metros de diámetro- que taladran el subsuelo entre Marruecos y España. Tras cinco años de trabajo y 5.000 millones de inversión, la avalancha de inmigrantes sigue creciendo. El Gobierno admite -aunque todavía en privado-que la valla es un fracaso.


Una pareja de la Guardia Civil vigila una de las
alcantarillas, taponadas con maderas, de la valla
fronteriza, ayer, en Ceuta (Said).
De día y de noche, la frontera de Ceuta es un espectáculo trepidante, donde lo trágico -la lucha por sobrevivir de los inmigrantes que llegan exhaustos después de cruzar África- cede a veces el paso a lo ridículo: pandillas de jóvenes marroquíes, mujeres cargadas de pesados fardos de contrabando y ancianos que apenas pueden sostenerse sobre sí mismos consiguen burlar fácilmente, una y otra vez, los sistemas de seguridad de un proyecto de ingeniería construido en teoría para "impermeabilizar" la frontera entre Marruecos y España.

La obra -adjudicada a finales de 1993 a la empresa Cubiertas por 3.500 millones de pesetas- ya ha costado más de 5.000 y, según fuentes de la delegación del Gobierno en Ceuta, aún absorverá unos cientos de millones más antes de estar finalizada. Además de la carretera de seguridad, la doble valla y el alambre de espino, el proyecto incluye potentes focos para iluminar todo el trazado, sensores y cámaras de vídeo para controlar desde un punto fijo -el puesto fronterizo de El Tarajal- cualquier intento de traspasar ilegalmente la frontera. Nada de eso funciona. Ni siquiera ha sido librado todavía el presupuesto para la instalación eléctrica. El jueves pasado, a eso de las dos de la madrugada, sólo la Luna en cuarto creciente y las linternas de los guardias civiles arrojaban algo de luz sobre la frontera.

La obra -ejecutada en un 95% según sus responsables- se retrasa una y otra vez debido fundamentalmente a los frecuentes desprendimientos de tierra provocados por la lluvia. Al contrario que en Melilla, donde el Ejército ha reforzado con alambradas todo el perímetro fronterizo, prácticamente llano, la complicada orografía de Ceuta agrava aún más la situación. La doble valla y la carretera de circunvalación transcurren por siete colinas, con pendientes que superan a veces el 35%. El proyecto fue concebido además en 1992, cuando la entrada de inmigrantes sin documentación procedentes del centro de África era casi inexistente.

Ahora, en cambio, raro es el día que no llegan varios subsaharianos al campamento de Calamocarro, a las afueras de Ceuta, donde una médico y una enfermera -apenas equipadas convenientemente- atienden a los inmigrantes, que se hacinan -seis en cada litera, tres arriba y tres abajo- en tiendas militares de campaña. "Me impresiona verlos llegar", relata Cleopatra R'Kaina, la médico, "vienen destrozados, desnutridos, con los pies llenos de llagas, pero con un gesto de paz en el rostro..., como satisfechos por haber cubierto una parte de su viaje, quizá el más peligroso".

Un verdadero éxodo

Dice Cleopatra que, lejos de disminuir, el aluvión de inmigrantes es cada día mayor: "Es un verdadero éxodo. Lo primero que hacen cuando llegan es escribir a sus países, a Sierra Leona, a Liberia, a Nigeria... y contar que ya han llegado, que aunque parezca increíble es posible llegar. Seguirán llegando".

Según las últimas cifras oficiales -los datos fríos que ocultan tanto sufrimiento- Cleopatra tiene razón. Más de 16.000 inmigrantes fueron detenidos durante 1997 por intentar entrar ilegalmente en España por Andalucía, Ceuta y Melilla. Este año, las cifras provisionales ya indican que muchos más están de viaje. A modo de ejemplo, y sólo en la provincia de Cádiz, la cifra de inmigrantes detenidos duplica la de 1997.

Nadie cree ya, por tanto, que las alambradas, los muros que separan países con niveles de vida tan distintos, sirvan para detener la inmigración clandestina, y la valla de Ceuta va camino de convertirse en otro ejemplo. El Gobierno, mientras tanto, ha optado por encomendar a la Guardia Civil la custodia de la frontera. Y los guardias, antes que a vigilar, han tenido que dedicarse -como muestra la fotografía, tomada ayer mismo- a taponar lo mejor posible, con tablas viejas o piedras, las alcantarillas que comunican como un pasillo el territorio marroquí con el español. Sólo algunas alcantarillas tienen rejillas de seguridad, pero son tan endebles que los inmigrantes -en su afán por terminar un viaje tan largo- logran romperlas sin excesivo esfuerzo.

La labor de la Guardia Civil reúne además una complicación añadida. Sabido es que la economía de Ceuta depende en buena medida del contrabando. Hombres y mujeres marroquíes -fundamentalmente mujeres, por la dureza del trabajo- arriban cada mañana a la ciudad española y se cargan hasta no poder más con fardos llenos de productos para el contrabando: mantequilla, galletas, pañuelos de papel... Al atardecer regresan a sus pueblos, donde revenden la mercancía y sacan unos cuantos dirhams de beneficio. De ahí que alguien dijera en su día que la función de la valla, tan sofisticada sobre el papel, debía ser de "impermeabilización porosa".

Antes sólo llegaban hombres

P. O., Ceuta
Pero un día llegó una mujer, y traía a sus dos hijos, de uno y cuatro años, colgados de los brazos, y luego llegó otra; venía sola, tanto que sólo traía una triste historia detrás. Un atardecer, recuperada ya de su cansancio, se sentó delante de su tienda de campaña y se puso a hablar. Cleopatra, la médico del campamento de Calamocarro, también se sentó, y luego vinieron los hombres y se sentaron en el suelo a escuchar; los guardias civiles también pusieron el oído, y fue tal la historia que escucharon que a punto estuvo de hacerles llorar.

Jennifer, que así se llama la mujer que llegó sola a Ceuta, había salido de Ruanda seis meses antes, y se puso a caminar hacia el Norte, sin importarle lo que le pudiese pasar en el camino, obsesionada por dejar atrás la guerra y las calamidades, por alcanzar al precio que fuera una vida mejor. Y fue un precio alto. Jennifer contó con detalle que por el camino, tantos países a pie, encontró a gente muy buena, compañeros de camino ocasionales que le prestaron a veces un lugar en destartaladas furgonetas y un jergón para dormir un rato. También contó que otras veces debió salir huyendo de situaciones terribles, y que otras veces no pudo huir.

Durante su travesía, Jennifer, de 25 años, fue obligada a trabajar sin sueldo, a prostituirse; fue golpeada y violada por varios hombres... No volvió atrás. Cada vez que conseguía librarse de un infierno así seguía su camino al norte. Y seguía caminando sola hasta que un día sintió que estaba empezando a dejar de estarlo. Dice Cleopatra, la médico, que en el campamento de Calamocarro todos contuvieron la respiración cuando supieron que Jennifer estaba embarazada, y que aquella noche muchos de los que hasta entonces habían permanecido callados empezaron a contar sus historias. "Y que la gente", dice Cleopatra, "empezaría a pensar distinto de los inmigrantes si supiera las historias que guardan detrás".

Sin ir más lejos, hace una semana, un guardia civil de los grupos rurales se aventuró de noche por una de las alcantarillas y detuvo a un hombre que exigía un peaje a todos los inmigrantes que intentaban pasar por la alcantarilla para llegar al territorio español. Dice el guardia que nunca había sentido tanta repugnancia. © Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid